CRíTICA cine
«No tengas miedo a la oscuridad» Terrores de la infancia
Mikel INSAUSTI
Lo último que hizo Guillermo del Toro fue una secuela de “Hellboy”, y ahora anuncia una tercera parte. Su trayectoria reciente en la dirección no está siendo lo estimulante que debería, pero es que como productor tampoco hace precisamente lo que se espera de alguien con su talento creativo. Verle como asesor de “El gato con botas” resulta decepcionante, y el estreno de “No tengas miedo a la oscuridad” genera más dudas todavía si cabe, porque supone la materialización en falso de un proyecto con el que soñaba desde los años 90, cuando se vió frustrado por culpa de la escasa repercusión comercial de “Mimic”. Sin embargo, el tiempo de espera no ha merecido la pena a la vista de los pobres resultados que arroja este tardío “remake” del clásico televisivo homónimo de 1.973. De la implicación personal del mexicano en “No tengas miedo a la oscuridad” deja clara constancia su empeño en escribir el guión junto a su socio Matthew Robbins, sin que ninguno de los dos haya sabido dar con la tecla adecuada para atraer a los aficionados al género terrorífico.
Partir de un terror visto en la pequeña pantalla tiene su riesgo, debido a que en el pasado no era un género tan frecuente en los receptores domésticos e impactaba de forma mayor. Lo que entonces provocaba auténtico miedo, contemplado ahora en el cine ya no asusta y, lo que es peor, aburre. Han transcurrido demasiados años y los argumentos sobre casas encantadas con niña como nueva inquilina están ya muy explotados, con el agravante de que “No tengas miedo en la oscuridad” incurre en los peores y más trillados tópicos. Las criaturas del sótano renacen bajo una dimensión digitalizada y actualizadora, lo que conduce al error de mostrarlas desde los primeros compases del relato, perdiéndose el efecto sorpresa. Llegan a hacerse tan familiares para el espectador que acaban provocando la risa involuntaria, como si se tratase de unos roedores con aspecto de gremlin o el de cualquier otro bichejo más propio de la imaginación infantil.