Mikel INSAUSTI

Lo mejor que se puede decir de Adam Sandler es que es un caradura, alguien que hubo un tiempo en que trabajaba como humorista y actor, pero que ahora se dedica a vivir de rentas haciendo comedias idiotas. Viendo que el presupuesto de una memez como “Jack y su gemela” roza los ochenta millones de dólares, no cabe otra cosa que pensar que aprovecha los rodajes para la juerga, pues no en vano una de las localizaciones principales de la película es un crucero de lujo. Y es que la producción no consiste en otra cosa que en rodearse de invitados famosos, para así mantener buenas relaciones dentro del negocio del espectáculo. Ahora bien, un cosa es hacer una fugaz aparición o un simple cameo como el que hace Johnny Depp, y otra muy distinta convertirse en coprotagonista. No es que de este modo Al Pacino se rebaje a la altura de su anfitrión, sino que incurre en un ridículo mayor, confirmando, para quien no se haya enterado todavía, que es una estrella que lleva muy mal la edad y que une a su declive físico el artístico. El registro autoparódico le sienta fatal, porque el interpretar a Shakespeare y bailar torpemente a la vez en un anuncio de comida-basura sólo implica patetismo.

Y si me he centrado en la bochornosa actuación de Al Pacino es por manifiesta incapacidad para comentar “Jack y su gemela”, salvo que me dé por pensar que la crisis genera tal grado de desesperación en el personal que necesita reírse con las pedorretas de un Adam Sandler travestido. He visto su doble actuación en castellano, y como no me lo podía creer la he vuelto a ver en la versión original en inglés. Da igual, porque ni Eddie Murphy ha resultado tan grosero en su utilización del disfraz femenino. Si realmente existiera alguien así, con esa voz y esa apariencia por demás desagradables, ya toda la población mundial habría huido a otro planeta. Encima hay que aguantar sus declaraciones afirmando que lo que más le ha constado de la transformación ha sido el ocultar su enorme paquete bajo la falda.