Trípoli celebra el fin del Ramadán sin agua y con cortes de luz
La irrupción de los rebeldes en Trípoli ha provocado un deterioro de sus condiciones de vida. Sin agua, continuos cortes de electricidad y con la gasolina por las nubes, el CNT se enfrenta a su primera crisis. Los insurgentes defienden su autoridad, pero no ocultan que podrían comenzar los conflictos sociales.
Alberto PRADILLA
Por el momento, aguantaremos, pero si esto sigue así, habrá problemas». Nourdi Mohammed, de 50 años, espera en la puerta de su domicilio la llegada de sus dos hijos, Mhoadsa y Mazen (dos renacuajos de 10 y 13 años), que cargan con los 35 litros de agua que han podido rescatar del pozo de la mezquita Ben Amin, en el barrio de Gorji, en Trípoli. El templo se ha convertido en la única reserva de líquido de la zona. Diariamente, decenas de vecinos desfilan por el pozo para llenar sus bidones con agua sin potabilizar. Desde la irrupción de los rebeldes en la capital libia, las condiciones de vida se han deteriorado. No hay agua, los cortes eléctricos son frecuentes y el precio de la gasolina está por las nubes. Los fervientes seguidores de la insurgencia se consuelan culpando a Muamar Gadafi o insistiendo en que su vida ha mejorado sustancialmente. Pero el Consejo Nacional de Transición (CNT) sabe que si la situación sigue degradándose, las protestas podrían poner en jaque su recién estrenada autoridad. Todo ello, teniendo en cuenta que el ayuno de Ramadán concluyó ayer, por lo que hoy será el primero de los tres días de celebración de Eid El Fitr, la festividad que cierra el mes santo musulmán.
«Todo está bien. Estamos mejor sin agua ni electricidad que un día más bajo las órdenes de Gadafi». Said Sreba, de 65 años, peina sus canas sentado como un vigilante jurado en la puerta de la mezquita Ben Amin. En este barrio, la mayor parte de la población es originaria de Nafusa, en las montañas, por lo que el apoyo a los rebeldes es casi absoluto. De hecho, Sreba presume de haber ayudado a que los primeros informadores insurgentes llegasen a Trípoli bajo la excusa de una visita familiar. Así que no es casualidad que defienda a la cúpula insurgente.
La escasez comienza a ser muy evidente. Sin agua, cualquier servicio huele a inmundicia y el calor sofocante no ayuda. Quienes tienen suerte, consiguen líquido a través de pozos particulares. Pero tampoco son infalibles. Para extraer el agua es necesaria una bomba, y los continuos cortes de luz condenan a la sequía eterna al 70% de las familias tripolitanas. Esto también afecta a los centros médicos. En el precario ambulatorio instalado en Gorji por el CNT dependen por completo del suministro de la mezquita. «Por lo menos tenemos generador», señala el doctor Ayman Bashir.
Paradójicamente, alimentar los motores se ha convertido en una de las grandes dificultades para el que fue primer productor de petróleo de África. «Antes, 20 litros costaban dos o tres dinares (menos de un euro). Ahora, 100 dinares (algo más de 40 euros)», protesta Mouga Kelf, doblemente castigado por la elevada factura del carburante. Trabaja como taxista, pero prefiere dejar el coche aparcado.
En la calle, la solidaridad combate la sequía. No sólo en la mezquita Ben Amin. En una pequeña callejuela cercana a Bab-al-Aziziyah, el complejo presidencial de Gadafi, un camión cisterna repartía agua gratuitamente. Según asegura Allah Nadir, encargado de repartir el líquido a través de una precaria manguera, «un particular de Tahoura (80 kilómetros al sureste de Trípoli) ha donado esto para que se reparta entre la gente». Al igual que ocurre en el templo, los libios esperan pacientemente y en orden. No hay empujones. Por ahora, la crisis no ha llevado a la crispación. Aunque ya se escuchan los primeros rumores de protestas. El domingo, vecinos de Misrata se manifestaron contra la degradación de las condiciones de vida.
La pregunta que se hace todo el mundo es cuándo terminará esta ley seca forzosa. «Espero que se solucione en cuatro o cinco días. La gente empieza a enfadarse», sentencia Nourdi Mohammed. En un principio, el agua se cortó después de que corriese uno de los múltiples rumores que sacuden el conflicto: Gadafi habría intentado envenenar el suministro. Pero, en realidad, la clave del problema está en el sur, en Sabha. Desde allí parte el Gran Río Artificial, una sucesión kilométrica de tuberías que provee de agua a Trípoli y que tiene atascadas una de sus compuertas. El problema es que se encuentra en territorio controlado por Gadafi. Por eso, el CNT ya se plantea abrir un nuevo frente de batalla. Pero con la capital bajo un control precario y buena parte de sus tropas dedicadas al asedio de Sirte, parece difícil que puedan lograrlo.
Fuentes rebeldes anunciaron ayer, y no es la primera vez, la muerte en combate cerca de Trípoli de Jamis Gadafi, hijo del líder libio y comandante de la temida Brigada 32 del Ejército gadafista.
Argelia, a través de su Ministerio de Asuntos Exteriores, anunció ayer que Safia, esposa de Muamar Gadafi, y tres de sus hijos (Aisha, Mohamed y Hanibal), habrían abandonado Libia para buscar refugio en el país vecino. Todavía no hay noticias sobre el general, ni tampoco sobre otros miembros de su saga. Los familiares de Gadafi podrían haber huido en el convoy de vehículos blindados que atravesó la frontera el pasado viernes, según la agencia egipcia Mena, aunque Argel negó ese extremo. Podrían ser los últimos en tomar este exilio, ya que el Gobierno argelino habría decidido cerrar sus accesos desde Libia, según publicó el diario «Al Watan». A.P.