Vivimos esta crisis como si de una visita inoportuna se tratara. Como un terremoto que nos sacude, derriba los edificios más pobres, mata a algunas personas, hiere a otras, y cuyas secuelas tenemos que soportar unos meses. Suponemos -erróneamente- que a imagen y semejanza del ser humano, la economía y la sociedad tienden a la estabilidad, a la previsibilidad. Nadie espera que la sociedad o el individuo vivan en crisis permanente. Necesitamos lo igual a sí mismo. Pues bien, el arte, el de verdad, vive -por nosotros, por delegación- en crisis permanente. Por eso lo necesitamos. Hace de la crisis su razón de ser. E intenta expandirla más allá de sus fronteras. Pero en la sociedad de consumo, el arte es mayoritariamente banal, poco de verdad: cine comercial, best-sellers librescos, música prefabricada, teatro de evasión, arte especulativo...Y el peligro del otro arte es su ensimismamiento, su elitización, su conversión en Arte mayúsculo. El Mercado o la Academia. Pero hay también quien se empeña en herirse en las alambradas e ir poco a poco abriendo un hueco transitable. Otro espacio. Buscarlos es nuestra necesaria y vital tarea.

Hace poquísimo tiempo los movimientos sociales perseguían derribar el poder, transformar el sistema económico y social. Lo que ahora parecen demandar sin embargo es que nadie se quede fuera; el discurso progresista actual sobre el mercado es el del miedo a quedar excluido de su paraguas protector. Integración por lo tanto. Buscar el arte que aún hoy desintegra, disuelve. «Literatura de izquierda», del argentino Damián Tabarovsky, editado por Periférica, desarrolla estas ideas. No buscar un nuevo modelo, sino poner en cuestión la idea misma de orden.