«Si no se vuelve a regular el mercado agrícola, vamos a la catástrofe»
Profesor de ciencias económicas y sociales en la Universidad Montesquieu de Burdeos e investigador, entre otros, en el campo del desarrollo sostenible, ha apadrinado este año Lurrama. Es también un militante comprometido del movimiento ATTAC del que fue presidente de 2006 a 2009.
Arantxa MANTEROLA | BIARRITZ
Harribey, que ofreció una conferencia en Lurrama sobre el modo de salir del liberalismo, también en la agricultura, responde a algunas de las cuestiones claves que afectan al sector en estos tiempos de crisis.
Se habla mucho de la crisis económica y de sus consecuencias en el sector industrial y en el de servicios, pero bastante menos sobre las que tiene en el sector primario, por ejemplo, respecto a la pérdida de empleos.
Todos los sectores económicos están hoy afectados por la crisis pero, en lo que respecta a la agricultura, el mal viene de más atrás. El modelo de desarrollo agrícola que se ha impulsado desde los años 60 en Europa y en Francia y, por ende, también en el País Vasco, es un modelo productivista a base de una agricultura o de una ganadería intensiva cuyas consecuencias son dramáticas en varios aspectos, entre ellos, el del continuo descenso del número de agricultores. La cantidad de verdaderos agricultores está disminuyendo y sólo van quedando empresarios agrícolas que trabajan en el modelo productivista. Es por ello que las ferias como Lurrama son iniciativas muy interesantes, porque demuestran que se puede practicar una agricultura diferente que respete la tierra, las personas, los productos y los consumidores.
La especulación afecta también al sector agrícola...
¡Claro! Desde que el capitalismo mundial se ha desregulado, reina la especulación sobre todos los grandes mercados, en particular sobre los mercados agrícolas que se han convertido en productos especulativos sobre los cuales actúan organismos financieros especializados en la anticipación de la evolución de los precios. Eso provoca una volatilidad permanente en los precios, por ejemplo, de los cereales más consumidos (maíz, trigo, arroz). La especulación condiciona la capacidad de los pobres para comprar bienes alimentarios y, cuando los precios caen, también repercute en los ingresos de los pequeños agricultores. En los dos casos, sea al alza o a la baja, la volatilidad de los precios es extremadamente perjudicial.
Están apareciendo conceptos nuevos como la soberanía alimentaria o el decrecimiento pero, ¿no le parece que en algunos discursos son utilizados como recursos demagógicos o políticamente correctos como ha ocurrido con la ecología?
No. Creo que realmente hay una concienciación real sobre la necesidad imperiosa de bifurcar a otro modelo de producción y de consumo. Evidentemente, el peso de lo que hoy puede hacer la agricultura biológica o razonable es muy escaso en comparación a la inmensidad de la agricultura industrial y capitalista. Por el momento, los agricultores que se han reconvertido al sistema de explotación sostenible no son mayoritarios, pero hay señales que muestran que las cosas están cambiando. Eso es muy importante porque hoy estamos confrontados a una crisis múltiple, una crisis que es económica y social pero también ecológica, energética y climática. No hay que olvidar el riesgo de recalentamiento climático debido a los gases de efecto invernadero en cuya emisión contribuye también la agricultura intensiva.
¿Cómo se puede hacer frente a multinacionales gigantes como Monsanto que imponen los sistemas de cultivo intensivo e, incluso, obligan a los agricultores a comprarles los granos y las semillas?
Las movilizaciones ciudadanas puede hacer recular a estas multinacionales. Monsanto no gana todas sus batallas. El combate de las ideas y de las acciones ciudadanas está avanzando y hay que caminar en ese sentido. Y ello en todos los países, sean del Norte o del Sur del planeta. La soberanía alimentaria que mencionaba antes, por ejemplo, es una premisa adoptada por todas las asociaciones y sindicatos agrícolas que trabajan para que los jóvenes puedan acceder a la tierra, para hacer retroceder a los grandes latifundistas de América del Sur o de otros lugares y que se oponen a la incautación de la tierra africana por parte de ciertas multinacionales o estados.
El año que viene se intensificará el debate sobre la reforma de la Política Agrícola Común (PAC) europea. ¿No teme que se limite a cómo repartir las ayudas, primas y cuotas y que no se aborde la cuestión de fondo sobre los sistemas de producción agrícola?
El tema de la repartición de las ayudas y el modo de definición de las subvenciones estará obviamente presente. En los años 60 y 70, la PAC se basaba en el sostenimiento de los precios, lo que causó un efecto nocivo: una sobreproducción de determinados productos (mantequilla, leche, cereales...). Hoy no hay tanta sobreproducción pero las ayudas siguen concediéndose, prioritariamente, a los productores intensivos. Hay un aspecto del proyecto de reforma preocupante, el del desdoblamiento de las ayudas que había comenzado a avanzar pero que ya no se aplica en función de la cantidad producida en el año, sino sobre una media de las cantidades producidas en el pasado en relación a la superficie cultivada. Este desdoblamiento deja mucho que desear respecto a lo que habría que aplicar. Otro elemento inquietante es el del riesgo de que, cara a la mundialización económica y financiera, la PAC sea redirigida a una estatalización de las políticas agrarias. Eso supondría un retorno a una competencia exacerbada sea de la tierra europea o de la agricultura del tercer mundo. Hay que desconfiar de algunas tentativas de colaboraciones bilaterales que se están dando en la actualidad, por ejemplo entre Francia y algún país del sur, porque el libre mercado bilateral puede ser tan peligroso como el multilateral.
¿Cree que la cooperación es la clave para construir modelos alternativos?
La cooperación es, evidentemente, muy importante pero no es la única clave, sino una de las condiciones.
¿Cuáles son las pistas para arrancar la agricultura del yugo del liberalismo?
Hay que apoyar todas las experiencias locales como la de Lurrama, por ejemplo. Es necesario dirigir progresivamente las subvenciones a este tipo de agricultura sostenible, razonable, biológica que son capaces de preservar el empleo rural, proteger el medioambiente y producir productos de calidad. A nivel internacional habría que suprimir absolutamente la libertad total de circulación de los capitales instaurada hace 30 años y quitar a los mercados la posibilidad de variar los precios porque la volatilidad que imponen es muy peligrosa. Es indispensable encaminarse a una nueva regulación de los mercados agrícolas y, en general, de todos los mercados. No hay que olvidar que la población mundial está aumentando y, en consecuencia, las demandas alimentarias también. Si se deja el mercado totalmente libre y desregulado como en los últimos años, vamos hacia la catástrofe y la cantidad de los pobres sub-alimentados o casi no alimentados aumentará.
¿Conocía Lurrama?
Había oído hablar de Lurrama. Me ha impresionado la diversidad de los productores y de las regiones presentes y también el ambiente caluroso que predispone a tejer lazos de colaboración y de coordinación que este tipo de agricultura implica. Deseo que estas experiencias vayan multiplicándose.
«Todos los sectores económicos están afectados por la crisis pero, en lo que respecta al agrícola, el mal viene de mucho más atrás»
«Habría que quitar a los mercados el poder de variar los precios porque la volatilidad que imponen es muy peligrosa»