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DOSSIER 2012 | TENDENCIAS GEOPOLÍTICAS EN CURSO

Otro buen puñado de certezas temblarán en 2012

A poco que sigan las tendencias marcadas en el frenético año que hoy termina, 2012 será un año convulso en la arena internacional. Las viejas certidumbres ya no sirven y los principales actores mundiales tratan, infructuosamente, de capear el temporal apelando a nostálgicas recetas del pasado.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Vivimos tiempos convulsos. Las certidumbres de ayer son hoy todo dudas. ¿O no será que vivíamos bajo prismas que resultan, actualmente, absolutamente distorsionantes e irreales?

¿Se imaginaba alguien, hace ahora un año, que el hecho, dramático pero no menos puntual, de que un joven tunecino que se inmolara vivo como protesta vital iba a provocar semejante cataclismo en el mundo árabe? Cierto es que las señales estaban ahí. Túnez y Egipto eran escenario de protestas, globales y sectoriales, desde hace años. La calle árabe estaba harta de ser gobernada por déspotas corruptos y, por lo general, convertidos por Occidente en diques contra las ansias de cambio de sus respectivas poblaciones.

Nos habíamos (nos habían) acostumbrado. Y tuvimos que despertar, sobresaltados por el mayor movimiento en defensa de la dignidad humana de los últimos decenios.

Y seguimos sobresaltados. Un somero repaso de lo que nos depara 2012 despierta más preguntas que respuestas.

Los pueblos árabes no parecen dispuestos a pasar el testigo pero se adivinan signos de que otros podrían tomar el relevo, acaso en África, quizás en la -cada vez mayor- periferia del mundo rico -en realidad injustamente enriquecido-.

Los viejos proyectos políticos occidentales hacen aguas. EEUU, potencia que ha marcado la historia de la humanidad en los últimos cien años, sigue anclado en una suerte de duda existencial. Hace cuatro años, el electorado estadounidense dio un giro copernicano al elegir al primer presidente negro de su historia, optando por una idea de refundación que entroncaba directamente con el pensamiento de los padres fundadores, hace ya 200 años.

1.000 días después, el panorama económico, que no termina de escampar, sigue acotando un final de legislatura marcado por la parálisis política y por el choque de trenes entre una Casa Blanca rehén del complicado equilibrio de poderes entre el ejecutivo y el legislativo y unos republicanos que, frustrados, han optado por el salto adelante aun a riesgo de estrellarse contra el electorado o, peor, acelerar el hoy lento proceso de declive del imperio americano.

Y más allá de contiendas partidistas, nada como volver a los orígenes para huir de la incertidumbre de los tiempos revueltos. Tras decenios de liderazgo en Europa, EEUU vuelve la mirada hacia su oeste, hacia su «espacio vital» en el Pacífico.

La lucha por la hegemonía mundial tiene en los próximos decenios un rival, y se llama China, que en los últimos años ha tomado el testigo, obligada por su demografía y su extensión, que efímeramente trató de sostener en su día Japón.

Ayuda, sin duda alguna, en esta elección del nuevo terreno de juego geoestratégico, la crisis, no menos existencial, de la Unión Europea. Un proyecto a la deriva y que despierta cada vez menos entusiasmo no solo en su entorno sino incluso en el seno de sus propias poblaciones.

Sesenta años después de su creación, asistimos en Europa a una especie de regreso al pasado. Los países periféricos que entraron en el club franco-alemán en los ochenta se revelan como lo que son: periferia prescindible en tiempos de crisis y sacrificable en el altar del euro.

Los que hasta hace no mucho tocaban insistentemente las puertas de la UE muestran cada vez mayores reservas y han optado, como en el caso de Turquía, por rediseñar su estrategia en nombre del viejo adaggio de que «más vale cabeza de ratón que cola de león».

