«Criadas y señoras» es la película que hay que ver, entre otras muchas razones, por la económica. Por el mismo precio de la entrada te da un hora de regalo, ya que las dos horas y media que dura resultan inolvidables. Me atrevería a decir que va a ser un éxito mayor del que en su día alcanzó «Tomates verdes fritos», teniendo en cuenta que su público potencial es también el femenino. Al cinéfilo de pro le va a encantar igualmente, porque es un melodrama racial en la mejor tradición del maestro Douglas Sirk en «Imitación a la vida». Y qué decir, para los amantes de las grandes actrices, que tienen la oportunidad de emocionarse, de reír y llorar, con las excepcionales actuaciones de las afroamericanas Octavia Spencer y Viola Davis. No voy a decir que las blancas Emma Stone y Bryce Dallas Howard lo hagan peor, pero en esta historia sobre el segregacionismo en el Mississippi de comienzos de los 60 hay que tomar partido desde el principio del lado de las criadas.

Habrá a quien no le guste el juego melodramático de la blanca buena y la blanca mala, aunque para que un negro haya podido llegar a presidente de EEUU alguna que otra grieta se ha tenido que abrir en el poder blanco. En la época de crímenes raciales y magnicidios en que transcurre «Señoras y criadas» muy pocos blancos defendían los derechos civiles y Emma Stone representa a esa minoría, mientras que Bryce Dallas Howard es la caricatura de un mundo trasnochado, hecho a imagen y semejanza del que describió Margaret Mitchell en sus novelas. Así lo ve Kathryn Stockett, una escritora que pertenece a una nueva generación dispuesta a hablar de las anormales diferencias que hubo entre las señoras blancas y sus criadas negras.

Es el testimonio de unas mujeres que, por 182 dólares al mes, criaban a los hijos de los amos sureños, sin poder atender a los suyos, condenados a la marginalidad de un hogar en precario.