La Comisión Europea, supuesto guardián encargado de monitorizar los tratados europeos, informó ayer de que «no está convencida» de que la decisión danesa de reintroducir controles fronterizos esté justificada. Sospecha, además, que ese paso «viola» el Tratado de Schengen. Quiso, así, presionar a Dinamarca. Generó una pequeña tormenta informativa, pero con todo lo que está cayendo, no irá más allá de una simple reprobación retórica.

La eliminación de las fronteras internas es considerada como un mojón de la integración europea. Pocas decisiones políticas habrán generado tanto entusiasmo entre los ciudadanos como la libertad de viajar sin fronteras. Pero los tiempos han cambiado: la economía, la credibilidad y la idea de Europa se tambalean, entre líderes egocéntricos que van minando la unión política a la chita callando, golpe a golpe, y derechas populistas -entre ellas el DPP danés, la tercera fuerza del país- que abiertamente proclaman su deseo de salir la UE. La diferencia entre ellos estriba en el ritmo y el método. El euroescepticismo avanza, la unión monetaria está amenazada y los principios fundacionales de la Unión se diluyen. Las fuerzas de la división se están imponiendo en Europa.