Educar en cultura es una inmejorable inversión de futuro. Intentar segregar la educación como un fundamento esencial de la misma cultura es una instrumentalización que rebaja la calidad general y provoca la proliferación de especialistas con formación limitada, muy sabedores de un poco y desconocedores de un mucho. Lo ideal es acabar el recorrido curricular sabiendo de física cuántica, pero con capacidad para poder disfrutar de la literatura o la música, amando las artes plásticas porque se han conocido en el proceso formativo como algo orgánico, no como un premio o una materia casual y fuera del horario lectivo.

Una ciudadanía educada en cultura es capaz de afrontar cualquier situación a partir de su constitución humanista que abraza la belleza, el esfuerzo y el conocimiento como un trípode desde el que fundamentar una identidad propia, colectiva, que ayude a cada individuo a su crecimiento y su imbricación en cualquier proyecto. El mantener la educación y la cultura en compartimentos estancos es estrangular el futuro, crear individuos instruidos, pero limitados, a los que se les hurta una parte de su propia esencialidad, como si la música no fuera matemática, o la pintura no dependiera de la química o la escritura de la neurociencia.

A veces se perpetúa una noción de la cultura y la educación antagónicas. Insisten algunos en una educación pragmática muy empresarial y una cultura de exhibición, pompa y adorno, que no forma parte de la vida cotidiana de los individuos. Sólo se entiende una como complemento o regalo de la otra. Es presentar la cultura glasofonada y la educación como una imposición categórica.