CRíTICA teatro
Memoria
Carlos GIL
Desde la luna, mirar en el baúl de los recuerdos, permite una relajación. Esa distancia protege y ayuda a afinar sobre esos efluvios de la memoria que acaban convirtiéndose en pasajes de unas vidas, de una familia, de una ciudad, de un país que colocados como sombras escénicas acaban por contar la historia reciente, por activar la memoria desde el amor a esos seres tan contradictorios, pero entrañables y la causticidad ejercida como cauterizador de excesivas conmiseraciones o que ajusta el diapasón del violín crítico.
Alfredo Sanzol plantea una obra coral, en la que todos los personajes que aparecen son cercanos, reconocibles, todos podemos ponerles nombre, mote, nicho social o político. Por lo tanto el pretendido exilio en la luna desde el que mira a sus criaturas el autor y director, parece estar compartido por muchos de quienes entran en su juego teatral, emocional, sentimental y político desde el primer instante, coincidente con la muerte de Franco. Porque esta memoria es la de alguien que nació justo en ese momento, que nos cuenta la transición y se acerca bastante a nuestros días, y aunque nunca dice dónde están esos seres, las pistas para llevarnos a Pamplona son muchas y fáciles de seguir.
Con una estructura dramatúrgica abierta va atrapando a los espectadores, los va involucrando en su desarrollo no lineal y personajes dibujados, sin ninguna alharaca, sin nada excepcional. Un magnífico texto, unos intérpretes lúcidos y versátiles, una dirección activa, en un espacio espectacular, pero sencillo y limpio, que se acota con una iluminación de ambientes para conseguir una gran obra, donde forma y fondo logran la complicidad de los espectadores. Teatro actual, magnífico, imprescindible.