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Carlos GIL | Analista cultural

Convivencial

La cultura como expresión de una visión del mundo es la formulación de una teoría de la evolución que nos compara con la tortuga de Darwin por la parte exterior del caparazón. Algunas formas de manifestación cultural requieren de un acto revolucionario en estos días: la convivencia. No existe teatro, danza, ciertos tipos de música, sin la presencia de los dos agentes imprescindibles, el actuante y emisor, y el receptor, al que se llama público en el lenguaje mercantil. Esa convivencia define esas expresiones artísticas, las condiciona y las convierte en ceremoniales. Es una comunión asamblearia de seres humanos exenta de doctrina y que destruye cualquier atisbo dogmático. Una manera de ser y estar en el mundo siendo copartícipe de un acto único, irrepetible, laico, que conmociona y varía el estado de la conciencia y altera la conexión neuronal del propio yo para disolverse en el nosotros.

Convivencial, con el requisito de ser un acontecimiento descatalogado de los fenómenos de masas que inducen a la despersonalización, estas muestras de la racionalidad apasionada, este cúmulo de estratos de sensaciones, cánticos, gestos y palabras, amasan la propia personalidad y el más estricto sentido de pertenencia y no pueden quedar en manos de los mercaderes ni de los gestores apócrifos que administran un presupuesto sin alma. La ciudadanía debe rescatar de las garras de la unilateralidad cultural con su presencia las obras de teatro, los conciertos o los espectáculos de danza que escapen de esa vulgaridad inducida por la mediocridad del sistema. Es la hora del compromiso cultural, sin ambigüedades ni revanchas.

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