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Smiley: el espía desencantado que encumbró a John Le Carré

Las salas comerciales acogen la versión firmada por el prestigioso cineasta sueco Tomas Alfredson («Déjame entrar») de «El topo», la adaptación para el cine de la célebre novela de John Le Carré que recrea con acierto la trastienda gris y traicionera de los servicios secretos durante la Guerra Fría. El camaleónico Gary Oldman da vida al agente secreto británico George Smiley, un personaje que nada tiene que ver con la tradición de James Bond.

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Koldo LANDALUZE | DONOSTIA

En esta historia no hay cabida para flamantes Aston Martin, ni es posible degustar un vodka martini agitado -no revuelto- bajo las palmeras de un paisaje exótico y en compañía de una exuberante y peligrosa espía rusa. Las fichas no se apilan sobre el tapete de un casino y el final feliz, sellado con un beso, no está asegurado. Nuestro protagonista, al igual que James Bond, también opera en la trastienda secreta del Gobierno británico pero, al contrario que 007, arrastra sobre sus hombros la pesada carga de los años mal remunerados por sus superiores. A simple vista, da la sensación de que se trata de un gris oficinista, un tipo melancólico, poco atractivo, obeso y que asume como puede las infidelidades de su esposa lady Ann Sercomb, quien, dos años antes de escaparse con un apuesto piloto de carreras cubano, lo describió de esta manera: «Es tremendamente vulgar».

Nuestro protagonista se llama George Smiley y, mientras avanza con paso cansino y bajo la lluvia hacia su otrora lugar de trabajo, limpia el cristal de sus gafas y medita el motivo por el cual ha aceptado regresar a las oficinas de los Servicios de Inteligencia británicos después de que fuera apartado de la agencia tras ser señalado como principal responsable de una misión fallida que fue ejecutada en Hungría. No hay que olvidar que estamos en los años 70, en plena Guerra fría; los misiles asoman sus colmillos en diversas partes del mundo y el más mínimo error en este juego, se paga con creces. Pero, ¿quién es en realidad George Smiley? Si nos guiamos por las anotaciones que su creador, el escritor John Le Carré, dejó escritas en su primera novela («Llamada para un muerto»), Smiley forma parte a esa tipología de seres grises cuyos padres no pertenecieron a la clase acomodada británica, nunca cursó sus estudios en un buen colegio y después de su paso no excesivamente brillante por Oxford, fue reclutado por los servicios secretos. Le gusta su trabajo porque le permite actuar en solitario y, sobre todo, porque le resulta bastante apacible. También siente una gran afición por los llamados «poetas olvidados» y Le Carré lo definió textualmente de esta forma tan certera: «Es alguien que viajaba sin etiquetas en el furgón de equipajes del expreso social».

Cinco novelas

David John Moore Cromwell, alias John Le Carré, estudió en diversas universidades europeas y ejerció de profesor en Eton antes de ingresar en la nómina del cuerpo diplomático. Tras ser reclutado por el Foreing Office, tuvo que inventarse un seudónimo para dar rienda suelta a su afición por la literatura; mientras tanto, el MI5 y el MI6 pagaban su nómina. El personaje de George Smiley ha participado en cinco novelas como protagonista -«Llamada para un muerto» (1961), «Asesinato de calidad» (1962), «El Topo»/«Calderero, Sastre, Soldado Espía» (1974), «El honorable colegial» (1977) y «La gente de Smiley» (1979)- y ha participado como secundario en «El espía que surgió del frío» (1963), «El espejo de los espías» (1965) y «El peregrino secreto» (1990). Pero, si a simple vista resulta interesante el personaje central, mucho más apasionante resulta su némesis, Karla, que está basado en un personaje real llamado Rem Krassilnikov; responsable del servicio de contraespionaje del KGB que tuvo en jaque a todos los servicios secretos occidentales gracias a su astucia y que fue el artífice del caso real en el que se inspira «El topo»: la traición de los llamados «cinco de Cambridge» orquestada por Guy Burguess, Donald Mclean, Anthony Blunt, John Cairncross y uno de los más célebres doble agentes británicos que trabajó para la Unión Soviética: Kim Philby.

Siempre fiel a su jefe -Control- el agente desterrado Smiley ha aceptado regresar para cumplir una orden: desenmascarar a un topo infiltrado en la cúpula del servicio secreto, que está enviando información a la Unión Soviética. En compañía de un grupo de agentes retirados, recabará todas las pruebas posibles que indiquen quién de los denominados Calderero, Sastre, Soldado y Espía es el agente que está vendiendo información privilegiada al muy eficaz responsable del KGB, el agente Karla.

Traiciones

El título original de «El topo» es «Calderero, Sastre, Soldado, Espía» y está basado en una canción infantil con la que Control -el responsable del Servicio Secreto británico- ha definido a los principales sospechosos. Esta novela supuso la consagración definitiva de un John Le Carré que todavía estaba recogiendo elogios de su anterior obra «El espía que surgió del frío». «El topo» es un resumen perfecto de lo que el propio autor vivió durante su época en el Foreing Office y detalla un modelo de espionaje en el que imperan las traiciones, las misiones que alternan el fracaso y el éxito relativo, las constantes luchas de poder y las dudas que siempre genera aplicar unos métodos que pueden resultar no muy ortodoxos.

