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José Miguel Arrugaeta Historiador

Carta de un deportado

No quiero perderme la oportunidad de ser protagonista de estos nuevos tiempos que estrenamos, pero aún tengo pendiente dejar atrás la deportación

Todas las señales indican que se acerca la hora del regreso. Volver es el sueño íntimo y permanente de todo exiliado, así como el del preso es pisar nuevamente las calles y abrazar a sus seres queridos.

Va terminando este tiempo marcado por distancias y barrotes donde dejamos lo mejor de nosotros empeñados en resistir a pesar de los malos augurios. Hemos llegado hasta aquí casi enteros, que ya es bastante, aún mantenemos intactos los sueños de conquistar el horizonte y la libertad, aunque en este largo recorrido hayamos ido perdiendo amigos y compañeros que siguen viviendo en nuestros recuerdos.

Me anuncian nuevos senderos, y seguir andando es nuestro destino y nuestra vocación. Ahora toca construir día a día entre muchos esa sociedad justa y llena de futuro a la que aspiramos, a la sombra del rojo, verde y blanco de la bandera que nos representa.

Sin embargo, aún nos queda la tarea de cerrar adecuadamente la puerta del pasado reciente, volver a casa y curar heridas, sin olvidarnos de recopilar todos y cada uno de nuestros recuerdos y vivencias para que otras generaciones no tengan que repetir los mismos senderos dolorosos de la guerra.

Me pregunto qué ha supuesto para mí la deportación. Cómo expresar en breves palabras ese sentimiento de alejamiento, ese desgaste interminable o la lucha permanente para preservar y retroalimentar mi razón de ser y de vivir. Esta particular pelea contra el tiempo y las nostalgias se ha convertido a fuerza de costumbre en un ejercicio similar a respirar y recibir los amaneceres.

La deportación ha entrenado todos mis sentidos para mantener intactos los frágiles hilos que unen mi corazón a una tierra lejana habitada por la gente que amo, y al mismo tiempo seguir luchando silenciosa y anónimamente por mi país.

La espera ha sido tan larga que casi he perdido la cuenta. Han pasado ya 28 años desde aquel frío 10 de enero de 1984 en que me arrancaron de entre los míos para castigarme con el destierro a lugares lejanos y extraños. Cárcel, atentados del GAL, chantajes, deportaciones, entregas... marcaron aquellos años de plomo, pero todo formaba parte del mismo empeño y del mismo objetivo: quebrar nuestra determinación de resistir y luchar. Sin embargo, el tamaño y el poder del contrario no siempre determinan el resultado. Nuestra mejor arma siempre fue la fuerza de voluntad, por eso hemos llegado hasta aquí. No dejarse vencer, en medio de las adversidades, es ya en sí mismo una victoria.

A la hora del recuento obligatoriamente tengo que nombrar otro país, otros símbolos y otras personas que me acogieron en momentos difíciles y me ofrecieron su apoyo para sobrellevar mis penas y mantener mi aliento. Si los vascos hemos sido un pueblo viajero a través de la historia, a mí me ha tocado ser, por derecho propio, vasco-cubano. Esta isla se ha convertido en una patria adoptiva para mí, por eso guardo en mi pecho un espacio principal a la bandera de la estrella solitaria. En esta tierra calurosa, rodeado de mar, he desarrollado una parte fundamental de mi vida; aquí formé familia, estudié, trabajé e hice amigos, aquí he sembrado cariño y he recibido afecto, y es justo ser persona agradecida y solidaria.

Recibo mensajes lejanos, ecos que me anuncian la hora del regreso tantas veces soñado. No sé cuándo será, pero mi corazón late fuerte de nuevo, como si fuera joven. Se acerca el momento del reencuentro, de abrazar de nuevo las razones de mi vida, mi país distante y mi gente.

Cuento los días que faltan, sin que me importe la espera final ni sus plazos aún imprecisos. Mi fuerza y mi inteligencia aún están dispuestas para aportar en este nuevo camino, escogido por voluntad propia y colectiva, en el que tendremos que aprender a abrir y construir futuros de libertad entre dificultades e interrogantes.

No quiero perderme la oportunidad de ser protagonista, uno más entre muchos, de estos nuevos tiempos que estrenamos, pero para eso aún tengo pendiente dejar atrás la deportación. Convertir, entre todos, el exilio y la cárcel en cosas del pasado es, pues, tarea urgente, pero no me cabe duda de que lo vamos a conseguir más temprano que tarde. Después quizás extrañaré Cuba, mis amigos de aquí, sus paisajes, mis recuerdos y su clima amable, pero eso ya será parte de otro capítulo de la historia de mi vida.

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