Artemio Zarco | Abogado
El caso Urdangarín
Cuando la crisis se extiende aparecen «predadores» en busca de beneficios, personajes variopintos, como el yerno del rey español Iñaki Urdangarín, en cuyo caso de presuntos delitos económicos se centra el artículo de Artemio Zarco, en el que también critica la actitud mostrada, entre otros, por el propio Juan Carlos de Borbón, a quien no ve excesivamente preocupado por lo ocurrido, más bien al contrario.
Como ejercicio mental que a lo peor no conduce a ningún sitio pero que puede servir para ejercitar el sentido crítico, podríamos plantear la pregunta de si el poder económico es dependiente del político o si por el contrario el económico prevalece en la confrontación. En cualquier caso lo que sí se puede concluir es que cuando se encuentran, inevitablemente se mezclan y el resultado es desastroso para los que andan por los alrededores. Hasta donde se pueda lo mejor es alejarse. Si el poder político corrompe según el conocido aforismo popular, el económico congela los sentimientos.
Cuenta Oscar Wilde que un importante banquero, queriendo lucir su ingenio ante los amigos que le acompañaban en el paseo, le dijo al mendigo que le extendía suplicante la mano: «Mírame a los ojos. Si aciertas cuál de los dos es de cristal, como premio te daré 10 guineas». El mendigo le miró fijamente durante 15 segundos y al final sentenció: «el de cristal es el izquierdo». «¡Formidable!», reconoció deportivamente el banquero: «¿Cómo lo has descubierto?». El mendigo le contestó: «Es más humano que el otro. Me ha parecido ver en él un destello de piedad».
La crisis que nos ahoga se extiende imparable a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo, lo que nos lleva fatalmente a las preguntas claves de cuyas respuestas puede depender nuestro futuro: ¿Podemos confiar en los que controlan la política y la economía? ¿Qué podemos esperar de ellos? Las conclusiones no pueden ser más decepcionantes. Al modo de los conocidos versos de Góngora, remedándolos podríamos decir: ¿Qué guía podemos esperar de un ciego? ¿De un tramposo qué juego limpio? ¿De un mentiroso qué verdad? ¿De los bancos causantes de la crisis qué remedio? ¿De los que a escondidas beben en el abrevadero del poder qué aportaciones?
El panorama es desolador. Mientras la crisis es una mancha de aceite que avanza por doquier, los predadores salen a la calle a ver qué pueden encontrar antes de que la marea se lo lleve.
De sorpresa en sorpresa, los personajes más variopintos desfilan ante la hipnotizada ciudadanía que no acaba de comprender lo que allí se representa.
Del modo más inesperado, uno de esos personajes que salen del sombrero en medio del desbarajuste social es el apellidado Urdangarín con un euskérico Iñaki de nombre de pila, plebeyo vasco ascendido por los aconteceres de la vida a duque español, quien como el niño que se ha perdido en el bosque, no acaba de situarse dónde está exactamente y qué le ha sucedido, y lo que desconcierta más, no acaba de entender correctamente lo que ha hecho. Es un caso notable de quien confunde los papeles y, desorientado, interpreta el que aún no ha aprendido de memoria. En la trampa de la conjunción de lo político y lo económico se ha metido en un agujero de arenas movedizas del que difícilmente va a salir.
Por mucha presunción de inocencia con la que intentan arroparle los próximos, lo cierto es que el fiscal y el juez que analizan el caso le imputan, palacete aparte, provisionalmente como presuntos los delitos de evasión de fondos a paraísos fiscales, captación irregular de dinero de administraciones públicas, ONG ficticias para mejor embaucar, falsedades, fraudes económicos, todo ello en cantidades millonarias de esa moneda tan abundante para unos, tan escasa para otros, que se conoce por euro.
Ya sé, ya sé, repito una vez más para que nadie me lo restriegue, lo de la presunción de inocencia, que no quita para señalar que por bastante menos muchos imputados a pesar de la constitucional presunción han dado y dan con sus huesos en la cárcel en situación de prisión provisional mientras, para que formen parte del futuro escenario, se preparan los estrados de los jueces, fiscales y abogados y el banquillo de los acusados.
