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Crisis económica y política

La hora de la verdad para la Unión Europea

Los últimos acontecimientos en torno a la crisis europea (económica, financiera, política e institucional) están ofreciendo una imagen de deriva, de desasosiego y absoluto desconcierto, pero también la de una Unión que parece estar cambiando de fisonomía.

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Josu JUARISTI

Es ésta una época extraña. Una era sin política europea y con políticos europeos deprimentes, un tiempo en el que cualquier estupidez es noticia y vale para buscar votos (por ejemplo, que el Elíseo anuncie a primera hora que Sarkozy telefoneará a mediodía a Berlín). Una época en la que el pánico cotiza en Bolsa, una edad oscura sin Ítaca a la vista. La hora, en fin, de Angela Merkel, Die Kanzlerin (la canciller federal alemana), la más odiada y esperada, patrón sin discusión de una Unión Europea resquebrajada y sin rumbo. Tras 54 años de existencia, la UE está a punto de saber si su arquitectura institucional exige una transformación drástica o si puede perdurar con dos o tres parches más. Medio siglo después, Berlín puede decidir. A punto de cumplir seis años al frente del Gobierno federal alemán, el hombre fuerte de Europa es una mujer y, a más señas, originaria de la RDA.

El desplome e incierto rescate y futuro de Grecia, la delicadísima situación del Estado español e Italia y la amenaza de una fuerte recesión general en la Unión mantienen a la UE y al euro al borde del precipicio. Llegada la hora de la verdad, la cronología de los hechos es esclarecedora:

26 de octubre, 19.45 horas, edificio Justus Lipsius de Bruselas

Con la mayor sutileza y diplomacia de que es capaz (y es capaz de bastante), el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, echa a diez jefes de Estado y de Gobierno de la reunión a 27. Son los diez que no usan el euro. «Les doy las gracias por esta `positiva' discusión y bla bla bla». Tipos poco acostumbrados a ser puestos de patitas en la calle, como David Cameron, salen hacia la Rue de la Loi, hacia Schuman, con cara de pocos amigos. Dentro, se sirve la cena tras una pausa. Los 17 del euro comienzan a discutir cómo salvar la moneda única y, de paso, el actual modelo europeo de integración. La crisis del euro es ya una crisis política. Todos miran a Merkel.

26 de octubre, poco antes de la medianoche

Silvio Berlusconi abandona el cónclave... ¡para intervenir por teléfono en un programa de la RAI! Berlusconi se supera cada día. Afirma en ese programa que Merkel le pidió disculpas por las risitas irónicas que compartió con Sarkozy durante una rueda de prensa conjunta en la que parecían estar mofándose de Italia. A la mañana siguiente, la oficina de Merkel desmiente que la canciller se disculpara ante el italiano.

Día 26, medianoche, despacho de Van Rompuy

Receso en la reunión de la zona euro. El pesimismo trasciende. «Soy escéptico», afirma, en el exterior, el primer ministro polaco, Donald Tusk. Dentro, Merkel, Sarkozy, Juncker (como jefe del Eurogrupo) y Lagarde (directora general del FMI) acuden al despacho de Van Rompuy para presionar personalmente a los representantes de los bancos, que se niegan a reducir la deuda griega. La canciller lleva la voz cantante y exige un esfuerzo mucho mayor a los bancos; llega a amenazar a su representante, Charles Dallara, con imponerles una reestructuración de la deuda. En un primer momento, Dallara resiste. Finalmente, la zona euro (es decir, Alemania principalmente) pone más dinero sobre la mesa como garantía para los bancos. 30.000 millones de euros más fue la «última palabra» de Angela Merkel. Y hay acuerdo. «Para salvar Europa», declara el patrón del Deutsche Bank, Josef Ackermann. «Hemos evitado la catástrofe», afirmará Sarkozy. Son las 4.00.

