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La música clásica y el jazz, cara a cara

A noche la Quincena Musical y el Jazzaldia juntaron al pianista clásico Alexis Delgado y al de jazz Iñaki Salvador en el escenario de la Sala Club del Victoria Eugenia para intercambiar puntos de vista musicales en torno a la figura fundamental de Juan Sebastian Bach. Aprovechando este pretexto, compartieron con nosotros sus respectivos puntos de vista sobre la esencia de ambos géneros.castigar la cultura por la crisis es una frivolidad. Es más necesaria que nunca porque la situación económica sólo es el síntoma de una enorme crisis de valores.entre el público se dan filiaciones no siempre compartidas. El de jazz se suele mover en un ambiente más desenfadado, mientras que el de clásica parece acudir a un ritual sacro.

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Mikel CHAMIZO | DONOSTIA

La música clásica y el jazz, dos mundos hermanos pero a menudo tan distantes. El Jazzaldia y la Quincena Musical, conscientes de ello, quisieron hermanarse anoche mediante un concierto muy especial (en realidad dos, pues la gran demanda logró que se programase una segunda función a las doce y media de la madrugada), un concierto en el que un pianista clásico se enfrentó a un pianista de jazz en busca de una visión común en torno a uno de los grandes genios musicales de la historia, Juan Sebastian Bach. El pianista clásico fue Alexis Delgado, un madrileño que a sus 34 años es ya uno de los solistas más prominentes del Estado español. En cuanto a la representación jazzística, corrió a cargo de uno de los buques insignias del género en Euskal Herria, Iñaki Salvador.

¿Cómo se enfrentaron ambos pianistas a esta propuesta del Jazzaldia y de la Quincena? «Cuando recibimos la invitación fue una sorpresa, porque es un encargo de algo completamente nuevo, que ninguno de los dos habíamos hecho antes -reconoce Salvador-. Yo, por mi trabajo, he hecho varias cosas de fusión, pero un trabajo tan específico en torno a la música clásica y a Bach, jamás. Tras aceptar la invitación nos pasamos unos meses en una especie de limbo, sin saber muy bien qué era lo que íbamos a hacer con esto». No obstante, cuando acudimos a la cita con los dos pianistas nos los encontramos ensayando, y nos pareció que la cosa empezaba ya a tomar una forma bien definida. Pudimos escuchar primero un preludio de Bach, tocado de una manera pulcra y deliciosa por Delgado, hasta que de repente se sumó Salvador vistiendo el original con ropajes jazzísticos de todos los colores. «Hemos intentado que sea un encuentro honrado en el sentido de no renunciar a nuestros respectivos lenguajes», defiende Salvador, para quien la música de Bach es especialmente apta a este tipo de experimentación. «Las estructuras formales de la música de Bach permiten claramente la improvisación -explica el donostiarra-. No es que la permitan, es que yo diría algo tan categórico como que la improvisación jazzística, que en teoría sólo tiene un siglo, tiene los precedentes en el Barroco, con su sistema de bajo cifrado que permitía ir improvisando las obras, que cada vez sonaban ligeramente distintas».

Cuando nos acercamos a mirar las partituras que utiliza cada uno de los pianistas nos encontramos con que, mientras que las de Salvador están llenas de apuntes y cifrados armónicos, las de Alexis Delgado están prácticamente vacías de notas. Para Delgado, que ha tenido una relación con Bach muy estrecha durante toda su vida profesional, este experimento ha sido un tanto impredecible. «Una doble sorpresa -confiesa-, porque por un lado es algo completamente novedoso para mí, que nunca había hecho antes algo parecido, y, sin embargo, me resulta extraordinariamente familiar este Bach que nos está saliendo». «Durante toda mi carrera -prosigue el pianista clásico- yo me he centrado en la lectura de partituras ya escritas, no he desarrollado mi capacidad de improvisar. No obstante, siempre he intuido que la gran maravilla de la música de Bach, más que la belleza propia de lo que está escrito, es el mundo de posibilidades que ofrece». Delgado se ciñe a la partitura, investiga e interpreta lo que está escrito con la mayor sensibilidad y capacidad de comunicación. Una tarea que, en realidad, puede sumergirle en insondables abismos de profundidad. Salvador, por su parte, dialoga con la música de Bach desde su mundo sonoro y su creatividad personal. Son, al fin y al cabo, las dos visiónes divergentes entre la música clásica y el jazz.

Pero esto no ha sido siempre así. Un reciente ensayo de Luca Chiantore en torno a la música para piano de Beethoven ha desvelado que éste improvisaba mucho cuando tocaba sus sonatas para piano, partituras que hoy en día son como una biblia para los pianistas clásicos, que respetan hasta su última coma. La tajante escisión entre intérprete clásico e improvisador no es tan antigua como podría parecer. «Es terrible y algo sintomático de nuestros días -explica Delgado-. El fenómeno del intérprete en realidad es muy reciente. La música siempre ha sido creación e improvisación, y en realidad un músico debería saber expresarse por sí mismo y tener su propia voz. Yo me he salvado, entre comillas, porque no sólo soy intérprete sino que también escribo, y mi vertiente creativa va por esos cauces». Delgado encuentra que, por muchas razones, hoy en día existe una veneración desmesurada por la interpretación de los clásicos. «Es un fenómeno nefasto y un problema de educación musical. El jazz se salva de eso y es de las pocas músicas que están realmente vivas».

