EH Jaietan | Iruñeko Sanferminak
One more time
Para las que mantenemos la insana e insensata costumbre de arrancar estas fiestas de víspera, ya van muchos días. Como la «Dama Dama» de Cecilia y como toda esta gloriosa y absurda ciudad, suscribo a muerte el tercer mandamiento. Así tuve la surrealista oportunidad de toparme el día 5 de julio por el burgo de la Nabarreria con una retro-performance orquestada por el mismísimo Opus Dei, que logró en mí justo el efecto contrario que buscaba: descarriarme (aún más) el deseo.
Para describir tal despropósito, me obligaré a ser menos críptica. Una especie de medusa de plástico blanca, erigida por ocho globos de helio y por ocho fanáticas del pendiente de perla, que recorría católicamente las angostas calles del viejo barrio un día antes de que se abocase al desmadre para purificarlo (presuntamente), y que culminó en la catedral. Vamos, que intentaron infectar nuestra fiesta con su tristeza sexofóbica, una vez más. Ahora que, tras siglos de tiranía, ya no pueden mandarnos tan fácilmente a la hoguera (ni al manicomio ni al campo de concentración) usurpan nuestras herramientas de tomar simbólicamente la calle para recordarnos que nunca van a dejarnos en paz.
Pero da igual. ¡Jódanse beatas malcorridas! Su patético numerito aguafiestas no les ha servido de nada. Las hordas vuelven a reputificar Iruñea. Y a celebrar quienes fuimos y seremos. Este enredo grupal. Esta tribu ebria y eufórica. Esta piña colada de deseos. Esta belleza excesiva e imperfecta. Esta posibilidad de subversión (y de diversión) en cada trago. Este akelarre zombie, primitivo y postmoderno. Esta revancha política y lujuriosa. Bailando desaforadas detrás de la giganta negra, la más libre y desatada porque va la última siempre.
Son los únicos días en que esta villa colonizada refleja quien soy. ¿Será porque nací un 12 de julio justo a la hora en que un chaval de la Txantrea moría en el encierro? Una es así de folklórica. Y quienes atesoren sanferminismo, que deduzcan mi edad. Que yo no nací para confesar.