10 años de perspectiva para mirar los posos del 11-S
Dabid LAZKANOITURBURU I
Hay sucesos que marcan a toda una generación y que producen tal vértigo y estupor que pasan a la historia como episodios del final -o del inicio- de una época.
El 11-S se incluye, sin duda alguna, en esa categoría. Quién no recuerda dónde estaba y qué hacía cuando el segundo avión impactó en las Torres Gemelas.
Mucho se ha disertado en torno a si esa fecha marcó el fin de un mundo y el advenimiento de una nueva era, marcada por el lento pero inexorable declive de la gran superpotencia. Esta tesis es alimentada por la tendencia a explicar la historia no en clave de proceso sino atendiendo a momentos considerados hitos. A eso ayuda la actual deriva de la llamada sociedad de la información, que suple los análisis por la imagen de impacto. Y, sin olvidar el drama, la del 11-S fue, en ese sentido, insuperable.
Milenarismos al margen, no hay duda de que nada ha sido igual desde que EEUU sufrió, en su corazón financiero, militar y político, su propio Armagedón.
Pero los datos objetivos apuntan a que la deriva estadounidense y, por extensión occidental, que tendría su colofón en la crisis global anunciada en 2008, venía de atrás. Los propios errores cometidos durante décadas por EEUU en su gestión de las crisis en Oriente Medio y el mundo árabe explican, que no justifican, el 11-S.
El mismo hecho de que Al Qaeda pudiera llevar a cabo con éxito su «venganza» denota, más allá de las manidas teorías conspirativas o de las que defienden que las casualidades son el motor de la historia, que el imperio tenía ya el 10 de setiembre de 2001 desprotegido uno de sus flancos vitales: sus fronteras.