Pero la historia nunca se repite, y ahora es Berlín la que lleva la batuta casi en solitario. París se limita a intentar seguir la estela de una Alemania que ve cada vez más al Viejo Continente como un gran mercado para sus productos y sus inversiones.

Y si EEUU gira hacia su oeste, la nueva Prusia mira hacia el este, hacia ese vasto territorio que siempre ha constituido su objetivo estratégico.

Un este, en realidad centro de Europa, que sigue anclado en una especie de parón histórico desde que se sacudió el yugo de la extinta Unión Soviética.

Ocurre que ya han pasado más de 20 años desde aquello y cada vez resulta más inservible para sus dirigentes apelar a ello como excusa. Damnificados como pocos por la crisis global que asola a Occidente, hay analistas que apuntan a que las poblaciones de algunos de estos países podrían optar por salir a sus respectivas plazas Tahrir.

Más parece que opten, finalmente, por la salida más fácil de hacer pagar los platos rotos a sus minorías. Un recurso al alza en toda Europa y que augura un importante incremento de la xenofobia y el racismo como tradicionales -y provocadas- espitas de salida a escenarios graves de crisis.

Tampoco parece que el ruso sea un modelo a imitar. El proceso de modernización controlada tantas veces anunciado por el Kremlin no termina de cuajar y Rusia sigue apechugando con sus gigantescas y preocupantes herencias. No se descarta, en este sentido, que el poder en Moscú -léase Vladimir Putin- vaya a volver a utilizar la política exterior como un instrumento de diversión respecto a sus problemas domésticos. Tampoco sería nada nuevo, pero ha sido una política que le ha dado buenos réditos. Y en tiempos de crisis...

Es en China donde se puede decir que el proceso de modernización ha sido un éxito. Pero de éxito se puede también morir. Tres decenios de crecimiento económico récord han transformado profundamente al país y lo sitúan como la gran potencia emergente y rival, a medio plazo, de EEUU.

Pero, a medida que se consolida, el proceso deja aflorar crecientes contradicciones. Las crecientes protestas locales contra la corrupción y el oligopolio del Partido Comunista y los alarmantes índices de desigualdad -entre la ciudad y el campo, y entre el este y el oste- son el Talón de Aquiles del gigante asiático y sus dirigentes deberán hacer frente a la disyuntiva de desoír esas crecientes llamadas de atención o, en su caso, dar cauce a esas demandas, con el riesgo, en ambos casos, de que el capítulo de reclamaciones se amplíe, por reacción o por efecto contagio.

No son menores, aunque suelen pasar más inadvertidos, los retos que afronta India. Las protestas contra la corrupción han encendido todas las alarmas en 2011 y el Gobierno de Nueva Delhi está dando crecientes muestras de debilidad.

La puntilla definitiva le podría llegar de la mano de las protestas masivas que se anuncian en caso de que acceda a las presiones de Occidente y abra su ingente mercado agroalimentario a las inversiones extranjeras. Con lo que ello supondría en un país que sigue sin haber logrado el milagro chino: el de dar de comer y satisfacer las necesidades más básicas de su inmensa población.

Ese, y no otro, sigue siendo el gran reto del continente africano, sin olvidar la resolución de los abiertos o aún latentes conflictos armados que dejaron como herencia envenenada las potencias coloniales. Quizás sea por ello que, pese a algunas revueltas más o menos puntuales, el África Subsahariana se resista a imitar a sus hermanos del norte del continente. Y eso que razones no le faltan, ni en la longevidad de muchos de sus gobernantes ni en la corrupción y el nepotismo de gran parte de sus regímenes.

No harían mal los africanos si imitaran a los pueblos de Latinoamérica, conscientes de que no hay libertad y progreso sin la asunción previa de soberanía en un proceso de liquidación de las viejas estructuras de sumisión.

Todo apunta a que, en 2012 y no sin contradicciones, América Latina continuará trabajando por su integración a través de los nuevos mecanismos de cooperación que se están prodigando en los últimos años.

 

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