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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

El relato de un ausente

La ausencia del lehendakari de la CAV Patxi López de la Conferencia Internacional que tendrá lugar mañana en Donostia es la última y más llamativa muestra de su renuncia a ser protagonista de cualquier acontecimiento o movimiento importante relacionado con los principales asuntos del territorio bajo su Administración: la resolución política del conflicto y la normalización, la crisis económica e institucional o el incremento del paro y de la precariedad laboral. Agirre tiene un diagnóstico: el «síndrome del espectador», que explica en su artículo de hoy, en el que también reflexiona sobre «el relato».

Me intriga el argumentario de Patxi López mañana, cuando se baje del avión en Nueva York, y le pregunten por su ausencia en la Conferencia Internacional que a esas horas se desarrollará en Donostia. Aventuro lugares comunes acerca de su compromiso con la expansión empresarial en aquel país en tiempos de zozobra económica, y no es difícil imaginar que tratará de marcar distancia con esa destreza que le caracteriza: «el Gobierno vasco no se compromete con esa iniciativa porque considera que la iniciativa le corresponde a la sociedad vasca».

Sea en las escalerillas del John F. Kennedy, sea a la sombra del Puente Colgante de su Portugalete natal, nadie va a entender que el lehendakari de un país marcado por el óxido de un conflicto interminable esté embarcado el lunes en una tournée con empresarios y técnicos en la que -con ímprobos esfuerzos por parte del traductor- a lo sumo podrá disertar sobre «el triunfo de la normalidad» sobre el que asienta su balance de gobierno.

Pero ¿es normal que López se ausente mientras llegan a Donostia decenas de personalidades de nivel mundial dispuestas a comprometerse en una solución definitiva del conflicto vasco? Si conjugamos al modo del «hijo de Lalo» los términos «normalidad» e «iniciativa», nos encontraremos con una imagen estática. Los mismos que graznan día y noche reprochando inacción de Bildu en la Diputación guipuzcoana o en el consistorio donostiarra, se han pasado dos años largos sin aportar una sola idea ajena a la lógica policial para superar el conflicto que heredaron. No voy a insistir en la ilegítima mayoría sobre la que conformaron su Gobierno; es preferible atender a su lamentable parálisis funcional. Me refiero a su incomprensible renuncia a ser protagonista de ningún movimiento de calado en el tablero vasco que tenga relación con cualquiera de los principales problemas del país: la resolución política del conflicto y la normalización, la crisis económica e institucional, el incremento del paro y de la precariedad laboral... Patxi López y su gabinete padecen el «síndrome del espectador». Se trata de un fenómeno psicológico por el cual es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que cuando se está solo. La explicación más común de este fenómeno es que, con otros presentes, los observadores asumen que otro intervendrá y, por ello, todos se abstienen de hacerlo. El grupo hace que se difumine la responsabilidad.

Nuestro actual lehendakari sufre ese efecto desde que recibió la makila en la Casa de Juntas de Gernika, y desde entonces se ha negado a contrarrestarlo dirigiendo su acción de gobierno en una determinada dirección. Ha preferido apelar continuamente a la gente, en general. La iniciativa le corresponde a la sociedad vasca, repite aún hoy en día, cuando es precisamente la sociedad vasca, su nervio más vital, la que le arrebata la iniciativa y la responsabilidad a todas horas. Fruto de ese impulso es la Conferencia Internacional que arranca mañana en la antigua residencia veraniega de Franco.

El marco de la Conferencia, por sus reminiscencias históricas, es un motivo añadido para reflexionar acerca de la «paz con memoria» que pregona el lehendakari ausente. Ese relato veraz que propone a todas horas se circunscribe a la teoría de los «vencedores y vencidos» que ya lanzaron a los cuatro vientos los sanguinarios generales y falangistas del 36. La pretensión de moralizar al conjunto de la población a partir de un único relato histórico choca de frente con las experiencias y criterios de resolución de conflictos en los cuatro puntos cardinales del planeta.

Lo recordaba Jonathan Powell en su comparecencia ante los medios del pasado martes: para alcanzar una paz duradera es necesario liderazgo político, asumir riesgos, emplear un diálogo incluyente y evitar la dialéctica de «vencedores y vencidos». Pero también enfatizaba sobre ello Fabián Laespada, portavoz de Gesto por la Paz, al puntualizar a López e indicar que un relato honesto sobre lo ocurrido no puede sustentarse en el mito de una paz con vencedores y vencidos, ya que los «los grandes derrotados» son quienes tiene un familiar en la tumba. Si a esto le sumamos que las X Jornadas de Solidaridad con la Víctimas organizadas por Gesto por la Paz tenían como eje principal la categorización y reconocimiento de las «otras víctimas», es decir, las causadas por la violencia del estado, hay que reconocer que Patxi López es un barquito de papel en medio de un oleaje de cada vez mayor envergadura. Sigue esperando que otros, sea Basagoiti a veces, la ejecutiva del PSE en otras, o el mismo Rubalcaba en la mayoría de las ocasiones, los que le suban o le bajen del avión. El jet lag le importuna cada vez que hay que hablar claro o dar un paso adelante.

Por suerte para este país, todas las mañanas amanece sin necesidad de que el lehendakari de la calle Coscojales encuentre el interruptor. El proceso abierto a iniciativa de la izquierda abertzale aborda, con determinación y claridad, los nudos del conflicto. En el camino, poniendo proa a un proceso democrático cada vez más nítido, se van sumando más y más protagonistas, algunos de ellos tan determinantes a la hora de fijar la agenda internacional como los que mañana saludaremos en Donostia. Y, por encima de todo, la sociedad vasca se prepara para poner en su sitio, una vez más, a unos y a otros. Al igual que ocurrió el pasado mes de mayo, ya no valen las monsergas de antaño: todas las opciones concurrirán a las elecciones al Parlamento y Senado españoles, y cada propuesta recibirá el apoyo correspondiente. Por primera vez en la historia posterior al golpe de estado franquista, el independentismo sociológico de este país se verá realmente reflejado en las urnas con una opción política capaz de agruparlo. El PNV apuesta por «reinventarse», la derecha española duda entre la espada aznariana o la gestión en frío de Rajoy y el PSOE sufre en carne propia las consecuencias de su inmadurez democrática: tras ocho años compitiendo con la derecha por parecer más liberal, en lo económico, e inmovilista, en lo político, que ella, sale despedido por la trampilla de cola.

No sé quién escribirá la historia definitiva de estos últimos cincuenta años, pero me consta la preocupación instalada entre los guionistas del relato oficial. Media vida invocando a la sociedad como artífice de la derrota estratégica del independentismo para, a la vuelta de lo que entendían como «fin de viaje», encontrarse con que prevalecen tanto nuestro relato de la historia como la consiguiente propuesta para alterar su curso y cambiarla de raíz. ¿Qué pensará Patxi López mañana, ante un auditorio al que deleitará con el balance de sus dos años de espectador? Fatal destino el de los que no saben a dónde ir, precisamente por desconocer de dónde provienen.

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