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Resolución que no disipa la confusión

Los ministros de exteriores de la Liga Árabe reunidos en el Cairo acordaron una resolución que exige al Presidente sirio, Bashar Al-Assad, renunciar a su cargo y delegar sus poderes en su vicepresidente, la formación de un gobierno de unidad nacional y la convocatoria de elecciones en un plazo de dos meses. Asimismo decidió extender la misión para monitorizar la situación en Siria durante otro mes. Paradójicamente, Arabia Saudí, uno de los más fervientes proponentes de la misión, anunció su retirada de la misma y exhortó a aumentar la presión. Esta resolución llega en un contexto en el que Siria se tambalea en una situación confusa, con signos que apuntan a una guerra civil, con un macabro baile de datos en un contexto de propaganda y desinformación de medios occidentales que no debe ser aceptado acríticamente.

No hay duda de que la mayoría de la gente que se manifiesta en las calles quiere una transición hacia nuevas formas democráticas de gobierno. Como no las hay de que multitud de grupos armados que operan tras esa cortina no tienen interés en la reforma, sino que buscan la destrucción del Gobierno. La confrontación tiene una dimensión interna, con el gobierno Baazista frente a unos Hermanos Musulmanes, sedientos de venganza. Pero asimismo es un conflicto internacional. Con Turquía, Arabia Saudí y su hombre en el Líbano, el ex primer ministro Saad Hariri, armando y financiando a grupos armados, las satrapías del Golfo, con Al-Jazeera a la cabeza, dando cobertura mediática, apoyados por Israel y EEUU en su afán de romper la alianza estratégica entre Irán, Siria y Hezbollah.

El pueblo sirio tiene todo el derecho a exigir democracia y a obtenerla. Pero, ¿de qué forma? y, ¿a qué precio? Aunque mucha gente en Siria lo pide, y demasiados gobiernos lo desean, la confrontación armada y la ausencia de un acuerdo negociado solo apunta al colapso de Siria -histórica obsesión israelí- como Estado árabe, secular y unido por encima de lineas divisorias étnico-religiosas y a su realineamiento con EEUU e Israel. Y, como en Iraq, y probablemente en Libia, a un período de confusión sangrienta que podría durar décadas.

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