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Tomas Trifol Profesor y licenciado en Ciencias Humanas

Facsímiles políticos

La ciudadanía vasca necesita percibir nítidamente que es en la complementariedad de todas las revindicaciones donde debiera estar la política de toda la izquierda abertzale

En este mundo de la política donde se pretende y también se logra camuflar los verdaderos intereses de los partidos políticos, que responden muchas veces a intereses no confesados a aquellos que dicen manifestar, gran parte de la ciudadanía parece que no se da por enterada, es decir que presumiblemente accepta la interpretación que de un hecho hace tal o cual partido. Sin embargo a lo largo de todas las encuestas sociológicas esta credibilidad es bastante escasa. Quizás falten en la mayoría de ellas aspectos muy puntuales y que el común denominador de encuestadores y políticos sea la consideración de que la mayoría de la ciudadanía es relativamente manipulable y sus opiniones puntuales absolutamente intrascendentes. Si así no lo fuera los partidos políticos tendrían mas cuidado de la forma y el contenido de muchas de sus declaraciones públicas y dejarían de creer en la candidez de sus electorados.

Concretándolo al caso de Euskal Herria nos encontraremos con los mismos esquemas de comportamiento. Pongamos tres ejemplos recientes.

El primero nos lleva a Donostia donde su ex alcalde recriminó a Bildu que «esta formación anteponía su propia ideología a los intereses de la ciudadanía» dando por sobre entendido que todo «su proyecto de ciudad» era compartido por la mayoría de donostiarras. Pues va a ser que ese «todo» es considerado por otros un desvarío porque proyectos que una forma de pensar los considera imprescindibles otra, los considera, eso, un despilfarro innecesario, una forma de autosatisfaccion y de prurito pagados con el dinero de todos que revierten en los de siempre, entre otros, las Constructoras y es que la presunción de que en la casa del burgués los criados como el jardinero y la cocinera son imprescindibles no es correcta, resulta que en la casa del trabajador son absurdos los criados y que sus prioridades son otras aunque haya coincidencias a veces.

Hay areopuertos que no se necesitan por ejemplo, puertos superfluos, metros costosísimos, y desde luego, ideas sobre el turismo, el ocio, la preservación de la naturaleza, el derecho al paisaje, integración de la emigración, ayudas distintas al desarrollo innovador, proyectos de educación y un larguísimo etcétera que necesitan complementariedad, es decir incorporación de todo aquello que no existe en la casa del obrero para que también esa felicidad se extienda a la «servidumbre».

El segundo nos lleva a otro camuflaje político bivalente. El PNV no quiere ninguna coalición con Bildu en orden a resolver o intentarlo el derecho o los derechos nacionales prioritarios. Propone en cambio acuerdos puntuales en materias como cultura, autogobierno e instituciones. Es una respuesta de lógica contundente pues los intereses declarados o camuflados de unos y otros no pueden ser los mismos en muchos ámbitos de la política.

Bildu nos encanta y nos sorprende por su candidez en la propuesta a pesar de que históricamente los sectores «dirigentes» de todas las sociedades se apuntan al carro después de que éste suba la cuesta, jamás antes. Creo que deberían saberlo.

El PNV responde a un sector claro de Poder dentro de los tres territorios en el que si hay ciudadanos de otras extracciones sociales, es porque a parte de aquello que nos recordaba con humor Jon Idígoras de «los estómagos agradecidos» sobre todo está la propia historia pragmática de dicho partido que es en definitiva la que atrae.

«Ladran, luego cabalgamos», espetaba en los años 80 Xabier Arzalluz refiriéndose a la izquierda abertzale de aquella época en la cual los ladridos eran un componente importante de su programa político.

Es pues esa aureola de partido cabalmente abertzale, dirigido por empresarios abertzales de vocación, en beneficio de todos, claro, la que produce lo mejor que en esta realidad, tal cual es, opera de forma equilibrada y profesional algo así como las antiguas democracias cristianas que funcionaron admirablemente para ellos en toda Europa en los lustros pasados.

Esa idea de autoridad bonachona, presente en las ideologías de origen cristiano y ahora sin embargo escrupulosamente profesionales por su «acumulada» experiencia en contra de posibles actuaciones radicales que hasta ahora históricamente «no han producido gran cosa», es la imagen perfecta de la atractiva careta de los carnavales de Venecia, pintada de oro brillante que esconde debajo a Cuasimodo. El simil se podría aplicar también al PP, aunque tanto este partido como su España sean hartos diferentes.

Por consiguiente, según el PNV, son «proyectos políticos distintos» concretizados, según se desprende de las declaraciones de Urkullu en que a lo largo de los años, unos consiguen cosas y los otros nada.

En cuanto a Bildu o esas izquierdas abertzales mayoritarias, debería bien definir cuáles son sus prioridades prácticas de todo orden desde su óptica y demostrar en el día a día que sus arquitectos, ingenieros y técnicos de la política son mejores y tan buenos como cualquier otro aunque no tengan pedigree, porque su diferencia estriba en si se representa o no sin camuflajes los intereses de la mayoría.

La derecha sólo utilizará a las mayorías para rellenar su proyecto empresarial, de modelo de producción, de pueblo, de país y de sociedad.

La ciudadanía vasca necesita percibir nítidamente que es en la complementariedad de todas las revindicaciones donde debiera estar la política de toda la izquierda abertzale.

En el tercer caso que nos queda por sacar a colación, un proyecto de izquierda abertzale para este país no entendería para nada un desentendimiento o una separación electoral entre la actual Bildu y Aralar. Pretextos ideológicos de cualquier tipo en nuestro maltratado país que se quieran elevar a la categoría de «insalvables» conducirían a los unos a su mas que posible desaparición del expectro electoral en el ámbito de los tres territorios históricos, a los otros a la pérdida de fuerza y a su descrédito y a todos al enconamiento de posturas encontradas y a la aniquilación para ambas partes de la dinámica ascendente en Nafarroa. La credibilidad de todo el proyecto quedaría seriamente dañada.

El país no se lo merece, sus ciudadanos trabajadores tampoco.

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