Las cuatro de la mañana en el Justus Lipsius

Jean-Claude Juncker, más pálido de lo habitual, se presenta ante la prensa que aguanta en el Justus Lipsius. Casi a oscuras, anuncia que han alcanzado una «decisión política». Herman Van Rompuy lo corrobora: «Tenemos un acuerdo sobre un programa global». En la jerga comunitaria, «acuerdo político» es un eufemismo para revelar que no han concretado detalles. Como siempre, éstos se dejan para más adelante. El problema es que la Unión Europea ya no puede perder más tiempo. De todas formas, el Consejo Europeo insiste en que no hay plan B en caso de que el mensaje de sobredosis de austeridad lanzado en esta cumbre no funcione. Todas las referencias son alemanas: tanto la austeridad como la ausencia de detalles. «El diablo está en los detalles», dice un dicho muy utilizado en Alemania. Lo que el acuerdo político contempla es una reducción (voluntaria, y ahí entran los bancos) de la deuda griega, la recapitalización de la banca, la ampliación del fondo de rescate a un billón de euros y la promesa de aprobar el segundo plan de ayuda para Grecia. La UE pretende, además, reforzar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, pero, después de que Merkel rechazara tocar al BCE para aumentar la efectividad de ese fondo, la UE busca ahora inversores potenciales.

Día 27, a primera hora

El presidente del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, Klaus Regling, parte hacia China para buscar inversores y cortejar a su Gobierno. La zona euro necesita dinero para dar músculo a ese fondo de estabilidad que otorga los préstamos y permite mantener en pie las balanzas de pagos de los estados miembro. Sarkozy, tratando de aparentar un liderazgo que no tiene, anuncia que llamará al presidente chino. El presidente francés, incapaz de mantener su boca cerrada en las cumbres, suelta otra perla: «Fue un error dejar entrar a Grecia en el euro».

27, por la mañana

Los negociadores de los 17 estados miem-bro del euro se reúnen, precisamente, para saber qué rayos han acordado sus jefes. Típico. Un negociador, con rostro cansado, declara: «Creemos que tenemos un acuerdo, pero no estamos seguros sobre qué es».

Los acuerdos de las cumbres siempre son revisados y redactados, finalmente, por un equipo de negociadores políticos, técnicos, juristas...

27, prime-time

Nicolas Sarkozy, hiperactivo en la búsqueda de su popularidad perdida, organiza su primera entrevista en televisión en ocho meses en la privada TF1 y la pública France2. Se presenta a sí mismo como el «héroe» de la cumbre. Medios alemanes como, por ejemplo, «Der Spiegel,» comienzan a estar hartos del «Show Sarkozy». Merkel mantiene un llamativo silencio. Muchos medios, los mismos que despellejaron a la canciller por su aparente inacción y lentitud, comienzan a poner ahora en valor su actitud reflexiva y su discreción.

Días de locura

Atrás quedaba una semana de auténtica locura: choque entre Merkel y Berlusconi; gruesas palabras de Sarkozy a Cameron («Habéis dicho que odiáis el euro, pero ahora queréis intervenir en nuestros encuentros; estamos hartos de que nos digáis lo que tenemos que hacer»); desafío del propio Cameron («que los 27 puedan vetar decisiones de la cumbre del euro»); y máxima tensión entre el Estado francés y Alemania, que incluso obliga a Sarkozy a abandonar París cuando su esposa está a punto de dar a luz. Sarkozy quería transformar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera en banco, lo que ponía en jaque la independencia del BCE, y Merkel estalló: definitivamente, es «nein». Trichet apoyó por una vez a Merkel y Sarkozy se batió en retirada.

Y atrás quedaba, sobre todo, una votación clave en el Bundestag horas antes del inicio del Consejo Europeo (votación que, de hecho, obligó a retrasar tres días la cumbre), el mismo día 26, prueba de que las decisiones europeas, primero, se adoptan en Berlín. Varios funcionarios comunitarios se quejan amargamente.

Sin el visto bueno del Bundestag a la expansión de la capacidad del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (sin aumentar la aportación de los contribuyentes alemanes), no habría habido cumbre ni acuerdo. Entonces, ¿también quedaba atrás la locura? En absoluto, todo lo contrario.

