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Mikel INSAUSTI | Crítico cinematográfico

La frágil memoria de una princesa

 

Carrie Fisher echó a perder su carrera estelar hace mucho, mucho tiempo. Nunca superó su papel de la princesa Leia, y no encontró otros personajes que le hicieran olvidar su gloriosa etapa galáctica, salvo cuando Woody Allen se acordó de ella para «Hannah y sus hermanas», en una oportunidad que tampoco supo aprovechar.

Pero a la hija de Debbie Reynolds no le ha ido mal, gracias a que ha sabido reconvertirse en autora de libros de memorias que se venden como churros. Todo empezó con «Postales desde el filo», que Mike Nichols adaptó con éxito para la pantalla, eligiendo para encarnar a madre e hija a Shirley MacLaine y a Meryl Streep.

Desde entonces no ha parado y así nos hemos ido enterando de sus adicciones, de su trastorno bipolar o de su dependencia de los antidepresivos. El último de sus best-sellers autobiográficos es el recién publicado «Sockaholic», donde ya afirma que ha sido sometida a un tratamiento que incluye la aplicación del electroshock.

Todo esto puede parecer excesivo, pero Luis Buñuel reivindicaba en su libro póstumo «El último suspiro» el libre ejercicio de la memoria. Las autobiografías no son ensayos históricos ni deben serlo, del mismo modo que no existen los recuerdos exactos. Las vivencias personales son algo intransferible, que cada uno relata como le viene en gana, sin miedo a los falsos recuerdos.

Las drogas no ayudan precisamente a procesar el pasado de forma objetiva y precisa, por lo que la locura permite reinventar toda una existencia a través de los sueños. Y Carrie Fisher puede decir que fue princesa por un día.

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