Una década después, obama sigue sin salir del agujero negro de guantánamo
Desde hace una década la prisión de Guantánamo es símbolo de la violación de los derechos humanos sin que las promesas de cerrarla del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, vayan a cumplirse. En enero de 2002 llegaron a la base militar los primeros presos de la «guerra contra el terror» que EEUU desató por todo el mundo. Hasta 779 personas han pasado por este limbo ausente de cualquier garantía, en la que hoy continúan 171 personas.
GARA
Las primeras imágenes de los presos que llegaron a Guantánamo, encadenados, en buzos naranja, con una bolsa negra cubriéndoles la cabeza y en jaulas a cielo abierto -los primeros edificios se construyeron cinco meses después- se han convertido en el icono de esta prisión, al margen de convenciones internacionales sobre derechos o prisioneros. Barack Obama llegó a la Casa Blanca prometiendo cerrarla antes de enero de 2010, pero aun hoy no sabe si podrá hacerlo. Incluso los 89 presos que Estados Unidos considera «liberables» no han sido puestos en libertad.
El Congreso estadounidense bloqueó con una ley a finales del año pasado la posibilida de cerrarla, al prohibir usar dinero público para transferir a los detenidos a Estados Unidos o terceros países. Además, hizo que los prisioneros volvieran al ámbito de los tribunales militares -en suspenso desde que se comprometió a la clausura- en lugar de civiles. Tras esta decisión, el cierre de Guantánamo está cada vez más lejos y los presos continúan en el limbo jurídico, sin estatus, -no son prisioneros de guerra- ni derechos.
La Casa Blanca insistió el lunes en que mantiene el objetivo del cierre «pese a los obstáculos» y que «el compromiso del presidente sigue tan sólido hoy como durante la campaña presidencial de 2008», según su portavoz, Jay Carney. Obama opinaba entonces que la prisión era «una mancha en la imagen de Estados Unidos» y «una herramienta de reclutamiento para Al-Qaeda». Pero los congresistas, republicanos o demócratas, no quieren oír hablar de presos de Guantánamo en sus estados ni para encarcelarlos ni para juzgarlos y Obama no va a borrar la mancha que avergüenza al mundo.
El aparato de seguridad de Bush
El presidente no solo heredó Guantánamo de George W. Bush, sino todo el aparato de seguridad puesto en marcha a raíz de los atentados del 11 de setiembre de 2001, de los que esta prisión al margen de cualquier control no es sino una manifestación más, como la eliminación de los «sospechosos de terrorismo» o las escuchas telefónicas y el control de la vida privada de las personas. «Es una herencia que va a durar mucho tiempo, más allá de su presidencia y más allá de su sucesor», afirma Julian Zelizer, profesor de Historia de la Universidad de Princeton. A Obama, -premio Nobel de la paz- al que Zelizer le achaca falta de cálculo político al prometer el cierre de Guantánamo cuando no puede hacerlo unilateralmente, no parece repugnarle seguir los pasos de esta política, en particular los ataques con drones -aviones no tripulados- que lleva a cabo en Pakistán o Yemen, al margen de cualquier legalidad, o la propia ejecución de Osama bin Laden en Pakistán. Sólo el 5% de los casi 800 detenidos que han pasado por Guantánamo han sido arrestados por fuerzas estadounidenses y solo el 8% son considerados «combatientes» de Al-Qaeda. Según el escritor Andy Worthington, autor de «Los archivos de Guantánamo: las historias de los 779 detenidos en la prisión ilegal americana», algunos detenidos son considerados sospechosos solo por su nacionalidad. Es el caso de los yemeníes, que suponen casi la mitad.
En una década, al menos ocho presos han muerto en las instalaciones de Guantánamo, dos de ellos el año pasado, según las autoridades estadounidenses. Durante ese año solo se celebró un juicio civil, que acabó con la condena a cadena perpetua de Ahmed Khalfan Ghailani por su participación en los atentados de 1998 contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.
