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Mece los brazos como hojas de palmera

Con la mirada perdida en el infinito, las bailarinas hacen ejercicios en la barra, encadenando saltos y piruetas. El profesor les corrige la postura tocándoles casi de forma imperceptible, porque el contacto físico es indispensable para estas bailarinas, componentes de la única compañía de ballet profesional para ciegos de Brasil.

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Anella RETA-AFP | SAO PAULO

Las bailarinas de la Asociación Fernanda Bianchini ensayaban duramente poco antes de presentar el pasado fin de semana «Don Pasquale» en el Encuentro Nacional de Danza (Enda) en la ciudad brasileña de Sao Paulo. El aprendizaje es lento y arduo, y requiere de la bailarina Fernanda Bianchini, de 32 años, mucha paciencia para transmitir a sus alumnas las técnicas y la belleza de esta disciplina. «Lo más difícil es hacerles comprender la ligereza de los brazos», ya que las bailarinas no pueden imitar el movimiento y en muchos casos nunca han visto a nadie bailar, explica Bianchini. Es más fácil «enseñar la postura de las piernas», una estructura más asociada a su rigidez natural.

Pero con imaginación, todos los desafíos se pueden superar. «Tratamos de asociar cada paso con algo concreto», explica la directora. Al abrazar a un árbol las chicas aprenden la primera posición, y con hojas de palmera, el leve movimiento de brazos y manos.

«El frappé (movimiento de piernas en la barra) las otras lo hacen muy bien, pero yo me siento todavía un desastre» reconoce Giselle Camillo, de 32 años y ciega desde los 16, debido a un desprendimiento de retina por un glaucoma. Su deficiencia no le impide empeñarse en continuar aprendiendo, y corregir sus posiciones para conseguir un buen spagat (el nombre con el que se conoce la posición de apertura de piernas en horizontal). «Amo bailar, es mi vida. Quiero ser profesional. Va a ser difícil pero lo voy a conseguir», destaca confiada la novata, que integra este cuerpo de baile desde hace sólo un año.

«Cada vez más el público quiere ver algo diferente. Y nosotras percibimos cuánto les gusta», dice la experimentada Gyza Pereira, de 25 años, que dedica seis horas diarias al ballet, entre ensayos y también dando clases. Gyza perdió la vista a los nueve años a causa de una meningitis. Fue entonces cuando fue invitada a recibir clases de ballet en una escuela para deficientes visuales en el estado de Pernambuco (noreste).

«Yo no creo que una bailarina ciega pueda llegar a hacer esos movimientos tan perfectos», confiesa. Para ella, los pasos más complicados son los grandes saltos y los giros, ya que estos «precisan de mucho equilibrio y quien no ve no tiene un punto de referencia. Tenemos que concentrarnos mucho», precisa.

Pero, admite también que «el ballet no tiene límites». Las bailarinas se dedican únicamente al ballet clásico.

El debut de este grupo de doce bailarinas poco habituales tuvo lugar en el Festival de Invierno de Sao Paulo, en 1998, ante el exigente público del ballet clásico. No siempre cuentan con el cuerpo ideal para este tipo de danza, pero demuestran una gran disposición para aprender y superar barreras. El público percibió «que ellas son capaces de bailar, y de hacerlo bien además», destaca Bianchini, quien también da clases gratuitas a 70 alumnos, 50 de ellos con deficiencias visuales, y otros con problemas auditivos, o incluso con deficiencias mentales. Ellas son un ejemplo a seguir: a la mítica bailarina cubana Alicia Alonso, coreógrafa y fundadora del Ballet Nacional de Cuba, el estar prácticamente ciega no le impidió convertirse en una de las grandes estellas de la danza del siglo XX.

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