Mikel INSAUSTI

Siempre he defendido que el cine europeo tiene total derecho para copiar a Hollywood cuando le plazca, porque allí no paran de hacer “remakes” en inglés de películas del viejo continente realizadas originalmente en otros idiomas. En ese sentido no hay nada que objetar a “Made in Hungria”, pero no deja de ser triste que las cinematografías de los países del Este tengan que occidentalizarse para encontrar distribución en el exterior. Y, no sólo eso, sino abrazar además la cultura capitalista y rendirse a su poder de seducción, incluso en sentido retrospectivo. Esta producción húngara de hace dos años es una sátira de la etapa comunista, donde se mitifica todo cuanto para los jóvenes magiares estaba prohibido a mediados de los años 60, y que tenía que ver con el consumismo puro y duro, tal como ha venido a demostrar la caída del llamado telón de acero. Como música asociada a la rebeldía juvenil, el rock and roll llegó tarde y mal a Hungría, reproduciendo esquemas a duras penas bajo la presión de la censura.

“Made in Hungría” es una comedia musical procedente de los escenarios, en la que se nos habla de un joven inmigrante que regresa a su país después de estar varios años en los EE.UU. con su familia. A pesar de que en su tierra natal no se dan las condiciones para convertirse en una estrella del rock, el chico se empeña en cantar y aporrear el piano para llegar a ser el Jerry Lee Lewis húngaro. Tras salvar no pocas dificultades, amén de la incomprensión general, encontrará su oportunidad en un concurso de nuevos talentos, comprobando que no es el único del lugar que quiere despertar pasiones entre las chicas como Elvis. Por más que el protagonista coleccione discos de Buddy Holly, las coreografías y los números musicales de la película suenan a espectáculo sucursalista de gira por provincias. El tono es tan impostado como el que suelen exhibir los concursantes de los antiguos países comunistas cuando participan en Eurovisión, tratando de demostrar que están al día.