Más (mucha más) locura, 1 de noviembre

El primer ministro griego, Yorgos Papandreu, anuncia por sorpresa la convocatoria de un referéndum para que los griegos acepten o rechacen el plan de rescate, medidas de austeridad incluidas. Podría tener lugar en diciembre, pero la UE no puede perder tanto tiempo. Desde el punto de vista democrático, impecable. Por fin un gobierno pregunta a sus ciudadanos sobre lo que está cayendo y sobre lo que les están echando encima. Papandreu no se ha vuelto loco, aunque ni tan siquiera un «sí» calmará a la población. Desde la óptica europea, parece un suicidio. La UE llegó al mediodía en estado de shock, furiosa. El ministro finés de Asuntos Europeos, Alexander Stubb, reflejó el sentir general en tono de advertencia: «La situación es tan tensa que, básicamente, va a ser una votación sobre su pertenencia a la Unión». El liberal Rainer Bruederle, ex ministro de Economía alemán, fue más incisivo: «Grecia intenta escaquearse». Bruederle dijo que, visto lo visto, la UE debe prepararse ya para la eventualidad de que Grecia sea insolvente. Es decir, diseñar, como sea, un plan B.

1 de noviembre, todavía

Grecia anuncia por sorpresa la renovación de toda la cúpula de las Fuerzas Armadas. El desconcierto en Europa es absoluto.

2 de noviembre, Cannes

El polvorín griego desembarca en la cumbre del G-20. Merkel y Sarkozy convocan a Papandreu a cenar con ellos y el FMI en Cannes. La UE tiembla. Las Bolsas resuellan. El euro se asoma al abismo. Los bancos alemanes se plantan hasta ver qué deciden los griegos. Obama y compañía no entienden nada. Las salas del Palacio de Festivales de Cannes entran en máxima ebullición, con reuniones a dos, tres o más bandas. ¿Es posible salvar el euro? La pregunta recorre los pasillos. El caos es tal que Sarkozy suspende en primera instancia la cena con Hu Jintao, el líder chino. El órdago de Papandreu obliga a Angela Merkel a adelantar un día su llegada a la ciudad francesa. La presión sobre el líder griego es brutal.

Se cierra el grifo

La ayuda financiera a Grecia queda en suspenso; los bancos alemanes dicen que no moverán un dedo hasta que las cosas se aclaren y el Gobierno griego entre en razón. Es decir, suspenda el referéndum y haga los deberes exigidos. Las imágenes (muy pocas, por la discreción buscada y la tensión del momento) de Merkel con Papandreu muestran a un dirigente griego esperando, como un alumno pillado en falta, a que la canciller dicte su veredicto e imponga el castigo.

Día 3, Atenas

Cinco ministros se pronuncian contra el referéndum. Más diputados anuncian que votarán en contra; Papandreu pierde su mayoría. Consejo de Ministros extraordinario: Papandreu rechaza dimitir, pero poco después del mediodía se abre una opción nueva, vieja como las crisis y la política: formar un gobierno temporal de transición. Papandreu se agarra a su último clavo ardiendo y ejecuta su último movimiento, el exigido por Merkel y Sarkozy: retira su proyecto de consulta popular. En Cannes no terminan de fiarse y el directorio franco-alemán insiste en que Grecia será juzgada por sus actos. Pero, al mismo tiempo, Merkel, Sarkozy y otros líderes europeos hablan con una naturalidad nunca antes vista de la posibilidad de que un estado miembro salga del euro e, incluso, de la Unión Europea. Poco importa lo que digan los tratados.

Día 4, Parlamento griego

A escasas horas de una votación de confianza de alto riesgo, el ministro de Finanzas griego (uno de los disidentes a la consulta de Papandreu) anuncia oficialmente que Grecia renuncia al referéndum. Papandreu afirma que no era un fin en sí mismo y que lo que en realidad buscaba era forzar a la oposición conservadora a un entendimiento. Es posible, pero si era un farol no tenía por qué ir tan lejos, bastaba con «amenazar» con un referéndum y exigir a Merkel y Sarkozy que forzaran a la derecha a un compromiso. Sea como fuere, las durísimas políticas de ajuste y austeridad siguen sin contar con la menor legitimidad democrática en el seno de la Unión. No es algo que parezca preocupar excesivamente (o en lo más mínimo) a Merkel, Sarkozy y compañía.

