El regreso al trono de Putin
Dabid LAZKANOITURBURU
Periodista
Aescasos tres meses de que arranque el período electoral en Rusia -a las legislativas en diciembre le seguirán las presidenciales en marzo de 2012-, el Kremlin ha zanjado de un plumazo cuatro años de interesadas elucubraciones.
Sin margen para la sorpresa, Vladimir Putin volverá a ser presidente después de cuatro años, confirmando que, desde 1999 -año en que recibió el testigo de manos de un acabado Boris Yeltsin-, y presumiblemente hasta 2024 -las legislaturas se amplían oportunamente a partir de ahora a seis años-, era, es y seguirá siendo el hombre fuerte de la nueva Rusia.
El interregno del desconocido Medvedev ha sido eso, un período transitorio que, a lo más, ha servido para que el personaje ofreciera gestos de aggiornamiento para con Occidente. Gestos con los que más de uno confundió sus deseos con la realidad, soñando con un delfín que se enfrentaría a su mentor y retrotraería a Rusia a la época liberal y dorada -para los no rusos- del capitalismo salvaje y abierto a los intereses extranjeros.
Los rusos recuerdan aquella época como una pesadilla, de ahí que conecten, con mayor o menor entusiasmo, con un «nuevo Zar» -Putin- al que ven como su antídoto.
Pero la condición de Putin de hombre fuerte de Rusia no presupone fortaleza alguna en la antigua potencia.
Al contrario, su reelección evidencia la debilidad de un sistema que no encuentra sustituto y en el que su verdadero ideólogo en la sombra, Vladislav Surkov, sigue sin poder afinar las cuerdas de la «democracia a la rusa».
De ahí que el actual escenario, con su partido único (Rusia Unida) y su liderazgo vertical, parezca una caricatura de tiempos pasados. Una eterna nostalgia por lo que fue y nunca volverá.