ANALISIS | Guerra en Libia
La trinchera rebelde en la guerra mediática libia
El apoyo mediático ha supuesto una baza indispensable para los rebeldes libios. Desde el comienzo de la revuelta, Gadafi cortó Internet, mientras que los insurgentes habilitaban centros en los que empotrar a los periodistas. Mientras que los informadores vivían el día a día desde un lado de la trinchera, el otro fue condenado al olvido. Al Jazeera en el mundo árabe y la prensa occidental en esta parte del mundo han constituido un aliado tan eficaz como las bombas de la OTAN.Mientras que el régimen cortó Internet y los móviles, los insurgentes habilitaron centros de medios para ganar el favor de la prensa
Alberto PRADILLA
Los medios han constituido el primer frente de batalla para los rebeldes libios en su combate contra el régimen de Muamar Gadafi. Antes incluso que las bombas de la OTAN cambiasen para siempre las protestas que ya habían degenerado en guerra, la simbiosis entre corresponsales e insurgentes era ya un hecho. De hecho, sin Al Jazeera, que emitía cortinillas patrióticas similares a un No-Do insurgente, al igual que sin los ataques de los aliados, los sublevados nunca hubiesen llegado a Trípoli. La misma Al Jazeera tan celebrada por su papel en Afganistán, Irak, Palestina o Egipto. No se puede olvidar que no fue hasta que los medios occidentales difundieron la falsa noticia de que las manifestaciones estaban siendo bombardeadas (en realidad, «solo» las habían ametrallado) que la comunidad internacional prestó atención al hecho de que una parte de la población libia se había rebelado. Aunque, para comprender el proceso, hay que empezar desde el principio.
Ras Jdir, finales de febrero. Miles de desplazados huyen a través de la frontera entre Libia y Túnez. El caótico paso, colapsado, solo tiene sentido de salida. ¿Qué es lo que está pasando al otro lado? Nadie lo sabe. Muamar Gadafi ha cortado Internet y el teléfono, así que no existe manera de contrastar las informaciones sobre las protestas. Aunque el hecho de que miles de personas escapasen con lo puesto ya aporta alguna pista.
El objetivo era entrar. Y los rebeldes comprendieron (o fueron instruidos) rápidamente de que necesitaban el favor mediático, algo que nunca fue una prioridad para el régimen, enrocado en la ley mordaza. De este modo, mientras el equipo de Telesur en Trípoli denunciaba haber sido detenido y golpeado por miembros de las fuerzas de seguridad libias el 25 de febrero, los integrantes del Consejo Nacional de Transición de Bengasi establecían las bases de sus centros de medios. Una red de salas con Internet en un país con la conexión clausurada en la que jóvenes comprometidos con la revuelta se desvivían por colaborar con una prensa extranjera a la que prácticamente no habían tenido oportunidad de conocer. Desde el destartalado pero oficial edificio de la Mahkama de Bengasi hasta el colegio de Misrata, los centros de medios se convirtieron en la columna de apoyo a la ofensiva militar insurgente. Ese era el lugar desde donde obtener un coche para llegar hasta el frente de Ajdabiya, un permiso para colarse en un barco de armas dirigido a Misrata o el acceso al campo de entrenamiento de la brigada Trípoli en Zintan. ¿Quién pagaba eso? En un principio, Al Jazeera montó su propia oficina abierta para el resto de medios en el bastión insurgente. Después, nadie explicó de dónde llegaban los fondos, no solo para mantener Internet por satélite, sino también la red de telefonía móvil que funcionó de forma gratuita en la Cirenaica desde el inicio de la sublevación.
En este contexto, con toda la prensa internacional empotrada en las columnas insurgentes, es cuando aparece el fenómeno que el reportero vasco Unai Aranzadi definió como el «periodistas rebelde». En un artículo publicado en Rebelión, Aranzadi llama la atención sobre el hecho de que «el Poder ha otorgado a estos periodistas permiso para sentirse y ser «rebeldes», para soñar y estar a favor de «lo rebelde», e incluso para poder apoyar una «lucha de liberación» como en prácticamente ningún otro contexto de guerra insurgente les sería permitido». Y así fue. Padecieron (padecimos) el mismo miedo que los combatientes cuando los Grad lanzados por el ejército contrario caían en el desierto de Ajdabiya o en el puerto de Misrata. Sufrieron (sufrimos) con los chavales desgarrados durante la infinidad de entierros de postadolescentes que salían a hacer la guerra haciendo el símbolo de la victoria y regresaban despedazados en la parte trasera de un pick up. Al mismo tiempo, ¿qué sabíamos del otro lado? Desde un punto de vista humanitario: ¿no explotaban los cohetes que veíamos lanzar desde las camionetas que nos transportaban? ¿No se celebraban los mismos funerales, con los mismos cuerpos destrozados, en la zona verde de Libia?
