Mikel INSAUSTI

En unos tiempos dominados por el exhibicionismo público y el ansia de fama a cualquier precio, una historia sobre la timidez enfermiza es bien recibida. Aún así, “Tímidos anónimos” es una comedia romántica que busca más lo chocante de la condición de sus protagonistas que una introspección psicológica en unas personalidades marcadas por la fobia social. Por mucho que Jean-Pierre Améris se haya inspirado en su propio problema, la película resultante no tiene un carácter confesional o autobiográfico, sino que plantea lo qué podría dar de si la relación entre dos personas igual de introvertidas. Cualquier intento de acercamiento por parte de los enamorados se convierte en una odisea, ya que si les cuesta un mundo saludarse o intercambiar unas palabras, el tocarse o besarse pasa a ser una misión imposible. Una dinámica tan llena de obstáculos propicia una comicidad muy accidentada, con situaciones en las que cuanto peor lo pasa la pareja estelar mayor es la respuesta a carcajadas del público. La primera cita en el restaurante acumula una ráfaga de hilarantes gags, cada vez que Benoît Poelvoorde se cambia de camisa debido al sudor que le provocan los nervios.

Tanto sufrimiento no da lugar a una tragedia, gracias a que los tímidos de Jean-Pierre Améris disfrutan de placeres ocultos, compartiendo idéntica pasión por el chocolate, pues no en vano se trata del más amargo de los dulces. Es un disfrute privado que no son capaces de exteriorizar, y que deberán compartir para lograr ser felices, libres de los complejos que los atenazan. Él no se atreve a salir a vender los bombones que fabrica y ella, que es una maestra chocolatera en secreto, no soporta la idea del reconocimiento profesional por la presión que conlleva. La anécdota se queda corta y no alcanza ni para la hora y media de rigor, a pesar de que tanto Benoît Poelvoorde como Isabelle Carré se encargan de lucirse en sendos números musicales, que sirven de relleno a esta comedia trufada de contados regalos humorísticos.