Adiós al «Satiricón»: mordaz, elegante y certero
Fallece Artemio Zarco, abogado y francotirador de la pluma
El abogado y escritor donostiarra Artemio Zarco falleció el pasado martes a los 81 años a consecuencia de un derrame cerebral. Columnista certero y mordaz, durante más de una década ejerció de «francotirador» desde las páginas de Zazpika y de GARA. Su diana: el Poder.
Amaia EREÑAGA | DONOSTIA
«Tenía que estar jubilado, pero me resisto por ese miedo instintivo a la decadencia y al alzheimer -reconocía en una entrevista en 2005-. Soy un convencido de que, efectivamente, el ejercicio de la profesión implica una gimnasia mental que es el mejor antídoto contra esa decadencia. Con perdón por la grosería y porque lo digo con cierto cariño, pero creo que la de abogado es una profesión de hijos de puta, permanentemente pensando en como sorprender al enemigo. Esta peculiaridad me mantiene vigilante y me parece que es bueno para combatir o ralentizar la inevitable decadencia».
Lo hizo hasta el último momento: este hombre de vida novelesca, cuya trayectoria vital podría servir de guión de nuestra historia reciente, se mantuvo activo hasta el último día. Seguía escribiendo y, de hecho, su último artículo lo publicábamos en estas páginas la pasada semana. La mañana del martes un fuerte dolor de cabeza le obligó a acostarse y, alertada su familia, el examen médico dejó claro que era un derrame cerebral y el daño, irreversible. Su cuerpo será incinerado hoy y la semana próxima, probablemente el martes o el miércoles -cuando llegue una de sus hijas, residente en Nueva Zelanda-, se organizará un acto cívico de despedida.
Nacido en 1930 en Donostia, hijo de un combativo carpintero granadino anarquista y de una cigarrera donostiarra, Artemio Zarco perdió a su padre en el frente del Gorbea. Ese mismo día, su mujer y sus hijos vivían el bombardeo de Durango. Artemio conservaba las gafas que llevaba su padre en el bolsillo en el momento de fallecer. Exiliados, los Zarco llegaron a Burdeos, donde pasaron por un campo de concentración y, ante el avance nazi, volvieron a Donostia.
Licenciado en Derecho, comenzó a ejercer en 1954. Fue defensor de presos antifranquistas y, en 1965, fue vetado por el Gobernador Civil de Gipuzkoa para dirigir el Colegio de Abogados del territorio -Artemio le había puesto antes en ridículo-. En 1968 fue encarcelado y luego confinado cuatro meses en Albarracín durante el estado de excepción tras la muerte de Melitón Manzanas. En 1970 formó parte del equipo de abogados que defendió a los presos vascos en el Proceso de Burgos.
«Siempre he sido francotirador -reconocía el pasado mes de abril en otra entrevista concedida este diario-. Siempre he ido por libre; mis opciones estaban en un lado determinado, pero dentro de ese lado no he querido someterme».
Aficionado a la música clásica, fue también fundador, junto con Juan Cruz Unzurrunzaga, de la galería Altxerri. Otras de sus aficiones eran la pintura naif y bañarse todos los días, no importaba la climatología, en La Concha. Publicó ocho libros, entre ellos «Satiricón» (2005), una selección de sus columnas, en las que nos habló de historia, de sus viajes con su mujer Pepita, nos hizo reír con sus historias de abogados y, sobre todo, nos dijo «cómo sobrevivir frente a tanto horror como existe, a tanta injusticia, a tanta canallada». Él, por de pronto, tenía una máxima: Hacia los que viven del ejercicio de poder, hay que aplicar la presunción de culpabilidad.
Resulta imposible resumir once años de columnas semanales de aquel «Satiricón». El Poder, siempre con mayúscula, Aznar y Bush -su fijación- y la Iglesia fueron las dianas contra las que apuntó este lúcido intelectual. Estas son tres someras muestras.
