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Anjel Ordóñez Periodista

El vértigo desde los cimientos

Tras un año de ausencia en estas páginas, es natural, y acaso sano, un poco de vértigo. Escribir, al menos como algunos lo entendemos, supone un doble ejercicio de responsabilidad y respeto. Primero, como es lógico, hacia quien acepta recibir el mensaje a través de la lectura. Y, segundo -pero no por ello menos importante- hacia uno mismo. De ahí que el vértigo, aun a pesar de la experiencia, dispare la adrenalina ante la pantalla en blanco y, por qué no reconocerlo, provoque cierta dosis de pasajera incertidumbre que, por fortuna, pronto se torna desafío.

Vértigo, respeto, responsabilidad, desafío. Conceptos, por cierto, muy de actualidad en este trozo de historia que nos ha tocado en suerte vivir y que, coincidencia simplemente, en este año de ausencia del que antes hablaba han alcanzado cotas no conocidas en generaciones. Las palabras de Otegi desde la Audiencia Nacional el jueves o la imagen de Martin Garitano junto a Patxi López en Mutriku el viernes, por poner sólo dos ejemplos, son pinceladas de una realidad desbordante plena de oportunidades, pero, insisto, también de un vértigo que sólo se superará con el ejercicio responsable del respeto en la más amplia de sus acepciones. Nunca fue fácil, no lo será ahora, pero tampoco nadie dijo que fuera a serlo.

Esto que debiera ser para todos evidente, a algunos se les escapa como arena de playa entre los dedos. El espectáculo ofrecido por Ezker Batua y PNV en Gasteiz encierra riesgos más allá de la, por otro lado, hace tiempo manifiesta descomposición de un partido político consumido lentamente por las luchas intestinas y las ambiciones personales. Riesgos asociados a un sistema político e institucional con síntomas manifiestos de severas patologías, que acaso podrían parecer pequeñas al lado de los retos a los que se enfrenta un país con décadas de sufrimiento y desestructuración, pero que no conviene soslayar en el actual proceso de cimentación. La venganza suele ser mala consejera, y cuando Agirre hacía caer la careta de Madrazo, se desnudaba a sí mismo. Porque nadie reclama con tanto detalle e insistencia lo que no espera nunca conseguir.

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