El primer aniversario evidencia la brecha entre las esperanzas y los logros de la revolución egipcia
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, cuyos generales representan a los sectores que se aferran a los vestigios del poder de la era Mubarak, concibió un aniversario de la revolución como una simple celebración de un proceso ya terminado. Fuegos artificiales, desfiles aéreos y operetas para la ocasión que apenas congregaron a la gente. Al contrario, preocupada por un proceso político tutelado por los generales, una constitución negociada en secreto con los Hermanos Musulmanes -mayoritarios en el nuevo Parlamento y menos preocupados por los principios de la revolución que por su propio interés- que les permite maximizar su poder y su impunidad, la multitud volvió a abarrotar la emblemática plaza Tahrir, el corazón de la revolución. El primer aniversario de la revolución evidenció que la brecha entre las esperanzas de un cambio radicalmente democrático, sin leyes de punto final para los responsables de las masacres, que diera fin a la corrupción y estableciera un régimen de libertades y dignidad humana y sus logros concretos es aún enorme. Los generales dirigen un proceso en el que dos fuentes de democracia, el Parlamento y la calle movilizada, pueden acabar enfrentándose entre sí.