futuro de egipto
Una nueva etapa llena de incógnitas y obstáculos
Las protestas que a comienzos de año acabaron con Mubarak abrieron la puerta a la esperanza de cambio en Egipto; sin embargo, meses después, las incertidumbres, obstáculos y enfrentamientos entre comunidades religiosas ponen un contrapunto a la ilusión inicial. Militares, partidos políticos, antiguos miembros del régimen de Mubarak o los movimientos que pusieron en marcha la llamada «revolución egipcia» buscan situarse en una situación privilegiada ante la nueva coyuntura que se avecina.
Txente REKONDO | Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Los recientes enfrentamientos en El Cairo, con al menos 25 muertos, muestran que la transición sigue contando con algunos de los peores escenarios previos a las movilizaciones de enero. Paralelamente, detrás del escenario, los poderes fácticos (con el beneplácito de Occidente) siguen moviéndose para que la «revolución» adopte una vía de reformas y que en el futuro no nos encontremos con un Egipto radicalmente distinto del que ha protagonizado buena parte de la historia moderna de la región.
La minoría copta en el país sigue siendo el objetivo de ataques sectarios. Desde los años setenta, con el auge de corrientes islamistas radicales, los ataques han ido aumentando y, por regla general, siguen un mismo patrón: lo que comienza como un incidente local acaba transformándose en una complicada situación de carácter estatal.
En estos años, además, se ha dado una polarización entre las comunidades musulmana y copta, mostrando ambas en muchas ocasiones posturas cada vez más conservadoras, pese a los llamamientos de algunos dirigentes a tender puentes para lograr una convivencia en paz.
La minoría copta denuncia la pasividad de los distintos gobiernos y de las Fuerzas Armadas ante los constantes ataques en su contra y cita los obstáculos administrativos que se le imponen para obtener permisos de construcción o reparar sus iglesias.
La difícil convivencia entre musulmanes y coptos se ha visto seriamente afectada tras el ataque del 1 de enero contra la iglesia Al-Qiddissin de Alejandría, los incidentes de mayo o los de estos días. Algunos foros jihadistas lanzan proclamas incendiarias: «Un mensaje a los cerdos coptos de la gente de Dios en Al-Kinana (como los jihadistas llaman a Egipto)... el día de la venganza está llegando... tendréis que pagar por los crímenes que habéis cometido contra nosotros».
Y a ello hay que añadir la postura de algunos militares y líderes religiosos que, con sus declaraciones inculpatorias hacia la comunidad copta, siguen echando más leña al fuego.
Mientras ocurren estos incidentes, los diferentes actores egipcios siguen moviendo sus propias fichas. Militares, partidos políticos, antiguos miembros del régimen de Mubarak o los movimientos que pusieron en marcha la llamada «revolución egipcia» buscan situarse en una situación privilegiada ante la nueva coyuntura que se avecina.
El peso y el control que los militares están ejerciendo sobre todo el proceso tras la caída de Mubarak cuenta con el aval de EEUU. Los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas han manifestado que su papel es meramente transitorio, prometiendo elecciones y la «vuelta» a un régimen civil en breve tiempo. Sin embargo, todo indica que el proceso «pactado» puede alargarse como mínimo hasta 2013.
Los principales partidos políticos, por su parte, siguen inmersos en una carrera para atraer a una población que en el pasado se ha mostrado desencantada con el sistema político. Prueba de ello era la alta abstención que se reproducía en cada cita electoral. En ese grupo de partidos están liberales, islamistas y centro-izquierda, y dentro de cada familia ideológica las divisiones son manifiestas. Lo que más llama la atención a muchos analistas es la maniobra que vienen realizando muchos de ellos para adueñarse del «centro político», dándose la paradoja de que «algunos partidos islamistas defienden posturas liberales, mientras que otras formaciones progresistas aceptan el Islam como la religión del Estado», al tiempo que intentan superar las rígidas trabas en torno a la religión y la política que a día de hoy siguen estando presentes en la legislación egipcia.
Aboud El-Zomor, excarcelado tras más de 30 años de prisión por su participación en el atentado contra Sadat y dirigente de una organización jihadista egipcia, asegura que «los revolucionarios no han logrado el poder, carecen de un liderazgo fuerte y las fisuras ya han aparecido». Su intención es establecer un partido político, participar en las elecciones y colaborar con distintas fuerzas políticas; y su objetivo es formar un Estado moderno y democrático en Egipto, que respete los derechos de las minorías y la libertad de mercado. «Un Estado islámico que sea respetado, y no temido, por el resto del mundo».
Otro actor que intenta mantener su peso en torno al poder lo constituye el sector ligado al régimen de Mubarak. Los movimientos sociales han filtrado una lista de políticos, miembros del partido de Mubarak, que repetirían mandato gracias al sistema político. Esta vieja élite está disfrazándose de independientes para mantener sus lazos de poder. Pese a que el partido fue disuelto en abril, los militares no han prohibido a sus ex miembros, entre los que se encuentran líderes del difunto NDP, continuar con sus actividades políticas.
Los movimientos sociales que lideraron las protestas están viendo cómo la situación toma una dirección que no era la prevista. La «revolución» da paso a una reforma del sistema, en la que los poderes fácticos siguen presentes; las divisiones religiosas van en aumento; la presencia de movimientos jihadistas transnacionales es evidente en la península del Sinaí... Además, algunas voces denuncian que el proceso está siendo «secuestrado» por los militares y los principales partidos políticos.
También es interesante observar y seguir de cerca los movimientos en torno a Al-Azhar, la primera institución religiosa del país. La lucha en su seno para ubicarse en el nuevo panorama egipcio, así como las posturas de los partidos políticos de cara a esa nueva situación, marcarán el debate de los próximos meses. La influencia de esta mezquita, universidad y centro de investigación religiosa seguirá siendo clave en las complejas relaciones entre Estado y religión. Algunos ven la necesidad de lograr más autoridad, ampliar su respetabilidad y ser más autónoma a la hora de plasmar su influencia en el conjunto de la sociedad y sus instituciones políticas.
Occidente sigue temiendo una posible victoria de los Hermanos Musulmanes, pero en caso de darse difícilmente se logrará una transformación radical en la actual situación. La complejidad de Egipto va más allá. El difícil panorama político está acompañado, además, por las dificultades económicas. Con un 60% de la población viviendo en zonas rurales con escasa asistencia del Estado, con un aumento de los precios de los alimentos (80% este año), con protestas obreras en empresas clave, con serios problemas monetarios... el futuro inmediato de Egipto no permite despejar las muchas incógnitas que lo acechan.