Tras un encadenado de misiones fracasadas, el Circus -nombre que Le Carré aplica al Servicio Secreto- planeará un cambio radical en su estructura de mando. Control ha muerto de cáncer, Smiley ha sido jubilado, el agente Peter Guillam ha sido recolocado en los llamados Cazadores de Cabelleras. En resumen, toda la cadena de mando se ha reorganizado de forma colegiada y siempre dependiente de la madre de todos los secretos: la operación Brujería, integrada por un agente o agentes «Merlín». Nuevamente reclutado para el servicio, Smiley emprende una investigación que le obligará a enfrentarse a sus propios fantasmas del pasado.

Un breve vistazo a la trama e intenciones de la novela nos devuelve una sensación de desencanto. No hay excesivos motivos para la alegría heroica ni la épica, porque nuestros personajes se mueven en un submundo excesivamente proclive a la traición y al beneficio personal. Esta sensación ha sido perfectamente captada por el cineasta sueco Tomas Alfredson, un autor que tres años atrás legó para la posteridad su magistral cuento de vampiros «Déjame entrar». Sustentada en una puesta en escena muy detallista, envuelta en una muy oportuna fotografía de tonos gélidos a cargo de Hoyte Van Hoytema, y una partitura con la que el donostiarra Alberto Iglesias -compositor que anteriormente había musicado la adaptación de otra novela de Le Carré, «El jardinero fiel»- sigue cosechando nominaciones para los principales premio cinematográficos, esta crónica de espías desencantados basa toda su fuerza en unas interpretaciones sobresalientes brindadas por un sólido reparto gobernado por completo por un Gary Oldman que ha sabido transmitir la grisura y tenacidad de George Smiley.

El propio Oldman ha definido de esta manera a su personaje: «Posee un estricto sentido de la moral, aunque reconoce y comprende el lado oscuro y poco ético de lo que hace. Para mí fue un halago hacer este papel, porque en las entrañas de Smiley hay un mundo interior muy rico en matices. Le Carré habla de un entramado que él conocía a la perfección y su personaje de Smiley resume esta experiencia en la trastienda del mundo del espionaje». Indagando en lo que aporta la película, Oldman confiesa que «en esta película resulta irónico que la mujer sea la promiscua y no el protagonista masculino. Todo lo contrario a lo que ocurre en los filmes de James Bond. La fantasía masculina del agente secreto que se acuesta en la cama con todas las mujeres se diluye por completo».

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ALIAS

David John Moore Cromwell, alias John Le Carré, estudió en diversas universidades europeas y ejerció de profesor en Eton antes de ingresar en la nómina del cuerpo diplomático. Tras ser reclutado por el Foreing Office tuvo que inventarse un seudónimo para dar rienda suelta a su afición por la literatura.

DONOSTIARRA

El donostiarra Alberto Iglesias, compositor que anteriormente había puesto música a la adaptación cinematográfica de otra novela de Le Carré -«El jardinero fiel»- firma también en esta ocasión la banda sonora de «El topo». Iglesias sigue cosechando nominaciones para los principales premios cinematográficos.

TRAICIONES

«El topo» es un resumen perfecto de lo que el propio autor vivió durante su época en el Foreing Office y detalla un modelo de espionaje en el que imperan las traiciones, las misiones que alternan el fracaso y el éxito relativo, las constantes luchas de poder y las dudas que siempre generá aplicar unos métodos que pueden resultar no muy ortodoxos.

¿Alec Guinness 0 Gary Oldman?

Antes de Gary Oldman fue el ilustre Alec Guinness quien prestó su fisonomía no menos camaleónica a George Smiley en la prestigiosa teleserie homónima que la BBC llevó a cabo en 1979. Dirigida por John Irvin («Los perros de la guerra»), esta producción será recordada por la impecable caracterización de un Guinness que supo transmitir ese mundo secreto y privado del protagonista de apariencia anónima. Siempre recordaremos esa escenografía gris y lluviosa atrapada en blanco y negro, las carpetas apiladas en desorden y acumulando polvo en ese tipo de ficheros que podías encontrar con cualquier oficina. El glamour del espionaje se derrumbaba en cada entrega de «El topo», una producción que se emitió por primera vez durante una huelga del canal privado británico, lo que motivó que, durante seis semanas, los espectadores sólo pudieran elegir entre la BBC 1 y la BBC 2. Cuentan los estudios que más de once millones de personas vieron esta producción y cada uno de sus episodios provocaba infinidad de debates que, iniciados en la radio, se prolongaban en la calle. El personaje de George Smiley se convirtió en todo un fenómeno social y su miopía cercana sedujo por completo a una clase media muy poco acostumbrada a este tipo de antihéroes. Tal y como ha declarado recientemente el escritor John Le Carré y en referencia a las dos excelentes interpretaciones que Alec Guinness y Gary Oldman han hecho de su personaje: «Si me cruzara con el Smiley de Alec Guinness en una noche oscura, mi instinto sería el de buscar su protección. Si me cruzara con el de Gary Oldman, huiría como alma que lleva el diablo». K.L.

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