Los presos que han sido liberados han relatado años de interrogatorios y torturas, el encarcelamiento en estrechas celdas, aislamiento sensorial, golpes y temperaturas extremas. Con la reducción del número de presos se han cerrado algunos de los campos, pero no todos los más degradantes.
La mayoría de los 171 prisioneros que siguen en Guantánamo siguen sin ser juzgados y ni siquiera inculpados. Incluso 89 son «liberables», según las autoridades militares. Actualmente están reagrupados en dos edificios denominados campo V y campo VI. Cuatro de cada cinco reclusos están detrás de los muros de este último, donde cuentan con cierta libertad de movimientos, pero «si no sigue el reglamento irá usted al campo V», advierte el coronel Donnie Thomas, comandante de los guardias de la prisión. Allí, les espera el famoso mono naranja y viven confinados en celdas estrechas, de donde solo pueden salir dos horas por día.
«El campo V es el más duro», recuerda Saber Lahmar, un argelino liberado en 2009. «Uno no camina, no se mueve, no habla, está prohibido», y menciona malos tratos como la privación del sueño, luces de neón encendidas las 24 horas del día o el frío glaciar de la climatización.
En «Five Echo», una extensión del Campo V, las condiciones de detención siguen siendo «catastróficas», según David Remes, abogado de 17 detenidos, entre ellos 14 yemeníes. «Hay que ser un contorsionista para orar, un contorsionista para ir al baño», indica hablando de una vuelta a los primeros días de la prisión, «cuando la brutalidad y el sadismo estaban a la orden de día». Para el abogado, lo peor actualmente son las limitaciones de la defensa: «Todas las notas, todos los mensajes pasan por la censura y a menudo cuesta semanas recuperarlas».
Los presos se encuentran «en un agujero negro», sin cargos y sin juicio, sin saber qué va a a ocurrir al día siguiente, explica Andy Worthington. Aunque los métodos más brutales de interrogatorio parecen haber sido abandonados todavía hay huelgas de hambre y persiste el aislamiento de los detenidos cuyos dossieres a menudo están vacíos, dice el historiador que ha examinado miles de documentos publicados por WikiLeaks: «No hay más que un puñado de personas que han hecho cosas importantes».
De hecho, quince presos a los que Estados Unidos considera con mayor valor, incluyendo cinco hombres acusados «de estar detrás de los ataques del 11 de Setiembre, se encuentran al margen, en el campo VII. Pero en Guantánamo, nadie habla del campamento VII, una fortaleza donde incluso los abogados son personas no gratas. Las familias de los presos están cansadas de esperar la liberación que no llega pese a las promesas de Obama «Mi hijo podría permanecer en prisión durante toda su vida», afirma Khaled al-Odah, presidente de las familias de los prisioneros y padre de Fawzi al-Odah, quien está con Fayez al-Kandari uno de los dos últimos prisioneros kuwaitíes. «Después de la promesa de liberar a Fayez Fawzi, el Gobierno de EEUU se retractó y dijo que era demasiado peligroso», añade.
«Nunca combatieron»
Los dos hombres, que ahora tienen 34 y 35 años, fueron detenidos a finales de 2001 en el norte de Pakistán por milicias tribales y entregados al Ejército paquistaní que, a su vez, los puso en manos de Estados Unidos: «Ambos estaban llevando a cabo misiones de caridad y nunca han combatido», afirma Odah. Ser yemení supone mayor dificultad para salir. Son más de la mitad de los 171 aún encarcelados. En enero de 2010, Estados Unidos paralizó las repatriaciones de los yemeníes al afirmar que muchos estaban uniéndose a la yihad (guerra santa). «Me estoy haciendo viejo y me temo que no ver a mi hijo», dice Abdel Kader Baghauita desde Mukalla, en el sureste de Yemen. Su hijo Ahmed fue detenido hace 10 años en Pakistán, con 17 años de edad. «El abogado nos ha dicho que era `liberable', pero todavía estamos esperando», afirmó. Cada dos meses recorre 1.200 kilómetros hasta la capital, Sana'a, para hablar con su hijo a través de videoconferencia.
