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Amparo LASHERAS Periodista

Lejos, un cartel entre grafittis

 

Al otro lado del océano y entre los sonidos de jazz que estos días envuelven Montreal se puede pensar que Euskal Herria se va en la distancia y permanece lejos. Aunque no existiera la tecnología, la ausencia ante lo que ocurre allá donde no se está resulta imposible. Ni el atractivo de las calles extrañas, ni la bohemia sofisticada de la música que acerca la vida y la engancha al lado más privado de los sentidos consigue desvincular el interés por lo que Benedetti llamó, en la intimidad de su poesía, «mi paisito». Con la alerta encendida ante el juicio de Bateragune o de los jóvenes de Segi, no todo queda tan lejos, ni tan ausente, ni se abstrae con facilidad en la dualidad que implica estar aquí y allá. En las coordenadas inconcretas en que el tiempo y el lugar se cruzan en un punto inesperado, alegra descubrir que un sencillo cartel, fotocopiado en blanco y negro, pegado por alguien en una fachada de grafittis desconocidos, desafiante con las pantallas luminosas de los grandes conciertos, recuerda, a los hombres y mujeres que deambulan por primera o última vez por aceras ajenas, que en muchos pueblos del mundo existen presas políticas a las que constantemente se les tortura y vulnera sus derechos humanos, civiles y políticos. Como anuncia el cartel, el lunes 27, la denuncia y la solidaridad de gentes anónimas recorrerá las calles de Montreal para quebrar el silencio que impone la absurda teoría de que lo que no se ve no existe. La marcha hablará de la injusticia y, en su intento, la ciudad del jazz, Euskal Herria y el recuerdo de los presos políticos vascos confluirán, a través del océano, en un mismo grito de justicia.