«Cuanto mayor es mi pesimismo, más optimistas son mis películas»
Director de cine
El finlandés es, a sus 54 años, uno de los cineastas contemporáneos más influyentes. Acudió al último Zinemaldia para presentar «Le Havre», película que llega ahora a las salas y donde ahonda en ese retrato de las clases populares golpeadas que ocupa casi toda su filmografía, aunque, esta vez, en clave positiva.
Jaime IGLESIAS | DONOSTIA
«Entiendo el castellano, pero no lo hablo bien», se presenta ante nosotros mientras descorcha una botella de vino blanco que apurará a lo largo de la entrevista. Vehemente y, a ratos, desconcertante en sus respuestas, se divierte vacilando a sus interlocutores sin perder esa mueca de circunspección que tanto le aproxima a sus personajes.
Justamente cuando la «idea de Europa» atraviesa por uno de sus momentos más críticos, usted presenta «Le Havre», una película donde se reivindican la fraternidad y la concordia. ¿Le gusta nadar a contracorriente?
«Luces al atardecer», mi anterior film, es uno de los más demoledores que he dirigido. No me apetecía volver a eso, precisamente por cómo están las cosas. Este mundo resulta tan terrible que no me quedan ya ganas de hacer más películas tristes.
¿Va a seguir entonces por la senda del optimismo?
Ese es mi propósito, pero tampoco creo que esto sea una novedad en mi filmografía. «El hombre sin pasado» (2002) estaba impregnada de ese mismo sentimiento aunque quizá, en el caso de «Le Havre», se manifieste de un modo más explícito. Digamos que he mantenido mi optimismo oculto durante una década (ríe).
¿Pero usted se considera una persona optimista?
No; de hecho, soy bastante pesimista, lo que ocurre es que, cuanto mayor es mi pesimismo, más optimistas son mis películas. Contra la idea que algunos pudieran tener sobre mí, creo que soy alguien muy sociable: me encanta la gente. Tengo un serio problema, eso sí, con la Humanidad.
¿Hasta qué punto el humor, tan presente en sus películas, y de un modo especial en «Le Havre», le sirve como herramienta de reflexión?
Me gusta el humor, pero mis películas tratan temas serios, conflictos reales. En ese sentido reflejan la vida: mis personajes siempre reciben lo que dan. Dicho lo cual no me gusta juzgarles, ni ponerme moralista, tampoco mostrarme excesivamente riguroso. La idea de la película parte de un guión que escribí para hacer un documental sobre los «sin papeles». El tema me trastornó y sentí la necesidad de abordarlo desde otra perspectiva.
Hay quien dice que la crisis que actualmente padece Europa es, fundamentalmente, una crisis de valores, algo que parece ratificar usted en este filme.
Cierto y esa reflexión ya estaba en una de mis primeras películas: «Hamlet va de negocios». Deberíamos volver a un estado de pre-capitalismo, aprender a vivir con lo estrictamente necesario y dejar de consumir como si nos fuese la existencia en ello. No podemos seguir potenciando los desequilibrios sociales con tanta irresponsabilidad.
¿Y qué soluciones se le ocurren al respecto?
¡La huelga! (brama en castellano mientras levanta el puño). ¡La movilización! Es necesario que la gente salga a la calle y que pase más tiempo relacionándose con sus semejantes mirándose a los ojos.
Volviendo a «Le Havre» ¿es cierto que esta película está concebida como la primera parte de una trilogía?
La verdad es que soy tan vago que hablar públicamente de mis futuros proyectos es una manera de obligarme a rodarlos. Por eso, en su momento dije lo de la trilogía, no porque realmente tuviera clara la idea, pero ahora me veo forzado a llevarla a cabo, más que nada porque los técnicos que trabajan conmigo tienen que comer. Después de Le Havre he pensado en otras dos ciudades: Vigo, en España, y Hamburgo, en Alemania, para ambientar mis dos siguientes largometrajes. El primero se llamará «El barbero de Vigo» y es la historia de una familia de curtidos pescadores en la que el hijo pequeño desafía a sus mayores y elige ser barbero; nadie le entiende, pero él se muestra fiel a su sueño, en el cuál también aparece una mujer con la que vivirá un romance y habrá un final feliz.
Sí que tiene avanzado el proyecto...
Bueno, la verdad es que lo acabo de improvisar, pero me gusta como suena.
El ganador de la última Concha de Plata al Mejor director, Filippos Tsitos, comentó que sus películas son muy «kaurismakianas». Otros directores de diferentes latitudes también reconocen la influencia que su cine ha tenido en ellos ¿Es consciente de haber creado escuela?
No, la verdad es que no; de hecho, me asusto ante la idea de haber podido influirle a alguien. A aquellos que dicen eso, yo les recomendaría que se buscasen un mejor maestro (ríe).
Pero al menos reconocerá que tiene usted un estilo cinematográfico muy definido.
Sí, pero no se trata de una opción premeditada que me condicione a la hora de filmar. Cuando ruedo no pienso cómo puedo ajustar los planos a ese estilo, simplemente me dejo llevar porque tengo ojos y sentido del ritmo; eso sí (ríe). Ese estilo es lo único que poseo, de ahí que me aferre a él, más que nada porque no sé hacer las cosas de otra manera. Ya lo decía Melville: si pierdes tu estilo como cineasta estás perdido.
¿Qué importancia tiene la música en sus películas?
