Mikel INSAUSTI

Por cuestiones generacionales y de identidad cultural debería odiar una película tan tipo Sundance como “El futuro”, pero no lo hago y, al contrario, quedo agradecido a Miranda July por desnudarse metafóricamente ante la cámara y descubrirme la realidad interior de una artista multidisciplinar, mucho más vacía y merecedora de lástima que la de un pintor de brocha gorda. Ella es una moderna en el sentido más actual del concepto, ya que combina su vida como madre de familia con las “performances”, los relatos cortos y el cine “indie”. Es una creadora a su pesar, porque todo lo que hace en la vida obedece a una sensibilidad y una inevitable vena poética. Cada gesto, cada movimiento suyo es digno de ser captado por una “webcam”, para que otras almas afines compartan sus inquietudes. Jamás me reiría de ella, o miraría su trabajo con superioridad intelectual, debido a que es sincera y no tiene ningún reparo en mostrarse a los demás tal como es. Su ingenuidad “naif” me parece enternecedora y desarmante a la vez.

“El futuro” es una película personal e intransferible que aburre e irrita a cualquiera de forma consciente, puesto que trata sobre una abúlica pareja treintañera sin nada concreto que hacer. En ese sentido refleja muy bien la insulsa existencia de muchos jóvenes ociosos de hoy en día, que ya no tienen ni ganas de salir de casa. Miranda July y su novio en la ficción pasan del mensaje punk del “no future” a sentir el peso agobiante de un presente que no avanza. Sus problemas son absolutamente decadentes y superfluos, y así se empiezan a plantear su madurez y la toma de responsabilidades ante la adopción de un gato enfermo al que deberán cuidar juntos por más tiempo del que tenían previsto. Es la propia Miranda July la que pone voz a Paw Paw, una mascota filosofante cuyos pensamientos introducen un tono surrealista en la narración, que da cabida a conversaciones con la luna o a la influencia sobre las mareas, todo ello en un vano intento por detener el paso del tiempo.