En cuanto a los saudíes, que llegaron a ser 130 en Guantánamo, hoy son solo diez, según Kateb al-Chammari, abogado de sus familias. «Queremos un juicio civil justo, que sean entregados a Arabia Saudí», insiste el abogado, que explica que las familias no saben cuáles son los criterios utilizados por los estadounidenses para la liberación de los detenidos. «Yo creo que el retraso en la liberación de los detenidos que quedan tiene que ver con el hecho de que algunos de los prisioneros liberados se han unido a las filas de Al-Qaeda en Yemen». Aunque no fueran militantes islamistas, algunos presos han salido de Guantánamo convertidos en verdaderos enemigos de Estados Unidos.
Cinco años después de salir de allí, donde pasó cuatro años, Hiha Shahaza, de 45 años, lo dice claramente. Antiguo muyaidin de Hezb-i-Islami, un grupo insurgente afgano al margen de los talibanes, su vida cambió cuando en 2002 los soldados irrumpieron en su casa. En Guantánamo fue registrado con el nombre de Mullah Khairullah, un dirigente talibán, al igual que lo fueron otros siete presos. Y eso a pesar de que el verdadero Khairullah estaba también preso en Guantánamo y nunca negó su identidad. Afirma que el 80% de los supuestos presos talibanes no lo son. Fue encerrado en un contenedor dividido en cuatro habitaciones, cada una de dos metros de ancho por dos de largo, y debía compartir todas sus actividades, incluso sus necesidades, con otro recluso. Después de años de interrogatorios sobre los talibanes, un día le dijeron «Felicidades, eres libre». Fue trasladado a Kabul en avión con una carta que acredita su inocencia. «Los infieles nunca serán amigos del Islam. Si un día puedo me vengaré y castigaré a los americanos», afirma. «Guantánamo ha sido un factor importante en la propagación de la violencia contra EEUU en Afganistán y Pakistán. Las historias de horror relacionadas con este lugar marcarán la memoria colectiva en las próximas décadas», observa Waheed Mujda, analista político y exfuncionario de Afganistán bajo el régimen talibán (1996-2001).
«Una gran cantidad de personas que no eran talibanes han sido encarcelados. Sé que incluso algunos que se unieron a los talibanes después de ser liberados», asegura. Ni estos interrogatorios ni la ocupación de Afganistán han permitido a Estados Unidos evitar el retorno de los talibanes al país, con los que, además, ahora negocian una salida al conflicto.
779
hombres han pasado por Guantánamo. La mayoría han sido trasladado a otros países o esperan ser liberados.
598
han sido trasladados a otros estados. Según el Pentágono, un 25% de ellos «han retomado la actividad terrorista», de los caules13 han muerto y 54 están en prisión.
171
siguen detenidos. En 2003 se llegó a un máximo de 680. Son originarios de un veintena de países. Casi la mitad, de Yemen.
89
de los actuales prisioneros cuentan con el visto bueno de la autoridad militar para ser puestos en libertad, pero la falta de dinero o un lugar donde trasladarlos los mantienen. La mayoría son yemeníes. Seis uigures han sido declarados inocentes y viven en semilibertad.
48
no son «liberables», pero EEUU tampoco tiene pruebas para juzgar a la mayoría. De ellos, 14 se encuentran en el campo VII, la zona más dura. Seis ya han sido juzgados por los tribunales militares de excepción que se crearon en 2006, y cuatro declarados culpables. Dos de ellos fueron trasladados a sus países y un tercero, el canadiense Omar Khadr, uno de los doce menores encarcelados en Guantánamo, lo será próximamente. Sólo un detenido ha sido juzgado por un tribunal civil, el tanzano Ahmed al-Ghailani, condenado a perpetuidad por los atentados contra las embajadas de EEUU en África en 1998. Siete detenidos, seis de los cuales enfrentan peticiones de pena de muerte, serán juzgados en un tribunal de excepción.
Los congresista, republicanos o demócratas, no quieren oir hablar de presos de Guantánamo en sus estados, ni para encarcelarlos ni para juzgarlos y Obama no va a borrar la que denominó «mancha en la imagen de Estados Unidos»