ENSAYO
Dios, mmm, y rey (o: ni en dioses, reyes...)
Iñaki URDANIBIA
Mantenía Plotino (205-270) que el «Uno» venía a ser el espíritu divino universal del que participa el individuo. Muchos parecen ser quienes buscan en la unidad el eje de la jerarquía y el orden, rechazando la pluralidad como origen de la confusión y del caos. Con respecto a los dioses, surgieron con dominio absoluto los credos monoteístas; traspasando lo anterior al campo de la política se extendió con fuerza la figura del monarca (monos y arjé = poder de uno) como reflejo terrenal del orden celestial. Si esto fue así en épocas pasadas hay lugares en que la cosa, mutatis mutandis, sigue funcionando de esa caduca manera, que desde luego de democrática no tiene nada.
En este orden de cosas, el caso hispano es paradigmático. El poder de la Iglesia es enorme y la cosa viene de lejos, mas sus privilegios son consagrados en el presente por el poder de un monarca nombrado por el caudillo Franco y tutor de la llamada «transición democrática» en la que, por cierto, no se consultó al pueblo acerca de la forma de gobierno (monarquía o república) que lucía en todos los programas de las coaliciones, más o menos, antifranquistas; del mismo modo que no se cumplieron prácticamente ninguna de las medidas exigidas por los organismos mentados. Como pago, los jerarcas eclesiásticos apoyan con todas sus fuerzas -celestiales y terrenales- al Borbón de turno, y viceversa.
En este libro necesario, como muchos de los suyos, del prolífico y magistral Gonzalo Puente Ojea, se desenmascara la nefasta historia de esta colaboración de poderes y se subrayan las consecuencias que traen tales manejos de cara a la autenticidad de la supuesta democracia, que se ve invadida por medio de estas usurpaciones originándole un gran déficit en su autenticidad. Se consagra así que crezcan los privilegios de unos poderes fácticos impuestos que no responden para nada a la lógica de los votos y que mangonean a su antojo -con el beneplácito de la clase política en casi su absoluta totalidad- los destinos de los ciudadanos (aunque tal vez fuese más certero llamarles súbditos).
Imposible dar cuenta de la amplitud de los datos aportados sobre la historia del cristianismo y sobre la constitución de la ideología monárquica, y del empujoncito constantiniano al primero... se pasa luego a hablar de su peso en el caso hispano y del monopolio eclesiástico en los años del nacionalcatolicismo y en los posteriores en los que, sin ser confesional, el Estado se comporta como tal, alejado del ideario ilustrado y del laicismo que debería mantener cualquier estado democrático que se precie. El autor nos zambulle en las aguas turbias de la política y en los fangos jurídicos con una sencillez ejemplar. Añade este pozo de sabiduría unas pinceladas sobre el «conflicto vasco». Un libro que, reitero, resulta necesario al exponer con claridad un amplio abanico de temas que lastran la supuesta calidad democrática de la monarquía parlamentaria hispana.