El «enemigo invisible» se suma al frente en las montañas de Libia
La falta de instrucción militar y la negligencia pueden estar detrás de gran parte de las bajas entre las filas de la oposición al Gobierno libio. Y todo apunta a que los soldados de Gadafi no les van a la zaga.
Karlos ZURUTUZA
Varón de 15 años. Luce camiseta con la bandera tricolor y apoya desganado el cañón de su kalashnikov sin seguro sobre su pie». Podría tratarse de cualquiera de los adolescentes armados en los checkpoint de la cordillera de Nafusa (oeste de Libia). No obstante, sería injusto achacar una negligencia tan habitual únicamente a los menores de edad.
«He visto esa herida más de una vez. Siempre dicen que ha sido en combate, pero eso es imposible a no ser que uno esté tumbado boca arriba y reciba un disparo casi a ras de suelo», explica Mohannad Aith al Jalifa, médico en el hospital de Zintan.
Desde que empezara la guerra el 17 de febrero, muchos libios de prácticamente todas las edades se han «despertado» con un arma en la mano sin saber qué hacer con ella el resto del día. En ninguna parte consta cuántos combatientes mueren por imprudencias en los puestos de control, por manipulaciones inexpertas de armamento o, simplemente, durante las estruendosas celebraciones tras una victoria en combate. Tampoco resulta extraño porque nadie sabe cuántos libios, de ambos lados, han caído en combate.
Sea como fuere, al menos cinco de los ingresados en el hospital de Zintan la semana pasada habrían cambiado sus heridas por un «simple» disparo en el pie. Tras capturar los rebeldes varios arsenales de Gadafi en Al Qa´a, una supuesta «bomba trampa colocada dentro de una de las cajas que contenían los explosivos» provocó una terrible deflagración que les hirió. Al poco de escuchar la versión oficial se supo la verdad: había sido un rebelde el que, arrastrado por la euforia ante el alijo incautado, manipuló indebidamente una pieza antiaérea rusa fabricada en 1982. Otras incógnitas, no obstante, siguen aún abiertas: «Hemos encontrado partes distintas de varios misiles, obuses, etc, pero ni uno solo entero. Me pregunto cómo pensaban utilizarlos contra nosotros», transmitía a GARA Rasul Fethiye, uno de los combatientes.
Localidades como Nalut, Zintan o Yefren cuentan con un centro con conexión a Internet vía satélite, un lujo que corre del bolsillo de una diáspora volcada con la lucha de sus hermanos en casa. La prensa local y extranjera desempeñan parte de su labor desde allí, y siempre en compañía.
«Ciberguerra»
En una misma mesa corrida pueden compartir la inesperada conexión wi-fi dos periodistas de Al Jazeera; un guerrillero con una pistola al cinto ante su cuenta de Facebook; un joven ingeniero en paro que manda su currículum a Arabia Saudí y tres adolescentes que, o bien están jugando al Call of Duty (popular videojuego de guerra) o, simplemente, viendo el último vídeo de Misrata en Youtube subido por alguien que se hace llamar Libyanwarrior89. Generalmente suele ser esto último.
Es entonces cuando alguien se incorpora al grupo para lanzar una invitación a la prensa extranjera a cubrir el frente de Kikla-Walish (extremo oriental de Nafusa) la próxima madrugada: «Van a ir 300 de los nuestros, es una gran operación».
Si bien nadie duda de que Gadafi cuenta con su propia inteligencia desplegada en el valle, el todavía «Líder de la Revolución Libia» (la anterior) no necesita más que una cuenta en Twitter para conocer las futuras operaciones del enemigo y, muy probablemente, antes que muchos de los que van a combatir. Y todo gracias a Zintanwarrior92.
Caos en el frente
En el centro neurálgico de la localidad bereber de Nalut se escuchan historias de combates ya terminados: «Hace cuatro días atacamos de noche una posición de Gadafi en Kut (Nafusa occidental). En cuanto empezamos a intercambiar disparos nuestro pelotón se desorganizó totalmente, fue una auténtica vergüenza. Es un milagro que ganáramos, y con tan sólo uno de los nuestros herido», explica Bashir, un libio-canadiense recientemente alistado en un pelotón que se hace llamar Tripoli Brigade. Y todavía hay más: «Los soldados salieron huyendo pero capturamos a dos de ellos. Estaban borrachos, apenas se podían mantener en pie».
Desde el frente de Bir al Ghanam, Rashid no quiere dar su nombre completo «porque no hace ninguna falta». No obstante, todos aquí le conocen, e incluso veneran, desde que llegara a las montañas hace dos semanas. No en vano, este hombre de barba poblada y ropa de camuflaje había combatido ya contra los americanos en Irak antes de sobrevivir al terrible asedio de la ciudad de Misrata. Ha venido «para ayudar» pero, aparentemente, queda mucho por hacer:
«¿Has visto cuánta gente hay aquí sin armas y sin tener ni idea de qué es lo que tienen que hacer? No sólo ponen su vida en peligro sino también la de los demás. Además, si las cosas se ponen feas ni siquiera tenemos vehículos suficientes para evacuarlos a todos», se lamenta uno de los escasos combatientes experimentados a escasos 80 kilómetros de Trípoli.
Contra todo pronóstico, lo cierto es que los rebeldes de las montañas siguen encadenando victorias. Al cierre de esta crónica, ni la filtración vía Internet ni la aparente desorganización parecían haber sido un handicap en el frente de Kikla-Walish, donde las tropas de Gadafi abandonaban la posición tras seis horas de combate. Y es que saber qué es lo que está pasando al otro lado es, sin duda, la mayor incógnita de esta guerra.
Las fuerzas aliadas atacaron en las últmas 24 horas a al menos 28 objetivos militares del régimen libio en unas 57 misiones de ataque, incluido uno para neutralizar un sistema antiaéreo de las fuerzas gubernamentales cerca de la localidad de Gharyan, en las Montañas Occidentales.
Sin embargo, y sometido a graves dificultades financieras, el Gobierno italiano ha decidido retirar del teatro de operaciones el portaaviones Garibaldi y a su millar de tripulantes. Con ello espera economizar 80 millones de dólares. Lo suplirá con un barco más pequeño y el uso de bases aéreas terrestres. GARA