Hoy por hoy la selección de la música es la parte que me resulta más estimulante de todo el proceso creativo, más que el hecho de rodar. Mientras ruedo no me sorprendo a mí mismo, pero a veces ocurre que seleccionando tal o cual canción para acompañar las imágenes que he rodado compruebo que puedo llegar a cambiar el sentido de las mismas e incluso el de toda la película y eso me entusiasma.
¿Y cómo lleva a cabo ese proceso de selección?
¡Muy sencillo! Cojo las maletas donde tengo guardados mis discos y escojo unos cuantos al azar. A partir de ahí compruebo cómo encajan esos temas en las imágenes que he creado y, sobre todo, si tengo dinero para comprar los derechos.
Si bien rechaza la idea de influenciar en otros, ¿usted se considera influido por alguien?
Hay cineastas que me han marcado mucho. Chaplin siempre será el más grande, aunque probablemente Keaton pueda disputarle ese honor. Últimamente lo que más veo es cine mudo. En esas películas está la esencia de este arte: a partir de 1927 se fue perdiendo todo con esos micrófonos enormes que metieron en los rodajes... Ahora mismo estoy revisando películas de 1905-1906... Cada vez voy más para atrás en el tiempo, voy a terminar por reencontrarme con los hermanos Lumière.
Ese ascendiente de los pioneros está muy presente en su filmografía, donde incluso hay una película muda como «Juha» (1999). De todas maneras si nos atendremos a «Le Havre» y a sus últimas realizaciones, donde cada vez hay más diálogos...
¿Tú crees? Pienso que mis personajes cada vez hablan menos, pero cuando lo hacen elevan el tono, de ahí esa percepción (ríe). Lo que ocurre es que después de la experiencia de «Juha» te das cuenta de lo inútil de evocar esa estética de las películas mudas en la pretensión de llegar hacer algo parecido. Eran filmes de una belleza tan perfecta que es imposible aproximarse a ellos.
Atendiendo entonces a la propia evolución del medio ¿cree, como dicen algunos, que el cine ha muerto?
El cine no ha muerto, Hollywood sí. Lleva muerto desde 1962. Las películas anteriores a esa fecha fueron realizadas por una generación de cineastas cuya experiencia vital estuvo marcada por la II Guerra Mundial, mientras que los directores más jóvenes lo único que han visto a su alrededor son McDonalds.
Perdone, pero ¿por qué fija 1962 como punto de inflexión?
Es el año en que Raoul Walsh dirigió su última película y el año de fabricación de mi Cadillac. Todo lo bueno acabó ahí (ríe).
¿Qué papel cree que pueden desempeñar los festivales en el futuro del cine?
Si te soy sincero, no me gusta la competitividad que se establece, sobre todo en su sección oficial. Dicho lo cual, reconozco que a me ha venido bien participar en ellos: gracias a los festivales mi cine ha conseguido difusión internacional. Ahora que ya tengo un cierto prestigio, que me da para vivir y para poder comprar comida para mis perros, estoy pensando seriamente dejar de participar en ellos.
«Deberíamos volver a un estado de pre-capitalismo, aprender a vivir con lo estrictamente necesario y dejar de consumir como si nos fuese la existencia en ello»
Dirección, guión y producción:
Aki Kaurismäki.
Fotografía: Timo Salminen.
Montaje: Timo Linnasalo.
Intérpretes:
Jean-Pierre Léaud, Kati Outinen, Jean-Pierre Darroussin, André Wilms, Evelyne Didi, Blondin Miguel
País: Finalndia. Estado francés-Noruega.
Duración: 93 minutos.
«Ahora que ya tengo un cierto prestigio, que me da para vivir de mi trabajo y para poder comprar comida para mis perros, estoy pensando seriamente dejar de participar en los festivales»
Aki Kaurismäki siempre ha ido por libre y sin prisas, así que pierden el tiempo quienes hacen disquisiciones sobre si su cine es actual o está pasado de moda. Mientras los jóvenes realizadores sigan viendo en él a un referente, su influencia nunca buscada, le mantendrá con vida y salud creativa. Es la pescadilla que se muerde la cola, porque el finlandés también tiene maestros en los que fijarse. «Le Havre» es su segunda película rodada en francés, retomando el espíritu de «La vida de bohemia», hecha hace veinte años. Vuelven a surgir ecos del realismo poético acuñado por Renoir, y sin perder de vista a Carné, Bresson, Tati, Melville o Becker. Todos ellos tienen cabida dentro de su estilo minimalista, construido a base de expresivos silencios desde la gestualidad contenida e interiorizada.
Y que decir del mensaje, porque las películas de Kaurismäki lo tienen, aunque sin pretender sermonear a nadie, dejando que las situaciones de injusticia hablen por si mismas con una elocuencia incontestable. Esta vez pone su punto de mira en la inmigración ilegal, pero lo hace para despertar el músculo solidario de los residentes que dormitan dentro del conformismo que se ha instalado en sus vidas.
Menos mal que quedan bohemios en un tiempo suspendido, pese a que en el mundo real ya no haya limpiabotas ni gente que se preocupa por el dolor ajeno. Marcel Marx hace honor a su apellido y no se rinde, porque en los tiempos aciagos que corren los optimistas sinceros como Kaurismäki son más necesarios que nunca. Es cuestión de encontrar un escenario propicio, un barrio habitado por los resistentes de las películas de Robert Guédiguian, y así es como Jean-Pierre Darroussin encuentra a Kati Outinen, la chica de la fábrica de cerillas. Mikel INSAUSTI