CRÍTICA ensayo
«Lettres à Hélène»
Iñaki URDANIBIA
Siempre hay un carcamal morboso que afea ciertas doctrinas alegando al modo en cómo se produjo el fin de los días de algunos de sus promotores. Así, se ha hablado de cómo Nikos Poulantzas se tiró por la ventana, de cómo Louis Althusser estranguló a su mujer en un delirio manioco-depresivo, de cómo Gilles Deleuze se lanzó por la ventana de su apartamento parisino... como si tales muertes fuesen una muestra inequívoca de a dónde conducen tales teorías aberrantes. Se establece así, explícita o implícitamente, una ecuación que vendría a dar como resultado que de tales infames teorías no se obtiene más que una muerte del mismo género.
En el caso que nos ocupa, el del filósofo marxista autor de aquel célebre «Lire le Capital», los buitres se lanzaron sobre él y, por el mismo precio, le tacharon de macho, estalinista y antisemita (téngase en cuenta que su mujer, Hélène Rytmann, al igual que él, era judía). Ahora se publican unas esclarecedoras cartas, que abarcan desde 1947 a 1980, año en el que mató a su mujer; unas misivas en las que se puede ver el fuerte amor y las enormes contradicciones de un ser que se debatía en la depresión con, además, destellos bipolares y que no se priva de hablarnos de ello, del tormento de las visitas a psiquiatras y centros de salud en los que la medicación y hasta los electroshocks son moneda corriente.
La vida en la École Normale Supérieure de la rue d´Ulm, donde impartía clases, es donde vivían en un encierro aislado que era el infierno particular de ambos; y es que el amor declarado se veía acompañado de un vértigo de roces continuos que luego estallarían en aquella desgraciada tarde cuando la estranguló, sin reparar en ello; la voluntad ausente y la sinrazón habiéndose adueñado de su mente.
En esta producción epistolar, que de momento sólo se ha editado en francés, Althusser se refiere a sus amistades y alumnos (Etienne Balibar, Foucault, Alain Badiou...), a sus relaciones sui generis con el PCF, a su actividad profesional y a sus viajes y cotidianeidades. Brotan destellos místicos o algunos desbarres atormentados de quien es consciente de que se le va la mente más allá de los límites de la razón. Sorprende cómo uno de los más brillantes pensadores de aquellos años de la movida estructuralista (la Historia como proceso sin sujeto) era, a su vez, un ser sufriente aquejado por la locura; la unidad del brillo y las sombras entre las cuales no se daba «ruptura epistemológica» alguna (¿o sí?), ya que ambas caras respondían a un mismo ser.
Es un viaje por los límites borrosos entre lo normal y lo patológico de los que hablase su maestro Georges Canguilhem y que sirve para acercarnos a la vida de quien leímos (algunos, al menos) con devoción en nuestra juventud.