La Caja de Pandora

Este recorrido más o menos cronológico sobre los últimos acontecimientos al cierre de esta edición revela que la UE vive un momento absolutamente clave para su futuro. Cómo y cuándo se superará la crisis y si Grecia seguirá o no en el euro son cuestiones dramáticas, pero no fundamentales en sí mismas para el futuro del modelo de integración europeo, que es lo que ahora mismo está en juego. La Caja de Pandora se ha abierto. La cumbre del 26 y 27 de octubre revela más claramente que nunca los contornos de una nueva Europa, una Europa dividida. La división entre los que están dentro y fuera del euro (más quienes puedan salir de la moneda única) ya existía, claro, pero ahora se están negociando unas reglas de juego nuevas y los «diez sin euro» (ojo, incluida Gran Bretaña, cada vez más lejos de la casa común europea) han quedado fuera a pesar de que lo que se decida ahí les afectará, y mucho. Y en ese proceso quien marca la pauta, de forma mucho más evidente que nunca, es Alemania. El eje franco-alemán no es una relación de pares. Berlín se ha quitado muchos complejos. Como dijo recientemente Romano Prodi (ex presidente de la Comisión Europea), en Europa es una mujer quien toma las decisiones, «y luego el presidente francés da una rueda de prensa para explicar esas decisiones».

Aún es pronto para saber si esas diferentes velocidades dentro de la UE desembocarán en un núcleo duro con un modelo de integración diferente; es decir, más político, quizás más federal. Pero el actual no se sostiene, es obvio, y es ahora cuando llega el momento de negociar todo: el nuevo marco presupuestario plurianual, nuevas reglas para la eurozona y/o un gobierno económico (con perfil político), la reforma de las políticas comunes más «caras» (política agrícola común y fondos de cohesión)...

Pero, ¿es posible rescatar el euro sin perder la Unión Europea? El Estado francés quería la moneda única para atar en corto (o dominar) a Alemania, y está ocurriendo exactamente al revés. Lo que hoy tenemos es un protectorado europeo sobre varios estados miembro, dirigido, sobre todo, por Alemania. Contamos con una arquitectura institucional inoperante, tal y como se ha demostrado en cuanto ha estallado la crisis. La Unión es incapaz de reaccionar con rapidez, a no ser que lo hagan París y Berlín por decreto, que es, casi, como se están moviendo las fichas en estas últimas semanas.

La «nueva» Merkel

Angela Merkel, que parecía agazapada, está disputando, por fin, el «gran juego», tanto en su propio país (para mantenerse en el poder no dudará en reeditar la gran coalición y tampoco en mirar a su izquierda en temas sociales: educación, salario mínimo, ecología, igualdad...) como en la UE. Si hay unión dentro de la Unión, será con la hegemonía, los objetivos y los principios de Berlín. Será una implosión controlada. Los restantes 26 exigían (imploraban) que Merkel tomara la iniciativa en la crisis. Parece haberlo hecho: la cooperación reforzada en la zona euro que se anuncia puede cambiar la fisonomía de la propia Unión Europea. Pero son muchos los que ahora temen, precisamente, lo que hasta este momento demandaban: la «activación» de la canciller. En parte, porque saben que no tienen argumentos para contrarrestar la hegemonía de alguien que comienza a imponer porque se ha hartado de pagar el despilfarro o la mala gestión de otros; en parte porque tienen muchos boletos para quedarse fuera de un núcleo duro de integración dentro de la Unión. Y, sobre todo, porque temen que, si finalmente se impone el sálvese quien pueda, Grecia no caerá sola. El ministro de Economía, Wolfgang Schäuble, dice que «lo que es bueno para Europa es bueno para Alemania» (y viceversa, sobre todo viceversa), e insiste en que Berlín comparte el liderazgo europeo con París, por muy débiles que estén Nicolas Sarkozy y su economía. Merkel comienza a controlar los acontecimientos y pronto podrá utilizar todo el poder de sus votos y su población en el sistema de toma de decisiones en el Consejo de Ministros de la UE.

