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Crónica | Irak, a casi nueve años de la invasión

Impresiones a pie de calle rota

Tahrir de El Cairo ha eclipsado a Tahrir de Bagdad en 2011, de largo. Pero los pocos informadores que nos acercamos a la capital de Irak durante las revueltas de la primavera nos hicimos ya una idea del estado en el que está el país en 2011.

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Karlos ZURUTUZA

«Queremos luz, agua y trabajo», gritaban miles de iraquíes durante unas revueltas que apenas tuvieron repercusión mediática en el foro internacional. Tras ocho años de ocupación, los bagdadíes siguen maldiciendo mientras intentan vadear cenagales para llegar a casa y, sobre todo, al comprobar que apenas tienen agua corriente para limpiarse la ropa manchada en el camino. Y el electrodoméstico más preciado en cualquier hogar iraquí es hoy el grupo electrógeno, ¿cómo sino poner en marcha el resto?

No hace falta entrar en sus casas. En Tahrir de Bagdad, los cráteres y las ráfagas de bala en las fachadas alrededor de esta plaza -a cinco minutos andando de la Zona Verde- son, en sí mismas, una metáfora lo suficientemente elocuente. Justo al lado, el casco histórico nos recuerda que estamos en la ciudad de las mil y una noches de los cristales rotos. El bombardeo de 2003 podía haber sido ayer mismo. Ni rastro de los miles de millones de dólares supuestamente destinados a la reconstrucción de Irak. Al menos no aquí.

«América luchó y ganó Irán»

Otra de las quejas de los «indignados» iraquíes era la cada vez mayor injerencia del vecino persa a todos los niveles. Donde antes había retratos de Saddam, decían, ahora colgaban los del imán Hussein y Moqtada al Sadr. La presencia de la iconografía chiíta en las calles de Bagdad es casi más apabullante que en la propia Teherán. Nada extraño cuando su propio primer ministro, Nuri al Maliki, se define como «chiíta antes que iraquí»; cuando una gran parte del Ejecutivo tiene la doble nacionalidad (iraquí e iraní), y cuando el partido bisagra es el de Moqtada al Sadr, el carismático líder de la milicia Mahdi que estudia para ayatolá en Teherán.

«América luchó y ganó Irán», se quejaban muchos en Tahrir. La política, la religión, la economía... Irak es ya el primer mercado «no petrolífero» de la República Islámica. La escasa producción industrial local y la hasta ayer generosa producción agrícola han sucumbido ante los precios de los productos persas. Las otrora fértiles cuencas del Tigris y el Eufrates quedaron yermas y muchos campesinos del sur emigran a los arrabales de Basora, la segunda ciudad del país. Alguno quizás se atreva a soñar con ser funcionario de la nueva administración, ese «ejército» de tres millones de rentistas (el 10% de la población total).

El trámite burocrático más sencillo puede costar semanas en tiempo y fajos de billetes a funcionarios que pasan las horas tomando té frente a un televisor de plasma en sus despachos. Tampoco fue fácil para ellos. Un soldado iraquí gana unos 600 euros al mes, pero previamente habrá pagado entre 800 y mil sólo por la hoja de inscripción. Y la elevada tasa inicial no garantiza el ingreso al cuerpo si no se tienen «contactos». Abstenerse los no chiítas.

«Cuando vivía en Bagdad hace veinte años solía ir a bailar con mi mujer pero hoy eso resulta inconcebible», resaltaba a GARA un recién retornado que no veía el momento de volver a Estocolmo. La «salvaguarda de la moral» se impone hoy desde las cúpulas del nuevo poder iraquí, clausurando escuelas de danza y teatro, centros de ocio o locales de venta de alcohol gestionados por cristianos. A veces se hace por decreto y otras se impone la ley de las milicias «financiadas desde la Zona Verde».

Se trata de medidas coercitivas que también sufren todos aquellos que se atreven a denunciar los innumerables casos de corrupción, las arbitrariedades y abusos de toda índole.

El periodista y activista por la libertad de expresión Hadi Jalu manifestaba su preocupación ante la «inminente desaparición de los medios independientes iraquíes». Dos días después de esta entrevista, unos encapuchados arrasaron su oficina llevándose ordenadores y discos duros. Los informadores oficiales lo achacaron a «milicias descontroladas»; el resto apuntaba hacia la Zona Verde. Precisamente por la más que probada infiltración de milicias de todos los colores en las fuerzas de seguridad, hoy son los peshmerga -los soldados kurdos- los encargados de la seguridad en el Parlamento iraquí.

Tras años de terrible violencia sectaria, los árabes no se fían entre ellos por lo que los kurdos son bienvenidos como «tropa de interposición», especialmente en aquellos barrios chiítas donde vive una minoría suní, y viceversa. Fuentes del Gobierno Regional Kurdo afirmaron que están recibiendo presiones desde Teherán para mediar con los kurdos de la vecina Siria y evitar que se sumen a la insurrección.

Iraq Body Count habla de más de doscientas víctimas mortales durante la primera quincena de diciembre; apenas una línea más en una lista inabarcable que se extiende desde los albores de los tiempos, con la desaparición de gran parte del patrimonio arqueológico de la «cuna de la civilización», hasta su mismísimo ocaso.

El uranio empobrecido utilizado en las dos guerras del golfo se ha filtrado al ADN de los niños iraquíes, muchos de los cuales no han nacido todavía. Los ocupantes se marcharon ayer pero dicen los científicos que su legado seguirá envenenando Mesopotamia durante los próximos 4.000 millones de años.

 

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