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ANALISIS | CHRISTA WOLF, NOVELISTA ALEMANA

Leben Sie wohl, Christa Wolf!

El pasado 29 de noviembre, fallecía la novelista alemana Christa Wolf. Siempre fue una figura polémica en Alemania, su última novela, publicada el año pasado, fue «Stadt der Engel oder The Overcoat of Dr. Freud» («Ciudad de los ángeles o el abrigo del Dr. Freud»).

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Iñaki URDANIBIA | Crítico literario

Cuando a Heinrich Böll le concedieron el premio Nobel en 1971, preguntó por qué no se lo habían entregado a Günther Grass; ambos escritores compartían entonces el trabajo crítico con respecto a su país. Cuando años después, en 1999, el Nobel le fue entregado al autor de «El rodaballo», éste mostraba su pena de que no se lo hubiesen dado ex-aequo a su compatriota Christa Wolf, nacida Christa Ihlenfeld; ambos críticos con la entonces reciente unificación alemana y autores de una obra que no se anda por los cerros de Bizancio, sino que pisa la tierra desde la que surge. Son historias que reflejan los hechos acaecidos en Alemania, y que muestran el compromiso cívico de estos escritores que han solido ser considerados como «la conciencia de su país».

Nacida el 18 de marzo de 1929 en Landsberg an der Warthe, Alemania, hoy Polonia, fue ensayista, guionista cinematográfica y, en especial, autora de novelas de innegable valor literario, e innovador, como «En ninguna parte, en ningún lugar», «Noticias sobre Christa T.», «Bajo los tilos», «Casandra» o «Medea». Fue acusada al poco de la caída del muro berlinés por su supuesta, y pasada, complicidad con la policía secreta de la Alemania del Este, la nefastamente célebre Stasi; la pretensión era echar por tierra una gran obra que -y no voy a entrar a limpiar imagen alguna ya que ella misma admitió su colaboración con la temida policía política durante los años 1959 y 1962 (léase su «Lo que queda»)- siempre mantuvo como bandera: «Hablar con mi propia voz: lo máximo. No quiero más, ninguna otra cosa. En caso necesario podría demostrarlo, pero ¿a quién?», obra que desde luego no seguía la cuerda de la burocracia en el poder, y ello a pesar de la militancia en puestos de responsabilidad de Christa Wolf en las filas del partido comunista. Las novelas de la autora rompían con los atosigantes y esquemáticos -hasta la caricatura más caricaturesca- moldes del realismo socialista, heredero de aquellas rígidas y «proletarias» proclamas de Jdanov o del mensaje de «servir al pueblo» de las conferencias sobre arte y literatura en el foro de Yenan de Mao Ze Dong. La autora -como digo- daba paso a las experiencias individuales frente a lo colectivo -que en las posturas oficiales era lo que se debía priorizar y hasta magnificar-; prestaba la voz a seres débiles e inseguros, desde luego no «templados en el acero», que daban cuenta en sus confesiones de sus cuitas personales. Su postura le llevó a vérselas y deseárselas para poder publicar algunos de sus libros, que fueron reprobados por los órganos dirigentes del partido comunista de Alemania Oriental. Ahí están a modo de somero ejemplo, sus noticias de la amiga fallecida de leucemia (Christa T.), o las semblanzas de la poetisa romántica Karoline von Günderrode, o de ella misma, o aún su visita a la infancia y a las complicidades y silencios del pueblo liso y llano con el fascismo ordinario. Ya era bien consciente de la situación ella misma: «los poetas, y esto no es una queja, están predestinados a ser víctimas de sí mismos y de los demás».

Podría hablarse, en este orden de cosas, de la postura de la escritora Wolf como de una resistencia de la estética ante las tendencias gregarizadoras que invadían, asfixiantes, la atmósfera de su país. Pues bien, ese centro de gravedad desplazado hacia la subjetividad, hacia lo íntimo, se convertiría en la guía del quehacer wolfiano: cuanto más profundizaba en la introspección, más cuenta daba del carácter social, de la política del momento y de todos los acontecimientos que iban ayudando a forjar al individuo hasta llegar a ser lo que es. De esta manera, lograba plasmar el cuadro completo de la situación individual, y al tiempo la social y la política, entreverando la historia vital del individuo con sucesos de la historia contemporánea; esto es lo que hace la autora de forma paradigmática (me atrevería a decir, programática) en sus «Modelos de infancia».

Su vida, con el telón de fondo de la historia de su país, se convirtió en la materia prima de su literatura como mostraba de manera explícita en la última obra suya publicada por acá, hace cuatro añitos, «Un día del año, 1960-2000», en la que da cuenta de esa «superficie infinitamente intrincada de que está constituida la vida», de la que hablase Robert Musil, para hablarnos de sí misma, en el día 27 de setiembre de todos los años, treinta y nueve, que constan en el título de la singular obra autobiográfica, siguiendo la curiosa iniciativa de Máximo Gorki , luego retomada por el diario Izvestia.

Ahora, el día 29 pasado ha fallecido en Berlín, se acabó su vida, finalizó su escritura, y podía ponerse en su boca las palabras que ella puso en boca de su Medea: «ni una mirada, ni una palabra más. Me fui...». Ha llegado el momento de decir con su Casandra: «que el dolor se acuerde de nosotros. En él nos reconoceremos en un futuro, cuando nos volvamos a encontrar, si es que existe este futuro».

Agur, adiós, adieu Christa Wolf.

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