Crónica | Ola de frío en Euskal Herria
El temporal deja entrever una realidad que va más allá del invierno
Personas que luchan contra las adversidades de la vida y, ahora, contra las de la climatología. Cientos de personas en Euskal Herria se hospedan en los albergues municipales durante estas frías noches. El invierno deja al descubierto un problema que no sabe de estaciones.
Ion SALGADO-Ainize BUTRON-Mikel PASTOR-Aritz INTXUSTA-Oihane LARRETXEA
La vida y, en definitiva, sus circunstancias, a veces complicadas de explicar, ha llevado a miles de personas a vivir en la calle. Algunas de ellas acuden a los albergues que se habilitan en invierno en busca de calor y descanso. Hay tantas historias como personas. Algunas no quieren contar sus penurias y otras desean hacerlo para alzar la voz de un colectivo que cada vez acoge a más gente. No están todos los que son, pero sí son todos los que están.
«El frío del invierno es bastante peor cuando uno no tiene nada»
Abderrahim
En la calle desde 2011
Toda la gente que carga contra las personas inmigrantes en estos tiempos de crisis deberían pasar un día junto a los hombres y mujeres que duermen en el Aterpe de Gasteiz, una treintena de personas que luchan contra las adversidades del presente y miran con incertidumbre al futuro. Allí encontrarán a Abderrahim, un joven de origen marroquí que lleva siete meses viviendo el día a día en las calles de la capital alavesa. «El frío es peor cuando no se tiene nada», opina este joven.
Abderrahim, que prefiere no dar su apellido, llegó a Euskal Herria hace diez años. Como muchas otras personas emigró desde el norte de África en busca de un trabajo y, tras vivir las bondades del estado del bienestar, ahora se ha topado con la cruda realidad de la recesión económica.
Junto a la puerta del Aterpe, cobijado en una esquina, contempla la nieve. No tiene intención de acudir al Centro Municipal de Día Estrada, un albergue diurno donde pasar las horas hasta que reabra de nuevo el Aterpe. «Para sentarme prefiero estar en la calle», comenta.
Esta sensación es compartida por muchas personas que, por su estado legal, temen solicitar los permisos necesarios para poder realizar un curso de formación en el Centro Estrada. «No hay ayuda, esto es una injusticia», denuncia con un nudo en la voz.
Ante esta situación, Abderrahim prefiere acudir a la puerta de una iglesia donde pueda capear el temporal, pedir unas monedas y, quién sabe, poder ahorrar lo suficiente para volver a su país. «Me quiero ir; si puedo, prefiero volver a Marruecos», relata ante la triste mirada de Ahmed, un compañero que, ante la imposibilidad de comunicarse en castellano, devuelve con una sonrisa las preguntas y reitera este mensaje: «No trabajo, no dinero, no casa».
«¡Con quién puedo hablar para denunciar mi situación!»
Elisabeth Washington
En la calle desde 2011
Fuera del Aterpe, bajo los primeros copos de la mañana, Elisabeth Washington muestra su enfado con la sociedad. Mira la cámara del fotógrafo y comienza a gritar con quién puede hablar para narrar su situación. La vida en la calle se agrava cuando una no tiene un lugar donde cobijarse del frío imperante durante el invierno gasteiztarra.
«¡Con quién puedo hablar!». Elisabeth grita y se muestra nerviosa. Su enfado con la sociedad a la que llegó hace veinte años es evidente. Su aspecto muestra el rostro de una persona que ha tenido que combatir con toda clase de incidencias a lo largo de su vida. A esta mujer transexual liberiana no parece importarle en exceso el frío. Para ella los copos que tiñen de blanco su ropa son solo un problema más en una larga lista.
Acaba de salir del albergue municipal, centro nocturno situado en el corazón de Alde Zaharra. Elisabeth deja atrás el olor a hospital que emanan los pasillos y se dirige hacia el resto de personas que abandonan en ese momento el local. Narra su historia y, en medio de la gélida realidad que le rodea, detalla sus vivencias ante la mirada de sus compañeros.
En los últimos veinte años ha luchado contra el racismo que, según afirma, impera en la sociedad gasteiztarra y al que achaca que haya hundido el establecimiento que regentaba en la calle Pintorería: «Solo entraban a mi bar extranjeros, no venía nadie de aquí».
