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Cristina Maristany Escritora

Al pueblo vasco

Todas las víctimas merecen ser recordadas, no hay muertos de primera y de segunda. Toda muerte es terrible, pero no se puede utilizar a las víctimas permanentemente como suelen hacer el partido en el Gobierno y el PP para su provecho a costa del dolor ajeno y, al mismo tiempo, atacar a la izquierda abertzale

El pueblo vasco ha apostado firmemente por llegar a la raíz del problema en Euskal Herria. Si se aunaran todas las fuerzas capaces de hacer eso posible (no las del Estado español, por supuesto), la historia, que más pronto que tarde al fin se cumplirá, se convertiría ya en un hecho tangible. Cuántos años de demoras y sufrimientos por la indecisión de algunos de los protagonistas.

La izquierda abertzale pide al Partido Nacionalista Vasco que no cierre la puerta de esta historia, y creo sinceramente que el PNV tiene una enorme responsabilidad. Las condiciones que existen hoy en el País Vasco son importantísimas, por lo que es imposible cerrar los ojos y los oídos al pálpito de los miles y miles de personas que, en la calle, reclaman lo que les corresponde.

Ayer fui a recoger varios ejemplares de GARA atrasados, vivo lejos y en mi barrio no se encuentra. Leídos así, desordenadamente, se encuentran hechos sorprendentes. Se pueden leer unas declaraciones de Urkullu del día 14 de agosto hablando de que el discurso de autodeterminación está superado, y critica a la izquierda abertzale por insistir. Para él lo importante de los últimos tiempos es que, gracias al PNV, «se está enfocando el encauzamiento final del cumplimiento del Estatuto de Autonomía». Ahora, tras la bochornosa reforma constitucional exprés planteada con nocturnidad y alevosía, no para resolver los grandes problemas que esta inamovible Constitución debió acometer hace ya muchos años, sino para arrodillarse ante el poder de los mercados, «el pacto del déficit», y renunciar a lo poco conseguido, el diputado Josu Erkoreka pretende presentar una enmienda sabiendo de antemano que será rechazada por el PSOE y el PP.

La interesantísima posibilidad actual de la oferta electoral al PNV y a Aralar presentada por la izquierda abertzale, EA y Alternativa fue rechazada por Urkullu antes de conocerla, en declaraciones a Europa Press, con varios argumentos: «No creo que una coalición sea una fórmula idónea, no creo que quieran hacer nada con el PNV», etc. También para reforzar su postura negativa, se refirió al fracaso del Frente Autonómico. En ese Frente estaba el PSOE, pero da la casualidad de que el parto de HB aún no se había producido. Pese a que el Urkullu de hoy se está convirtiendo en un plañidero, la izquierda abertzale sigue insistiendo. La respuesta de Aralar ha sido otra muy diferente y positiva.

Se acerca el 27 de septiembre, una fecha que no se puede olvidar. La verdad es que son varias las veces que he escrito sobre este siniestro y tristísimo día en el que Franco, fiel a su trayectoria hasta el final, se llevó cinco jóvenes vidas por delante, las de los últimos fusilados del franquismo: Juan Paredes Manot Txiki, Angel Otaegi, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz. Era el año 1975. Un año antes, el 2 de marzo de 1974, había sido ejecutado a garrote vil Salvador Puig Antich. Los abogados Marc Palmés y Magda Oranich estuvieron presentes en la ejecución de Salvador y también en el fusilamiento de Txiki en Cerdanyola. Ellos contarían después que Txiki no había permitido que le vendaran los ojos. Los que le fusilaron eran guardias civiles voluntarios. Txiki, mirándoles a la cara, empezó a cantar el «Eusko Gudariak». Sonaron los disparos, no una ráfaga, sino poco a poco, lentamente. Él siguió cantando, retorciéndose y cantando hasta que le dieron el tiro de gracia. A Angel Otaegi lo fusilaron en Burgos. Tampoco permitió que le vendaran los ojos. Aquella madrugada le dijo a su madre: «Nuestra lucha es para liberar Euskadi. El pueblo vasco sabrá cómo muere un euskaldun». José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz fueron fusilados en el polígono de tiro de Hoyo de Manzanares. Los tres rechazaron también que les vendaran los ojos y esperaron la orden de fuego mirando de frente a sus asesinos. El estallido que siguió tras los fusilamientos fue impresionante: Francia, Grecia, Portugal, Suiza, Alemania Federal, Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca, Australia, Colombia, México... La muestra mundial de solidaridad fue importantísima.

Escribí, recogiendo varios de los testimonios publicados en aquellos días, un artículo en «Egin» titulado «27 de septiembre». Posteriormente se publicó un libro con mis artículos en «Egin» de los años 1986-1987 en el que venía ese artículo. El prólogo lo hizo Antonio Álvarez-Solís.

Todas las víctimas merecen ser recordadas, no hay muertos de primera y de segunda. Toda muerte es terrible, pero no se puede utilizar a las víctimas permanentemente como suelen hacer el partido en el Gobierno y el PP para su provecho a costa del dolor ajeno y, al mismo tiempo, atacar a la izquierda abertzale, que sí ha rechazado reiteradamente la violencia, para intentar, si cuela, que sea ilegalizada de nuevo. Es un juego sucio y cruel, ya que, además, se olvida de que quienes así actúan, transcurridos más de 75 años del inicio del golpe fascista que condujo a la desgarradora guerra civil de tres años de duración, no la han condenado todavía. Tampoco a los miles y miles de muertos inocentes asesinados en los casi 40 años que duró la dictadura franquista.

Asimismo, los instigadores de la mayor vergüenza de un país, el terrorismo de estado, no han condenado el GAL. Por eso es el colmo del cinismo el follón que se ha organizado por las declaraciones sacadas de contexto del diputado general de Gipuzkoa, Martín Garitano, pero así remueven el dolor de las víctimas, que es el objetivo. Conviene no olvidar que el Acuerdo de Gernika incluye el reconocimiento de todas las víctimas.

La izquierda abertzale dijo algo que había apuntado la abogada Jone Goirizelaia, que PSOE y PP recurren a la «utilización política del sufrimiento y la consiguiente instrumentalización de las víctimas del conflicto para así ocultar su inmovilismo».

Mientras tanto, Arnaldo Otegi y todos los que han apostado seria y profundamente por la paz desde hace mucho tiempo continúan encarcelados, y hay más de 700 presos vascos. ¿Hasta cuándo?

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