«Un domingo, en una de las raras ocasiones que fui al fútbol. Era el derby entre la Real y el Athletic, famoso porque al salir al campo las dos filas de los jugadores, entre los dos primeros, Iribar y otro que no recuerdo, llevaban extendida la ikurriña. Todo el mundo estaba exaltado, la Gristapo (los uniformes de los polis nacionales eran grises) estaba muy nerviosa y desorientada y la ciudad revuelta. (...) De pronto, en la calle Garibay un guardia nacional, metralleta colgando al hombro, nos señala a un amigo y a mí: `Tú y tú, poned derecho ese coche'. Me niego. El poli: `¿Cómo? Hostias, vas a empujar ese coche y sin rechistar'. No sé si habitualmente soy retórico. En situaciones especiales sí que lo soy: `Mire Usted -le dije en voz muy alta, acompasándola a su diapasón-, en primer lugar ese coche no es mío, en segundo desde la Revolución Francesa está prohibido exigir a los ciudadanos prestaciones corporales, en tercero con estas manos de pianista me niego a mover ningún coche'. Empezaron a sacudirme con la porra. Levanté los dos brazos y rugí: `¡Basta! ¡Que venga inmediatamente el jefe de esta horda! ¡Ahora mismo o alguien lo va a pasar mal!'. (...) Me metieron a empujones en un jeep camino de comisaría. El guardia que mandaba habló por radio con la central: `Llevamos a un tipo que dice que es un ciudadano y habla no sé qué de la Revolución Francesa'. Los de la central contestaron: `Los ciudadanos nos la chupan y los franceses son unos maricones'.
Zazpika, 2000.
«A un hijo de puta en el poder le basta una palabra con mayúscula: Orden, Nación, Socialismo, Pueblo. Se considerará legitimado para llenar el mundo de cementerios y campos de concentración. El siglo XX ha sido pródigo en dictadores. Algunos acabaron mal, otros murieron en la cama, pero todos terminaron formando parte de la historia de la infamia humana, maldecidos por sus pueblos y por los gobiernos de sus pueblos, con una sola excepción. (...) Todos fueron barridos menos uno: Francisco Franco, que desde el principio decidió ganarle la partida a la historia. Fue, sin duda, un momento de inspiración parecido al que pudo tener Ramsés II al ordenar la construcción de los templos de Abu Simbel en las rocas del desierto de Nubia. Han pasado 26 años desde que Franco murió en la cama. (...) Los sucesivos gobiernos de Madrid atienden, a cargo con toda probabilidad de los presupuestos del Estado, el fastuoso mantenimiento de la monstruosa tumba. (...) De ahí que cuando oigo a los del PP decir: `Nosotros, los demócratas' se me revuelven los muertos, los míos, y siento que nos están robando algo. Nos están robando nuestro pasado».
Zazpika, 2001.
«Como ejercicio mental que a lo peor no conduce a ningún sitio pero que puede servir para ejercitar el sentido crítico, podríamos plantear la pregunta de si el poder económico es dependiente del político o si por el contrario el económico prevalece en la confrontación. En cualquier caso, lo que sí se puede concluir es que cuando se encuentran, inevitablemente se mezclan y el resultado es desastroso para los que andan por los alrededores. Hasta donde se pueda lo mejor es alejarse. Si el poder político corrompe según el conocido aforismo popular, el económico congela los sentimientos. Cuenta Oscar Wilde que un importante banquero, queriendo lucir su ingenio ante los amigos que le acompañaban en el paseo, le dijo al mendigo que le extendía suplicante la mano: `Mírame a los ojos. Si aciertas cuál de los dos es de cristal, como premio te daré 10 guineas'. El mendigo le miró fijamente durante 15 segundos y al final sentenció: `el de cristal es el izquierdo'. `¡Formidable!', reconoció deportivamente el banquero: `¿Cómo lo has descubierto?'. El mendigo le contestó: `Es más humano que el otro. Me ha parecido ver en él un destello de piedad'.
GARA, 24 de diciembre de 2011.