La falta de clientes produjo una falta de liquidez que pronto repercutió en las facturas. «Me cortaron la luz y tuve que poner velas para poder iluminar el local», explica. Pero la situación empeoró en poco tiempo. «Hace un año me echaron de mi casa». Un duro golpe que le ha llevado a la calle y le ha enseñado la dureza del invierno en ciudades como Gasteiz, donde ayer el termómetro no superó los cero grados.
Pese a estar en la calle, continúa luchando contra la discriminación sexual y racial a la que se ve sometida en su día a día. Entre gritos se despide. Ante la posibilidad de ilustrar su historia con una fotografía su respuesta es clara: «Valgo mucho. Una foto mía vale por lo menos un millón de euros».
«Estamos fuera de la ley por necesidad»
William D.
En la calle desde 1996
William es una de las sesenta personas que cada día, en período invernal, se acerca al Centro de Acogida de Día de Baiona para poder tomar un café o un chocolate caliente y un bollo y, sobre todo, protegerse del frío intenso de la calle. Vive en su camioneta desde hace unos cuantos años. «Hace doce años dejé de beber y decidí invertir el dinero que usaba para el alcohol en una camioneta», recuerda. William, que no quiere precisar su apellido, insiste en que para él la camioneta es su vida. Sin ella, no tendría un lugar donde vivir.
«Trabajé quince años en una empresa del norte de Francia y gracias a ello tengo una pensión de 640 euros. Con ese dinero no me puedo pagar un alojamiento, así que vivo en mi camioneta», prosigue. A sus 62 años, recorre todo el Estado francés y, comparando con las ciudades que ha podido visitar, el invierno de Baiona es uno de los más agradables.
«En Marsella llega a hacer hasta 10 grados bajo cero en invierno. Es algo terrible», indica. Aun así, reconoce que estas últimas noches han sido difíciles para él. Para poder sobrevivir en su camioneta, se ha visto obligado a enchufarse a un generador público en la plaza central del municipio de Bokale. Allí se instala a partir de las ocho de la noche hasta las siete de la mañana del día siguiente. «La Policía pasa a esa hora. Si me vieran me pondrían una multa. Estamos, al final, obligados a ponernos fuera de la ley por necesidad», denuncia.
El Centro de Acogida de Día abre sus puertas a las nueve, así que William suele esperar en su camioneta, en el frío, hasta esa hora. «Los sábados tengo que marcharme a las cinco de la mañana porque es día de mercado. Ese momento de espera es el peor», se queja. Para poder sobrevivir en estas condiciones, para William son indispensables los lugares como el centro de acogida o «La table du soir», que ofrece comidas gratuitas para los sin techo diariamente.
William se ha hartado de viajar y moverse sin parar, por lo que ha decidido instalarse en Euskal Herria, pero admite que el estar «cerca de la frontera» complica las cosas para la gente que esta en su situación. «Hay muchas peleas en los centros de acogida», puntualiza.
Mientras tanto, la Alcaldía de Bokale ha aceptado inscribirle en su registro para que esté domiciliado en alguna parte. «Hace unos años me robaron los papeles, pero cuando no tienes domicilio fijo es imposible rehacerlos. Y sin papeles no se puede tener vivienda. Es un círculo vicioso y una vez que caes en ello es muy difícil salir», advierte.
«Te tratan peor que a un clandestino en tu propio país»
Florian L.
En la calle desde 2009
Florian se marchó muy joven de casa. Como la mayoría de la gente sin techo no quiere dar su apellido. En la actualidad tiene 18 años y está de paso por Euskal Herria. Vive y trabaja en Barcelona desde hace dos años y lleva un mes en Baiona. Se aloja en un squat de quince metros cuadrados de Angelu junto con otras dos personas. «Viajo con dos perros, pero no los aceptan en los centros de acogida. Así que prefiero dormir en otro lugar antes que separame de ellos. Además, en los centros de noche no siempre hay sitio», explica. Como la mayoría de los sin techo, Florian se ha buscado un lugar para poder pasar el invierno a la espera de volver a Barcelona. Es originario de Oloron Sainte-Marie, en Bearne, pero decidió irse a Catalunya porque allí «se está más tranquilo».