Iñaki Salvador también comenzó su carrera como intérprete en el conservatorio de Donostia. Sin embargo, algo pasó para que terminase decantándose por el jazz. «No fue una decisión, fue pasión -rememora-. Recuerdo que en la época de la Transición había en mi casa muchos discos de cantautores. Mis hermanos los ponían y yo me quedaba fascinado con los pequeños sólos de un piano, o de una flauta, que sonaban tan libres. Para mí eran pura magia, y de ahí fui informándome de quienes eran quienes tocaban esos sólos y ampliando mi enamoramiento por la música de jazz». Salvador apuntaba maneras como intérprete clásico y mucha gente le cuestionó la idoneidad de desviar su carrera hacia el jazz en una época como los 80, pero finalmente apostó por el riesgo. Hoy en día el jazz está cada vez más en auge y Salvador forma a nuevas generaciones de improvisadores en su aula en Musikene.

No obstante, el donostiarra Salvador reconoce, quizá no envidias, pero sí aspectos de los pianistas clásicos que a él le gustaría recuperar para el jazz. «Los músicos de jazz a veces estamos muy centrados en los aspectos rítmicos, en las armonías que generamos, en los fraseos y las relaciones puramente musicales. Solemos dar la espalda a otros aspectos, fundamentales para los pianistas clásicos, como son la calidad del sonido, el cuidado en las dinámicas, el lograr la claridad y la limpieza a la hora de expresarse. También un cierto relax que a los músicos de jazz nos cuesta conseguir».

Salvador no se arrepiente en absoluto de haber dejado de lado una carrera clásica por una de jazz, pero dice no sentirse orgulloso de algo que para él es natural. «Es como enorgullecerte de ser vasco o de ser moreno. No te puedes enorgullecer de algo que es natural. Yo disfruto mucho de ser músico en general, porque el estilo musical en el que finalmente me he especializado es circunstancial. Todos los músicos estamos en el mismo barco, y el músico de jazz que no entienda eso es que no tiene las ideas muy claras». »Yo me reivindico -prosigue-, más que músico de jazz, músico improvisador. Lo mismo que conversador. Me gusta hablar, y me gusta hablar con el piano».

Alexis Delgado tiene una visión un poco más crítica. «También disfruto mucho de lo que es la interpretación. Ahora bien, sí que admiro enormemente a la gente que es capaz de crear, de tener fantasías musicales y representarlas inmediatamente, que es lo que hacen los improvisadores. Yo represento lo que somos comúnmente los intérpretes, personas que con mayor o menor sensibilidad comunicamos ideas de otros. Pero no tenemos una voz propia. Si te paras a pensar, la diferencia es enorme. Nos centramos en adquirir un dominio perfecto del instrumento, un virtuosismo que nos permita tocar obras dificilísimas, y dejamos sin investigar aspecto tan importantes como nuestro propio lenguaje e imaginación. Somos artistas, no debería ser así».

Entre el público se dan también las filiaciones entre el jazz y la música clásica, no siempre compartidas. El público de jazz se suele mover en un ambiente más desenfadado, mientras que los conciertos de clásica se han convertido en algo parecido a un ritual sacro. «Eso es parte de la estupidez humana y de la falta de visión global de las cosas -se indigna Delgado-. Ahora se consume el arte como se va al Corte Inglés, se ha desvinculado el fenómeno artístico de la vida y de una representación esencial de la existencia. A las siete y media vamos en peregrinación a escuchar a Sokolov tocar las sonatas de Chopin, porque eso es trascendental, y al salir nos vamos a disfrutar en un garito de jazz mientras fumamos y bebemos. ¿Qué disparate es ese? Nos dedicamos a disociar cuando el pensamiento inteligente es que asocia, vincula y descubre las relaciones entre todas las cosas».

Salvador opina que «todo esto nace de una tremenda confusión entre lo que es el ocio y lo que es la cultura. En el ocio se pueden tener filias y fobias: unos juegan al tenis y otros van mucho al cine. Pero la cultura es otra cosa, la necesitamos, está en nuestro ADN. Lo que tanta gente defiende, que con la crisis lo primero que hay que recortar es la cultura, es una frivolidad. Porque esta crisis económica es sólamente un síntoma de una enorme crisis de valores en la que se prima una sociedad absolutamente consumista, individualista, de un capitalismo salvaje que nos obsesiona con comprar y comprar y tener más y más. Por eso ahora mismo es necesaria la cultura más que nunca, porque la cultura, no el ocio, es algo que nos hace plantearnos muchas cosas sobre la vida y nos ayuda a ser mejores personas. Hoy más que nunca tenemos que mirar más para dentro y aprender a ser felices con las cosas realmente importantes de la vida, y no con un coche nuevo o el último modelo de móvil».

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