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Del Palacio de Aiete franquista a la Casa de la Paz vasca, todo un signo para un cambio de era

Alos líderes internacionales que mañana aterrizarán en Euskal Herria no les costará mucho ubicarse, ni geográfica ni políticamente. Bastará con explicarles que ese Palacio de Aiete que acogerá la Conferencia Internacional fue desde 1940 a 1975 la residencia veraniega de Francisco Franco, que no necesita presentación alguna ni requiere de adjetivos añadidos en el ámbito internacional. Y bastará con apuntarles que aquel edificio, antes convertido en trofeo de guerra en suelo extranjero por el dictador español, es conocido hoy como Casa de la Paz, y que además no se trata de una mera denominación retórica, puesto que está a disposición del Grupo Internacional de Contacto precisamente para materializar ese objetivo pendiente.

No habrá que enseñarles, porque lo saben bien por toda su trayectoria política y humana, que en la época en que Franco campaba a sus anchas por ese palacio en Euskal Herria resurgió un conflicto armado que se enconó con los años, y que terminó dejando muy claro que no constituía únicamente un fenómeno antifranquista. De hecho, ese enfrentamiento violento perdura todavía 36 años después de la muerte del dictador, de modo que más de dos tercios de la historia de ETA se han desarrollado tras la mal llamada «transición».

En todos esos años, el mundo ha visto nacer algunos conflictos bélicos, pero ha visto resolverse muchos más, y eso ha ocurrido en procesos que han tenido como protagonistas destacados a los líderes que participarán en esta Conferencia. Pensar que el que enfrenta a Euskal Herria y los estados está destinado a eternizarse sólo puede ser fruto de un prejuicio sin fundamento o de una voluntad política nula. Como afirmaba el martes Jonathan Powell, no hay conflicto en el planeta que no se pueda resolver con determinación, diálogo y liderazgo.

La Conferencia, un punto de partida

Y liderazgo es quizás la palabra que mejor define la Conferencia Internacional de mañana en Donostia. Nunca hasta ahora seis entidades tan reputadas en resolución de conflictos como las convocantes habían unido sus esfuerzos para dar solidez y velocidad al proceso puesto en marcha desde otro liderazgo marcado, el ejercido por la izquierda abertzale al poner en marcha esta iniciativa en las condiciones más precarias que se pueden imaginar: ilegalización, exclusión, cárcel... Y nunca hasta ahora líderes internacionales con este nivel y experiencia habían dado la cara por la solución del conflicto vasco, que tantas veces se había percibido desde aquí como algo olvidado, pero que ahora es aceptado generalizadamente, como indicó Powell, como «el último conflicto armado que existe en Europa».

Resulta obvio que tal confluencia de esfuerzos y a tan alto nivel no es fruto de casualidades ni de improvisaciones ni de esperanzas infundadas, sino de la existencia de una oportunidad muy real de finiquitar un enfrentamiento muy doloroso y llevarlo al terreno de la confrontación política pacífica y democrática. En este sentido, qué duda cabe de que una Conferencia de tal nivel e impacto no está destinada a ser un punto final ni un camino sin salida, sino justo lo contrario: un punto de partida, una vía abierta sobre la que seguir avanzando hacia una democracia real para Euskal Herria.

Un tren imparable y una estación final

La constatación de que la Conferencia Internacional marca un hito y eleva el campo de juego resulta evidente para cualquier ciudadano vasco, europeo o mundial desde un análisis de puro sentido común basado en datos objetivos como la identidad de los participantes. Sin embargo, se convierte en todo un galimatías para quienes llevan décadas vetando conceptos como el «conflicto» y anatemizando soluciones como el «diálogo», que mañana serán citados con toda normalidad en Donostia. Hasta el punto de que dirigentes a los que se supone bien informados de la cita y de sus protagonistas la hayan intentado rebajar a términos como «conferencia de ETA» o «actualización de la alternativa KAS». Sin embargo, la aguja de la historia en Euskal Herria ya hace tiempo que ha cambiado de dirección, y con tales actitudes no crean un problema a nadie, sino que se lo generan a ellos mismos. Será curioso comprobar hoy si, tras la presentación de ayer, figuras como Kofi Annan, Tony Blair, Bertie Ahern o Pierre Joxe vuelven a ser señalados prácticamente como colaboradores de ETA.

Cuando los líderes internacionales cojan el avión para volver a sus países, no sólo el Palacio de Aiete habrá cambiado y será más Casa de la Paz y menos residencia franquista que nunca. En Euskal Herria quedará asentado aún con más fuerza un proceso que no sólo no tiene vuelta atrás, sino que ha adquirido tal intensidad y rapidez que arrollará a quien intente ponerse enfrente, ya sea por activa -como el PP- o por pasiva -como ese Patxi López que se ha borrado a sí mismo-. En la misma medida, quien se suba a este tren está destinado a llegar más rápido y mejor a la estación final que es la meta para cualquier proyecto político que se precie: ganarse el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

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