«Allí son períodos difíciles por lo de la crisis, pero aún así es más fácil encontrar trabajo que aquí. La Policía no está todo el día asediándote, como es el caso de Francia: si tienes perros, te ponen una multa; si no pagas el tren, otra más; si estás en la calle, igual. Al final eres un clandestino en tu propio país. En españa no necesitas estar domiciliado en algún lugar para poder trabajar; en Francia, sí», indica.
Para pasar estos días invernales, Florian y los otros dos inquilinos del squat se han enchufado a un generador exterior. «Hasta tenemos demasiado calor», añade. Florian marchará en las próximas semanas en tren para Barcelona.
«En la calle, cualquier riesgo se multiplica con esta climatología»
Txema Duque
Responsable de albergues de Bilbo
Desde finales de noviembre, y hasta mediados de abril han puesto en marcha el DAI (Dispositivo de Apoyo Invernal), que tiene por objeto «reforzar la capacidad y calidad de los albergues» en esta estación. El frío siberiano conlleva el aumento en 50 camas en el albergue de la calle Mazarredo, con las que se pretende dar respuesta al «lógico aumento» de la demanda.
El objetivo, como explica Txema Duque, «es que ninguna persona se quede en la calle en estos días», aunque reconoce que ese objetivo es «prácticamente imposible» ya que muchas personas sin hogar «se niegan a dormir en albergues».
El perfil de los alojados «es variable», aunque en su mayoría suelen ser personas de procedencia «magrebí o subsahariana». Duque puntualiza que muchas de ellas necesitan albergarse aquí por su «precaria situación económica» y no por problemas de «drogadicción o enfermedades mentales sin diagnosticar».
A pesar de recalcar que el objetivo es «alojar y dar respuesta a todas las demandas», es consciente de que en ocasiones «no se puede dar cobijo a todas las personas que lo demandan». En esos casos «se pone en marcha un protocolo de actuación» mediante el que se selecciona a los demandantes.
El primer filtro es el de género, ya que «todas las mujeres son admitidas». A continuación, se valora el «estado de salud» de los futuros alojados, priorizando a las personas «enfermas» aunque con matices, porque según destaca, «no es lo mismo una neumonía probada que un catarro».
«A pesar de ofrecer un techo, hay quien prefiere pasar la noche al raso»
Marta Lasa e Idoia Saralegi
Coordinadora en Donostia y responsable de exclusión social en Iruñea
Desde Neguko Aterpea, ubicado en Zorroaga, la coordinadora Marta Lasa explica a GARA que el servicio municipal donostiarra lleva en marcha siete años y que la crisis ha hecho que el perfil de la persona usuaria se haya homogeneizado. Además, los datos estadísticos corroboran que en la actualidad hay más personas autóctonas que foráneas acogidas en este centro de Donostia.
El pequeño albergue ofrece 38 plazas, más dos camas extra que se habilitan para los casos urgentes. No obstante y ante las gélidas predicciones, la madrugada del jueves pernoctaron allí 44 personas. En noviembre y diciembre la ocupación ha rozado el 100% e, incluso, ahora hay lista de espera.
Para poder acceder a una cama, los servicios municipales de urgencia social analizan las peticiones, haciendo una lista de las necesidades. La edad, el sexo, la salud, el arraigo, o el embarazo son factores a tener en cuenta. En base a ellos se hace una selección de las primeras 38 personas, aunque la lista se revisa semanalmente.
En Iruñea, por su parte, se distingue entre «transeúntes» y «estables», que son quienes están empadronados en la ciudad. Los primeros tienen derecho a permanecer tres días en el albergue y los segundos pueden establecerse durante seis meses. «Además, en caso de que haya más demanda que oferta, se ofrece que pasen la noche en un hostal», precisa Saralegi.
«Se da la circunstancia de que, a pesar de ofrecerles un techo, hay quien declina esta posibilidad», destacan ambas. En la capital navarra, por ejemplo, Antton y Moisés tienen instalado bajo el puente un pequeño «hogar», con sus enseres, donde pasan su día a día.