Por abreviar y empezar por el principio te diré no he sido buena ni me he portado bien, así que no se si este año me corresponde el par de calcetines que invariablemente me reserva tu lado más práctico. Me río de personas muy serias y de cosas muy serias. Pero así como por maldad tampoco es. Es que me sale. Me parto la caja cada vez que Basagoiti se pone en plan Don Pelayo y a pesar de que parece al borde del colapso, con mi mejor sonrisa le deseo que se cumplan sus más funestos presagios y Otegi salga lehendakari. Me río a mandíbula batiente cuando venden como un insulto que el rey español no regalara su sonrisa al parlamentario de Amaiur, como si fuera una deferencia envidiable que le distinga con su simpatía quien de la mano de Franco juró lealtad a los principios del Movimiento. Y no es de risa, pero sonrío, aunque sea con tristeza, cuando tras el reconocimiento del Acuerdo de Gernika al daño causado a todas las víctimas del conflicto, salen los de siempre, con su eterno aire enfurruñado, con la voluntad enquistada en la venganza, a decir que no es suficiente. Ellos, que se aferran al hambre de sufrimiento y de víctimas que tiene la dispersión. Ellos, con sus patéticas provocaciones. Ellos, que ni deben, ni pueden, ni tienen ningún derecho a exigir. Y me vuelve la risa de verdad, la mejor, la más abierta, cuando pienso que el 7 de enero llenaremos las calles de Bilbo para ser el grito que vaciará sus cárceles. Más lo que me reiré cuando, como siempre, hagan como que no ven lo que sí que han visto. Ya ves, si son serias las cosas y si me río. Súmale además, las del merengue de la Barcina. Ya me dirás si este año hay o no calcetines.