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Carlos GIL Analista cultural

Café

 

El café es más de letras o de ciencias? Imágenes seculares nos han fijado una historia de una cultura de proximidad donde el café es centro, excusa, acompañamiento e inspiración. Antes de la represión saludable el aroma de café se cruzaba con el humo del tabaco consiguiendo una conjunción de perfumes penetrantes que acaban en un poema, una sonata o una comedia costumbrista. En el tintineo acompañaba un licor. Con ese decorado hemos alimen- tando nuestro imaginario. En aquella esquina la poetisa con txapela de punto rasgaba un cuaderno rosa. Por el patio de vecindad llegaba a la par el aroma del café y la reiteración del guitarrista en sus ejercicios técnicos. Con los calentadores empapados, la toalla acariciando el cuello, el café reinventa la edad de la energía imperecedera.

Para el estudio o la creación; matutino o en tertulia, en sus múltiples variables, combinaciones y tendencias, el café ha tenido muy buena prensa y mejor literatura. Infusión interclasista, modelo de socialización, incita a hablar, escribir, leer o soñar; es preámbulo de una danza, epílogo de una obra de teatro o concierto, motivo de citas de trabajo, amorosas o de amistad. Un complemento perfecto. Una taza de café es el símbolo de una manera de estar y ser en el mundo. La ciencia y sus vampiros, los reguladores del gozo, intentan confundirnos, quitarle poética y darle metafísica química. Nos desmontan toda nuestra visión mágica para asegurarnos que todos esos efectos euforizantes se debe a que tiene muchos polisacáridos prebióticos, que acaban regenerando nuestro sistema perceptivo a base de acumulación de tocoferoles. Gramática parda.

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