Crónica | fira tárrega
Bodas, bautizos, comuniones y algunas defunciones en Tàrrega
Hay tantas ferias como individuos; tantas voluntades como tentaciones. Se puede empezar yendo a setas y acabar con muchos rolex. El eje central son los artistas y sus creaciones pero existen muchos satélites rodeándolos que ocupan espacio y forman parte de este encuentro entre la vida, el teatro y los contratos.
Carlos GIL I
Todo buen feriante debe hacerse un plan perfecto. Con el mapa y la parrilla de programación, se confecciona su programa del día. Con ese espíritu sale para acudir a las citas matutinas, como puede ser la experiencia «Parking Shakespeare», en un parque público, donde unos supuestos trabajadores de mantenimiento, acaban haciendo «Sueño de una noche de verano» de Shakespeare, o parte de ella, en plena naturaleza, con los árboles de verdad, como en el texto del bardo inglés. Una versión sencilla y popular. El cuerpo se queda tranquilo mientras el alma descansa. Ya llevamos un Shakespeare y no hemos hecho nada más que empezar. Una seta excelente para nuestra cesta.
Es a partir de ahí, cuando van apareciendo tentaciones. Alguien te cuenta que no debes perderte el trabajo de «La Veronal», pero coincide con otro espectáculo «imperdible» en horario y días, y además, tienes una cita, una entrevista, y hay otras actividades paralelas que no debes perderte y, para colmo, están las presentaciones en la Llotja, y es cuando hay que empezar a discriminar con un potenciómetro de versatilidad y apostando claro al juego del error-acierto, como elemento no circunstancial, sino como parte de la dramaturgia del feriante concienciado.
La Llotja, es una lonja, el lugar donde se acumulan más ilusiones y expectativas por metro cuadrado. Allí compañías, medios de comunicación, productoras e instituciones varias tienen sus stands. Es un lugar de negocio. O de contactos. O de encuentro. Un lugar que debes visitar cada día. Donde te encuentras con viejos conocidos, o vuelves a abrazar a alguien con el que has estado hace cuatro días despidiéndote en un aeropuerto brasileño. Allí empieza el caos, es decir, la energía se va rearmando y puede cambiarte tu destino, reorganizarte tu agenda.
A ciertas horas te encuentras un ambiente de bodas, bautizos y comuniones, porque algunos muestran partes de sus obras, como hacen las «Divinas» un grupo catalán especializado en musicales, que presentan «Enchanté!», un interesante recorrido por las canciones cabareteras que dieron aire alegre a parte de la ciudadanía que sufrió la Segunda Guerra Mundial. Otros regalan confites, los de más allá un producto de su tierra, y un vino generalista. También hay sitio para el ambiente de tanatorio, y no porque uno de los espacios habilitados este año este pared con pared con el de Tàrrega, sino porque allí se producen flujos informativos, noticias negativas, como el cambio de destino administrativo de alguien muy ligado al teatro, o que una de las ferias más características del ámbito del catalán que se celebra en Manacor, Mallorca, se entere su director que le han negado la ayuda económica desde el nuevo Gobierno balear que la pone en el disparadero de decidir sobre su continuidad.
Un clásico desde hace dieciséis años es el piscolabis ofrecido por Euskal Teatroa, con un menú fijado desde hace una década, a base de «langostinos de Ibarra», el atún de conserva, el chorizo riojano, las tejas de Tolosa, antxoas sin documentación y txakoli para aliviar el calor asfixiante de este setiembre en «terra ferma», leridana. No reúne solamente a la extensa colonia vasca, sino a los más veteranos feriantes que saben que hay calidad y cantidad y se puede salir con el día hecho. Un café torero, y a la siesta.
Este año hay una variante: es el Instituto Etxepare quien lleva la representación y no el departamento de Cultura, y su directora es Aizpea Goenaga, teatrera de pro, ahora en labores institucionales, que más que un discurso, trae una sonrisa y muchos abrazos y caricias para la nómina teatral vasca. Allí aparecen los personajes de « + 75», de «Fadunito», una compañía que se ha hecho un hueco en las calles con sus personajes agigantados. Llegan con sus sillas de ruedas, son ancianos, y demuestran su facilidad para la improvisación. «¿Es gratis?», preguntan y les contesta Goenaga, «sí, además puedes llenarte el bolso». Como la vida misma.
Cosas que puedes hacer en Tàrrega y no es habitual: comer costilla de cerdo a la brasa hecha al momento mientras aprecias el trabajo de una trapecista de la compañía Jo Bithume, una delicadeza. O encontrarte a los chilenos de Metralleta y Murmullo, viejos conocidos de Leioa, organizando su especial versión de Facebook primaria en «Quieres ser mi amigo», pero al lado ver a otros trapecistas y no saber si son del programa o son espontáneos, porque acuden a decenas, lo mismo que lateros, que te dan la cerveza mucho más barata que los lugares oficiales. Un mundo reinventado en donde caben maravillas como ver a Sharon Fridman y Arthur Bernard Bazin bailando su magnífica pieza «Hasta dónde», que sobrecoge por la claridad de movimientos y gestualidades realizados a una velocidad endiablada. Llega el final del día, y entre la misión cumplida y la comprobación de que no has parado, pero no has cumplido ni la mitad de lo programado a la mañana. Hoy será otro día, otra nueva voluntad, más tentaciones. Esto es Tàrrega, teatro asilvestrado ordenado con sabiduría.