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Raimundo Fitero

Vulcanólogos

Lo que está sucediendo en la isla canaria de El Hierro se está convirtiendo en un cursillo acelerado de vulcanología aplicada. Durante semanas ha sido noticia esas isla debido a temblores, a murmullos terráqueos, un constante movimiento de sus entrañas. Una pieza clásica de todos los noticiarios durante estas semanas, hasta llegar al actual estado de evidencia visual y olfativa, de informes contradictorios de prevenciones y exageraciones, de declaraciones que van desde la prudencia académica y científica, a las expresiones más rutinarias de aquellos que ven peligrar su negocio, por submarino que sea.

Es decir, la vulcanología como ciencia social no tienen parangón. Lo que de nuevo nos debería servir esta circunstancia es para recordar que la Tierra, este lugar que habitamos, es un conjunto de procesos químicos, físicos, telúricos, que forman eso que llamamos las fuerzas de la naturaleza, y que cuando se ponen todas a manifestarse en algún punto, no hay decreto ley, ni plegaria a ningún dios que lo impida. Esa es la lección que se olvida a cada rato. Esa es la sensación de insensatez colectiva, global, la que nos coloca en primer plano este tipo de acontecimientos incontrolables, solamente cuantificables, mesurables a posteriori, que se producen en todo el globo terráqueo con manifestaciones «naturales» de diversa condición, pero que suceden a cada momento. Y no hay manera de prevenirlo, por lo que la incertidumbre se instala en el subconsciente colectivo.

En el caso del que ahora hablamos se cruzan, además, a vista de noticiario televisivo especialmente, lo que tiene un sentido periodístico de inmediatez, la crónica de circunstancias, los desajustes de intenciones dependiendo del cargo político al que se aluda, y lo que consideramos ciencia, es decir los especialistas, que son los que ponen caras de circunspectos, que explican lo obvio, y que de repente se nos disfrazan de economistas, que como se sabe son aquellos que saben lo que ha pasado, más tarde que ninguno. Pues los vulcanólogos, se manifiestan instalados en el principio de la imposibilidad de predecir. Y nosotros haciendo quinielas, porque todo es una casualidad.

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