Reforma de los tratados

De hecho, esta última alusión al reparto del poder en el seno del Consejo (es decir, donde están representados los estados y se toman las decisiones, en solitario o junto con el Parlamento Europeo) no es gratuita. La cumbre también decidió iniciar el proceso para estudiar una posible reforma de los tratados con objetivos, en principio, económicos y fiscales. Algo que Cameron, más en la periferia que nunca del corazón y del sentir comunitario, rechaza. La cumbre de diciembre, a la vuelta de la esquina, abordará el tema y en marzo habrá un primer informe al respecto, elaborado por las estructuras de Herman Van Rompuy y Durao Barroso; es decir, por el órgano de coordinación de los estados y por la Comisión Europea. El Tratado de Lisboa se va quedando obsoleto antes incluso de que muchas de sus decisiones hayan entrado en vigor. Y Angela Merkel parece haber dicho basta. Es su hora.

La cuestión de la legitimidad democrática

La cuestión de la legitimidad democrática de las decisiones que adopta la Unión Europea es un viejo tema de debate y discusión. Pero la posibilidad de que Grecia celebrara un referéndum para que sus ciudadanos pudieran decidir sobre las medidas que se les están imponiendo había reabierto la dialéctica y las opiniones en torno a ese déficit democrático que lastra a la estructura comunitaria. Al final se ha quedado en nada (el referéndum), pero el debate perdura.

Aunque han surgido movimientos ciudadanos en varios estados miembro, lo cierto es que no han logrado abrir la menor fisura en la burocracia comunitaria y en su modo de encarar la gestión de los asuntos comunes. La doctrina es cada vez más contraria a pedir a los ciudadanos que expresen su opinión y su voto. La UE aún recuerda consultas fallidas que tumbaron, por ejemplo, el Tratado Constitucional, y rechaza nuevas aventuras de ese tipo.

De ahí que, ahora, muchos llamarán irresponsable y loco a Papandreu. Por eso las advertencias o, directamente, las amenazas a Papandreu y al futuro de Grecia dentro del euro y de la Unión Europea. Más allá de la conveniencia o no de celebrar dicha consulta en Grecia, más allá de las críticas que puedan hacerse al propio Yorgos Papandreu por cómo ha movido los hilos, lo único cierto es que la Unión Europea sigue sin tener en cuenta a sus ciudadanos. Ese déficit democrático es cada vez mayor, por mucho que el Parlamento Europeo gane poder y capacidad de codecisión con los estados en más ámbitos. Es un problema de legitimidad, y de comunicación, claro está.

En torno a la dinámica de funcionamiento de la Unión Europea se están erigiendo una serie de dogmas; uno de ellos es que preguntar a los ciudadanos no es necesario ni, a veces, conveniente, de ahí que cualquier indicio en la dirección contraria sea tomada como una herejía. Pero la Unión, su desarrollo y evolución, no debería ser una cuestión de fe, ni de diktat.

Ni tampoco un proceso tecnocrático. La política, como debería ser entendida al menos, debería poder jugar un papel, y ahí los ciudadanos son la clave.

El Parlamento Europeo, aunque apenas trascienda, está siendo escenario de críticas, aceradas en algunos casos, contra este tipo de funcionamiento por dictado, o por decreto de unos pocos, en la Unión.

La última frontera, Italia

Mientras tenían lugar todos estos acontecimientos, los mercados, implacables, marcaban su propio ritmo y colocaban la última frontera de la crisis y, quizás, del futuro del euro, en Italia. El Fondo Monetario Internacional confirmaba que mantenía bajo estrecha vigilancia al país transalpino y que controlará, junto con la Comisión Europea, el cumplimiento por parte de Silvio Berlusconi de sus últimas promesas de ajustes y austeridad. El Ejecutivo italiano está más débil que nunca, pero, aunque muchos crean ya que está al borde del rescate, Roma se niega a solicitar esa ayuda. De momento, deberá pasar examen cada tres meses.

Italia y el Estado español siguen bordeando el precipicio. A nosotros, obviamente, quienes más nos interesan son el Estado español y el francés, que tampoco está muy boyante. Y nos interesa, entre otras cosas, porque es éste un momento quizás clave para el porvenir de la Unión Europea. Y cuando se están negociando y dirimiendo cuestiones fundamentales para ese futuro, sería interesante, conveniente y necesario que el dossier europeo (es decir, Euskal Herria en la Unión Europea, o en Europa) también comience a aparecer sobre la mesa.

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