Las condiciones para los medios en la Trípoli gadafista eran bien distintas. Frente al acceso libre a través de la frontera de Saloom, interminables gestiones para un visado que nunca llegaba. Quienes lo consiguieron (la mayor parte corresponsales de grandes medios, aunque no todos), abonaban diariamente entre 250 y 280 dólares por una habitación en el Rixos o el Corinthia, los dos principales hoteles de la capital. Las salidas, organizadas, siempre con funcionarios del régimen. ¿Alguien piensa de verdad que un tendero de la Medina criticaría al gobierno sabiendo que dos de sus funcionarios escuchan la conversación o o directamente la traducen? «La diferencia entre antes y ahora es que, aunque no queremos que grabes, estás aquí, mientras que en otro tiempo ya habrías sido detenido», se defendía un miembro del CNT ante dos periodistas que filmaban las razzias racistas protagonizadas por los insurgentes en Trípoli. Y tiene razón. Aunque también es cierto que, con su institucionalización, los rebeldes han comenzado a imponer cada vez más trabas a la labor de esos periodistas que tanto les ayudaron.
El asedio de Misrata será recordado con heroísmo. El de Sirte, como una obligación. Y eso que las condiciones del actual sitio son considerablemente más difíciles (por cierto, ¿alguien se ha preguntado cuántos simpatizantes rebeldes hay en la ciudad natal de Gadafi como cuando nos interrogábamos sobre su apoyo real en Trípoli?) Por desgracia, las víctimas de las bombas de la OTAN sufrirán el apagón mediático. Si los bombardeos aliados se justificaron con el argumento de salvar civiles, los cadáveres de esos mismos civiles provocados por quienes venían a defenderles no ayudan a esa versión oficial limpia, sin aristas, que los vencedores tratan de imponer. ¿Utilizaron los rebeldes a la prensa? Por supuesto. ¿Mintieron sus portavoces como parte de la propaganda de guerra? Sin duda. La cúpula del CNT aprovechó la simpatía que generaban sus bases para colar tantas mentiras que la credibilidad de sus portavoces está bajo mínimos. También la de quienes las repitieron sin cuestionarse nada. Pero eso no implica que las atrocidades de Gadafi no existiesen. Y, sobre todo, que no fuese necesario relatarlas. Como también sería indispensable documentar qué es lo que está ocurriendo en Sirte.
El portavoz del régimen de Muamar Gadafi, Musa Ibrahim, desmintió ayer a la cadena de televisión Arrai, su captura por parte de las fuerzas del CNT, como había anunciado el nuevo régimen y relató que fue atacado cerca de Sirte.
Después de dos semanas de ofensiva, los combatientes del CNT siguen enfrentándose a la resistencia de Sirte, que les impide acceder al interior de esta villa costera de 70.000 habitantes. Las fuerzas del nuevo régimen controlan el puerto y el aeropuerto pero no llegan a consolidar sus posiciones en la ciudad de forma permanente, al recibir disparos cuando se aproximan al centro. Aseguran, sin embargo, que las tropas de Gadafi carecen de electricidad y se alimentan sólo de pan. En Bani Walid, otro feudo aún fiel a Gadafi, las tropas del CNT, situadas en las afueras de este extenso oasis de accidentado relieve tampoco llegan a progresar, a pesar de un mes de combates que han causado al menos 40 muertos en sus filas. GARA
El CNT ha dado dos días de respiro a los habitantes de Sirte para que abandonen la ciudad donde se encuentran atrapados por los combates. Unos 18.000 ya la han abandonado y unos 25.000 han hecho otro tanto en Bani Walid huyendo de la operación que supuestamente tenía como objetivo proteger a los civiles libios. «La OTAN bombardeó un gran edificio de 600 apartamentos hace dos días, con una docena de bombas y lo arrasó», relata Ashiq Hussain, un electricista paquistaní instalado en Sirte hace 30 años, mientras huye con 11 miembros de su familia, entre ellos seis niños. «Mi casa fue alcanzada ayer, así que decidí salir temprano esta mañana con mi familia. No sé si fue alcanzada por bombas de la OTAN o el fuego pro-CNT», dijo Mohammed , otro residente, agregando que no hay alimentos, medicinas, agua o electricidad. Human Rights Watch (HRW) ha pedido a las nuevas autoridades libias que pongan fin a las detenciones arbitrarias y a los malos tratos a los presos, ya que ha constatado sobre todo golpes y descargas eléctricas en al menos seis prisiones. GARA