En el ínterin, se comenta como insuficiente la amonestación de su majestad el rey a su atolondrado yerno por realizar cosas calificadas de «poco ejemplares». ¿Chiquilladas tal vez...? Olvida lo más importante según ha sido señalado por los medios: ¿Cómo y cuándo va a devolver el duque los millones que ha pescado y que presuntamente no le pertenecen porque no se los ha ganado con el sudor de su frente? ¿Tendremos que dejar constancia de que esos millones son nuestros como ciudadanos del Estado español y que debe quedar muy claro que no está en nuestro ánimo regalárselos ni ahora ni nunca, ni en todo ni en parte?
Por cierto y hablando de dineros ¿Cómo y de dónde piensa Urdangarín pagar a sus abogados, ese prestigioso colectivo jurídico de Barcelona?
Me parece que devolver el dinero y pagar a los abogados va a resultarle al duque una ardua tarea. ¿O también los vamos a pagar nosotros? Pues no. Urdangarín tendría que hipotecar el palacete, que es lo que hace la gente en EEUU para pagar a los abogados gringos, los más caros del mundo. Los americanos viven una parte importante de su vida pendientes de que los abogados estén contentos. Por lo visto, si no cobran con carácter previo no se inspiran, no se les ocurre nada. Aunque bien pensado, si Urdangarín tiene que devolvernos el palacete, siempre puede acudir a un abogado de oficio, aunque desgraciadamente viene a ser como ir al juicio en alpargatas.
Pero en tanto dilucida si abogado prestigioso o de oficio, el prestigioso le hace decir cosas que leemos en la prensa con ojos asombrados. Así nos enteramos que Urdangarín está «indignado». Se ve que es un préstamo del 15M, pero en todo caso cualquier parecido entre los seguidores de este movimiento y él es como comparar un pura sangre con un percherón (el percherón es Urdangarín). Si a esto se añade que Urdangarín «tiene la sensación, la convicción de plena inocencia», tal creencia está en flagrante contradicción («El Mundo», 4 de diciembre de 2011) con lo que dice el juez instructor de que existen «serios indicios sobre irregularidades cometidas con ocasión de ...» (convenios administraciones públicas).
Mientras, el rey sigue cumpliendo con sus tareas seguido de cerca por el pueblo que le observa para ver con qué talante sobrelleva la crisis. Podríamos decir que la sobrelleva con desenvoltura.
Citando por segunda vez a Oscar Wilde, viene al caso recordar que el «Príncipe Feliz» residía en el Palacio de la Despreocupación en el que le estaba prohibida la entrada a la Pena. En este sentido, no le veo al rey ningún gesto de profunda preocupación como arrancarse los cabellos o mesarse las barbas en solidaridad con el pueblo en paro. Por el contrario se le ve participar en los eventos y en las hazañas deportivas patrias como el primero de los hinchas y el más eufórico de los seguidores, tal vez solo superado por Manolo el del bombo.
Ultimamente los españoles arrasan: campeones en fútbol, en motos, en piscinas y ahora en tenis (Copa Davis) con la presencia del rey que se atiborró de la cosa durante cuatro horas, moviendo la cabeza de derecha a izquierda y viceversa y aplaudiendo.
Todas estas gestas llevan de música de fondo repetida hasta la náusea una cantinela infantil: «¡Campeones!, ¡campeones, oé, oé, oé». Tanto desbordamiento nacional en estos tiempos de penuria es de tan mal gusto como descorchar en medio de un funeral una botella de champán francés.
Esos triunfalismos, esas apoteosis deportivas, con su toque racista, son tan viejos como la historia. Constituyen el panem et circenses romano con los que distraer al pueblo y evitar que critique los excesos y los fracasos del poder.
No parece que sean tiempos para entusiasmos deportivos. Más sensibilidad mostraría y demostraría el rey visitando las oficinas y las colas del paro.
Por una vez estoy con Rajoy. No está la cosa para cenas.