Julen Arzuaga | Giza Eskubideen Behatokia
Los historiadores de los leones
La posibilidad de que Amaiur, si cuenta con grupo parlamentario en el Congreso, pueda acceder a la comisión de Secretos Oficiales es aprovechada por el autor para recordar algunas de las acciones cometidas por el Estado contra ciudadanos vascos en las últimas décadas y cuya verdad permanece oculta, escondida entre carpetas, ficheros y candados.
Bien. Resulta que lo que se quiere evitar con la formación de grupo parlamentario para siete diputados adscritos a Amaiur es que tendrían representación en todas las comisiones. Y entre ellas en la de Secretos Oficiales. No sé cuáles serán estos -«porque son secretos», chiva el apuntador- pero los imagino: el sancta sanctorum de los entresijos más sucios y por ello mejor guardados del Estado. El grial de las decisiones más canallas, de los escándalos más apestosos. La oscura galería de los ficheros con lacre, de los cuales cuanto menos se sepa, mejor.
Otra vez nos topamos con el relato. Más en concreto con su veracidad que, bueno, ¿a quién importa el detalle? Y es que cuando se invoca ese relato, este tiene más que ver con el ego -¿cómo nos verán en el siglo XXII?- con la autocomplacencia -¡fuimos los mejores!- y la propaganda -¡nos enfrentamos a los peores!- que con desenmascarar la verdad. Esta narración no busca bucear en esas decisiones tomadas sin luz ni taquígrafos, en órdenes de obediencia indebida, en delitos tan flagrantes como impunes. Revelar la verdad parece importar a pocos. O tal vez les importe tanto la verdad que la prefieren secreta, oculta. La atenúan repitiendo mentiras con más insistencia y máximo volumen.
Botones de muestra: A Antonio Goñi Igoa le detuvieron en una marcha contra el proceso de Burgos en Donostia. Tras ser torturado fue puesto en libertad. No lo pudo superar y se suicidó, dejando una carta a su mujer. Esta fue confiscada por la misma policía que había detenido a Goñi. Lo que tendría para contar sólo importaba a su mujer. ¿Dónde está hoy esa nota? ¿Quién la oculta? Al forense Luis Moles, que presentó sus conclusiones sobre las torturas recibidas por los hermanos Olarra, le reventó un potente artefacto en su coche, ante la Audiencia Provincial de Gipuzkoa. A Jose Mari Olarra le pusieron una bomba en la librería donde trabajaba y otra a Jokin Olano en su comercio, tras la respectiva condena a los guardias civiles que les habían torturado. Una carta-bomba fue remitida a Ildefonso Salazar Melli, que había ganado otro juicio por torturas contra la Guardia Civil. La explosión alcanzó al cartero José Antonio Cardosa, matándolo. Las condenas eran ridículas y sus consecuencias nulas pero alguien no lo pudo perdonar. Es terapéutico conocer qué investigaciones se practicaron para dilucidar los hechos contra Moles, Olarra, Olano, Melli-Cardosa. ¿A quién apuntaban las sospechas? ¿Qué interrogatorios se practicaron? Sería bueno conocer su contenido. Si nunca se practicaron, sería bueno saber por qué.
En los hechos de Artxanda y Muskiz en que dos bombas abandonadas revientan hiriendo indiscriminadamente a tres personas, en cuanto se aparca la pista de la autoría de ETA -o al ser de menor potencia, de Jarrai, como algunos apuntaban confundiendo realidad con deseo-, ¿por qué se abandona toda investigación? ¿Adónde estaban llegando? Poco después detona en Donostia un coche de juguete abandonado en la calle con un dispositivo explosivo. La deflagración hirió al niño de 16 meses que lo encontró y mató a su abuela. ¿Hasta dónde llevó el sumario? ¿Por qué son sus conclusiones secretas? ¿Dónde está el dossier? ¿Quién lo guarda?.
