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Análisis | Debate de investidura en el Congreso

Un silencio con mucho eco

Mariano Rajoy sigue callando sobre el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria. Y más aún, como quedó claro en su irrelevante respuesta a CiU, calla sobre todo lo que tenga que ver con el problema territorial que hereda de Zapatero, Aznar, González, Calvo Sotelo y Suárez, cada vez más agudizado. Es un silencio que da pie a todo tipo de interpretaciones. La pista más sólida de momento es que a Rubalcaba le gusta.

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Ramón SOLA

Las intervenciones de PNV y Amaiur hoy a primera hora de la mañana serán la última oportunidad de arrancar a Mariano Rajoy alguna pista sobre lo que piensa hacer -o no hacer- en el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria por el cese definitivo de la lucha armada de ETA. Aunque también es posible, e incluso probable, que Rajoy tampoco caiga en esa última tentación y evite sobre todo entrar en un careo público con los abertzales de izquierdas que sería absolutamente inédito. Mantener su mutismo iría en consonancia con dos decisiones materializadas ya por su partido en esta apertura de legislatura: evitar el contacto que sí ha mantenido el PP con el resto de fuerzas e imponer el veto al grupo propio dándole apariencia de decisión reglamentaria de puro trámite.

Parecía difícil que Rajoy no tocara el tema vasco en su discurso de investidura, pero lo hizo, confirmando así todos los típicos tópicos sobre la indefinición gallega. Quienes esperaran alguna pista de si Mariano Rajoy va o viene, sube o baja, se decide o se queda parado en el camino abierto por la izquierda abertzale, se quedaron con las ganas.

Prolonga así un silencio que sólo ha roto un par de veces desde el 20 de octubre. La primera, unas horas después de la decisión de ETA, para admitir el alcance innegable de la noticia y matizar que el objetivo final no puede ser otro que la disolución. Una afirmación obvia en el fondo, pero que ya bastó para suscitar recelos en los sectores más extremos de la derecha nacionalista española. La segunda, unos días después, para afirmar que rechaza dialogar con la organización armada, a lo que le instan los líderes internacionales de la Conferencia de Aiete.

Entre medio, Rajoy hizo un leve intento de introducir el tema en campaña con aparentes intenciones pedagógicas. Fue en un mitin en Cerdanyola del Vallés (Barcelona), donde trasladó a sus bases que «es el momento de tener grandeza» y aclaró a los líderes del PP más alborotados que en este terreno «sobran los debates estériles, sobran especulaciones, las frivolidades y las ocurrencias». Cuentan las crónicas que en ese momento se escucharon algunos silbidos en las gradas por parte de quienes entendían que este mensaje era demasiado blando. El caso es que Rajoy no volvió a posicionarse verbalmente sobre la cuestión vasca en toda la campaña electoral, en la que ciertamente tampoco el PSOE le forzó a tomar posición. Y ahí continúa, mudo.

Ayer tampoco habló, lo que dio pie a interpretaciones de lo más variopinto. El PNV, por ejemplo, corrió a considerarlo como un mal síntoma. «Ni una referencia siquiera formal, nada -se quejó Josu Erkoreka-. Es algo que nos sorprende sobremanera y negativamente», expuso. También Patxi López se apuntó a esa tesis: «Es preocupante que no haya dicho nada. Se necesita de la política para consolidar la convivencia y la concordia en Euskadi, que es el gran reto que tenemos por delante. Y el Gobierno de España tiene su papel en esto. Y espero, sinceramente, que su papel no sea el de callar o mirar hacia otro lado».

Para Francisco José Alcaraz, que desde el cargo que entonces ocupaba en la AVT fue el ariete principal de Rajoy contra el proceso de negociación 2005-2007, no hay que buscarle tres pies al gato. En su opinión, Rajoy eludió el tema ayer únicamente porque «no quiere desviar la atención» sobre la economía. En cualquier caso, se dio por satisfecho con la mención a las víctimas de ETA y la leyó como «un guiño al compromiso adquirido: la derrota de ETA y cortar cualquier vía de negociación».

Sin embargo, no está claro que Alcaraz sepa más que Erkoreka y López sobre cuáles son las intenciones reales de Rajoy. De momento, su silencio sólo es prueba de que no quiere mojarse, y probablemente tampoco precipitarse. A partir de ahí, sólo él sabe si no habla porque no tiene nada que decir, porque aún no sabe qué decir, o porque sí lo sabe pero al mismo tiempo entiende que la prudencia es indispensable para gestionar una opción histórica.

Los facilitadores internacionales que trabajan en Euskal Herria vienen alertando de que tras haber llevado a la opinión pública española a posiciones tan extremas como las que constatan las últimas encuestas, el margen de acción de los gobernantes españoles es muy reducido. «El mínimo riesgo es máximo para ellos», subrayan.

Puestos a interpretar silencios y a entender riesgos, quien sí parece tener claves -no podía ser de otro modo- es el líder del PSOE. Y tanto en la campaña como después, Alfredo Pérez Rubalcaba se declara satisfecho con la posición que toma Rajoy ante el nuevo tiempo y confía en que sabrá llevarlo a buen término. Ayer le reiteró que le apoyará en todo. Si Rajoy acierta, Rubalcaba ya reivindicará luego que al fin y al cabo esto empezó cuando el PSOE gobernaba. Una peculiar reedición, a la inversa, de lo que hicieron los primeros ministros británicos en el proceso irlandés: empezó con el conservador, John Major, y lo acabó el progresista, Tony Blair.

El libro que acaba de publicar Jesús Eguiguren constata una cuestión paradójica. En las negociaciones de Ginebra y Oslo, quien se mostraba preocupado por la fractura PSOE-PP no eran ni Zapatero ni Rajoy... sino ETA. Afrontar el proceso de resolución requiere evidentemente un pacto de Estado más fácil ahora que nunca. Rajoy ya lo gritó todo en aquel 2006. Ahora no importa mucho que hable o calle, sino que haga y deje hacer.

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