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Xabier Silveira Bertsolari

Por más que te digan...

Como para no conseguir doce millones de idiotas como yo que lo vimos ¡Lo emitían todas! Qué pillos, ellos dos solitos llevándose todo el pastel

Si dicen, que dizan, hasta que no hazan... Que mal escribe el saber a la vez que bien enseña. Sabiduría popular es mirar, ver y callar, motivo por el cual algunos nos sabemos ignorantes. Callar es don de pocos y pan para mayorías, sumisas y dóciles a gusto del poderoso. Ofertado el tema, que comience la conversación. Qué asqueroso el uno, qué perro el otro, qué arrastrau el fulanito... Para virtudes propias, los defectos ajenos. Y para exquisita asquerosidad, la campaña electoral.

Mil noches sin parar de hablar enseñan a escuchar, más que nada a quien te rodea, es verdad, pero también a uno mismo. De ellas se aprende a identificar en un discurso cuándo alguien recuerda y cuándo inventa lo que dice. No confundir inventar con improvisar, es completamente diferente. Es más, un discurso que contenga un razonamiento trabajado con anterioridad y sea al instante adecuado al contexto en el cual se plantea, si es emitido con lenguaje identificable como positivo por quien lo recibe, arrasa. No es lo mismo decir «está de puta madre» en un taller de coches que en una asamblea de mujeres. Pero decía que quien no inventa, recuerda, y si no, es que es un pesao.

Y en realidad, a este último género pertenece la inmensa mayoría de oradores que nos ponen los partidos a darnos la barrila, supongo que para no tener que aguantarlos ellos. Malos y feos. Unos cansinos de órdago. Recuerdan promesas inventadas en despachos, repiten lo que escuchan en resúmenes post-siesta y acaban dándonos la chapa con cosas que nos importan muy poco cuando no nada.

De ese modo, sus jefes consiguen su objetivo, que no es otro que lo esquivemos y pasemos del tema como de la mierda de un perro. Pero hay veces que el chorongo canino, que ocupa media calle o más cuando uno va despistado, te pisa. Es entonces cuando la miras y te das cuenta de lo que es en realidad lo que desearías que fuera chicle. Mierda de perro. Y obviamente güele mal, fatal. Me pasó en mi sofá, nada más encender la tele. Me pisó de lleno. Mentiras de jefes de estado a ambos lados de la mesa. El uno malo y el otro el mismísimo demonio. ¡Qué manera de mentir recuerdos! ¡Qué arte al inventar mentiras! El ahora es usted quien miente lo resume todo sobre el intercambio de bolas que nos obligaron a ver los canales de televisión españoles. Como para no conseguir doce millones de idiotas como yo que lo vimos. ¡Lo emitían en todas! Qué pillos, ellos dos solitos llevándose todo el pastel. Seguro estoy de que la tangana mayor se daría después, al terminar y salir de los estudios, cuando llegó el primer taxi y lo querían los dos para sí. Qué no le habrían dicho a aquel taxista para poder metérsela doblada. Total, que se rendirían y se montarían los dos a la vez. Porque qué diferencia hay entre Pepsi y Cocacola, Barça y Madrid, zipayos o colonos. Nosotros, sea con unos, sea con otros, estamos jodidos. Ya podemos mover el culete.

Mientras tanto, recordar lo que Sancho dijo al Quijote: «Por más que le digan que son gigantes, créame que son molinos».

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