No faltan encubridores: el periodista Fernando López Agudín confesó que asistió a una reunión «antiterrorista» en Gasteiz en la que se debatía «si es posible o no seguir trabajando con red». La red, según el ilustre invitado, «es el eufemismo que se emplea para designar los malos tratos y la tortura», por lo que se reunieron quienes conocían la comisión de un delito, para dirimir si era práctico y efectivo continuar practicándolo. ¿Quién guarda el acta de esa reunión? ¿Quién la redactó? ¿Aparecen los nombres de los participantes? ¿Están codificados? ¿Qué tribunal investigó los hechos? ¿Le fue tomada declaración al ufano periodista para que de testimonio de lo visto y oído? ¿Por qué no se hizo? ¿Quién mandó parar?
¿Cómo se suicidó Bernardo Bidaola Txirrita de un tiro en la pierna? ¿Cómo se aventuró Mikel Zabalza a escapar por el Bidasoa, estando esposado y cuando no sabía nadar? ¿Qué agua contenían sus pulmones? ¿Cuál es la verdad sobre lo que presentaron como el «suicidio colectivo» en la Foz de Irunberri? ¿Cuál fue el errático itinerario que hizo «Anuk» Galparsoro antes de ser detenido por la policía municipal de Durango? ¿En qué circunstancias acaba precipitándose por la ventana de la comisaría de Indautxu? ¿Por qué no había restos de sangre en el suelo donde yacía Josu Zabala «Basajaun», suicidado de un tiro en la sien? ¿Por qué tenía dos muelas violentamente extraídas el cadáver de Jose Luis Geresta «Ttotto», muerto de suicidio? ¿Cómo pudo estar desaparecido Jon Anza en el depósito de cadáveres donde se inició su búsqueda?
¿Por qué de 27 muertes producidas por los GAL solo se rascó la superficie, investigando media docena? ¿Qué tienen del resto?
Preguntas. Pueden parecer arma arrojadiza para hacer una crítica por ocultación o impunidad. Cierto, lo es. Pero no me quiero quedar ahí: las planteo porque quiero conocer su respuesta. Clara, diáfana y definitiva. Respuesta de sus protagonistas, de los que tomaron la decisión, dieron la orden o investigaron -y archivaron- los hechos. Respuesta balsámica para la opinión pública de este país pero, sobre todo, para sus familiares, que tienen derecho a saber en qué circunstancias desaparecieron los suyos. Imaginemos su calvario. Quiero, queremos, respuesta que aclare todos los extremos, por el efecto terapéutico de la verdad.
Y en crudo. Hechos sangrantes, no sentencias precocinadas que emitan tribunales estrábicos, para evitarnos el insoportable bochorno del Tribunal Supremo con el caso Portu-Sarasola. Queremos acontecimientos en bruto de los que cada cual pueda extraer sus conclusiones. Y, si puede, encontrar reparación.
Escribo desde el convencimiento de que el relato tendrá todas las verdades, o no será relato. Después, cada cual se lanzará a redactar los libros de texto más coloridos, a financiar los informes más capciosos, a realizar los homenajes más floridos, a inaugurar las plazas con los monumentos más emotivos. Pero mientras no se complete la foto, mientras no se desvele toda la verdad, informes, homenajes, inauguraciones, serán reverencias huecas. El homenaje a las FSE organizado por algunos partidos navarros y el memorial que quiere erigir Patxi López van en esa línea. En este país sobra propaganda, pedagogía, valores compartidos o como los quieran denominar. Falta verdad.
«Mientras los leones no tengan sus historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador». Los leones conocemos hasta la arcada las proezas de los cazadores tras tanto bombardeo. Y ponemos en duda la integridad de sus historiadores con tijeras y tipp-ex, que exaltaron la hazaña mientras encerraban bajo siete llaves el dossier de la miseria. Historiadores cancerberos a los que impondremos buenos cerrajeros.
Decía que falta verdad. Me corrijo: no falta. Se encuentra escondida en carpetas y ficheros repletos de polvo, candados... y respuestas.